¡Amor y paz!
Otras dos parábolas
tomadas de la vida del campo y, de nuevo, con el protagonismo de la semilla,
que es el Reino de Dios.
La primera es la de la
semilla que crece sola, sin que el labrador sepa cómo. El Reino de Dios, su
Palabra, tiene dentro una fuerza misteriosa, que a pesar de los obstáculos que
pueda encontrar, logra germinar y dar fruto. Se supone que el campesino realiza
todos los trabajos que se esperan de él, arando, limpiando, regando. Pero aquí
Jesús quiere subrayar la fuerza intrínseca de la gracia y de la intervención de
Dios. El protagonista de la parábola no es el labrador ni el terreno bueno o
malo, sino la semilla.
La otra comparación es la
de la mostaza, la más pequeña de las simientes, pero que llega a ser un arbusto
notable. De nuevo, la desproporción entre los medios humanos y la fuerza de
Dios.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 3ª semana del
Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 4,26-34.
Y decía: "El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce primero un tallo, luego una espiga, y al fin grano abundante en la espiga. Cuando el fruto está a punto, él aplica en seguida la hoz, porque ha llegado el tiempo de la cosecha". También decía: "¿Con qué podríamos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola nos servirá para representarlo? Se parece a un grano de mostaza. Cuando se la siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra, pero, una vez sembrada, crece y llega a ser la más grande de todas las hortalizas, y extiende tanto sus ramas que los pájaros del cielo se cobijan a su sombra". Y con muchas parábolas como estas les anunciaba la Palabra, en la medida en que ellos podían comprender. No les hablaba sino en parábolas, pero a sus propios discípulos, en privado, les explicaba todo.
Comentario
El evangelio de hoy nos
ayuda a entender cómo conduce Dios nuestra historia. Si olvidamos su
protagonismo y la fuerza intrínseca que tienen su Evangelio, sus Sacramentos y
su Gracia, nos pueden pasar dos cosas: si nos va bien, pensamos que es mérito
nuestro, y si mal, nos hundimos.
No tendríamos que
enorgullecernos nunca, como si el mundo se salvara por nuestras técnicas y
esfuerzos. San Pablo dijo que él sembraba, que Apolo regaba, pero era Dios el
que hacia crecer. Dios a veces se dedica a darnos la lección de que los medios
más pequeños producen frutos inesperados, no proporcionados ni a nuestra
organización ni a nuestros métodos e instrumentos. La semilla no germina porque
lo digan los sabios botánicos, ni la primavera espera a que los calendarios
señalen su inicio. Así, la fuerza de la Palabra de Dios viene del mismo Dios,
no de nuestras técnicas.
Por otra parte, tampoco
tendríamos que desanimarnos cuando no conseguimos a corto plazo los efectos que
deseábamos. El protagonismo lo tiene Dios. Por malas que nos parezcan las
circunstancias de la vida de la Iglesia o de la sociedad o de una comunidad, la
semilla de Dios se abrirá paso y producirá su fruto. Aunque no sepamos cómo ni
cuándo. La semilla tiene su ritmo. Hay que tener paciencia, como la tiene el labrador.
Cuando en nuestra vida hay
una fuerza interior (el amor, la ilusión, el interés), la eficacia del trabajo
crece notablemente. Pero cuando esa fuerza interior es el amor que Dios nos
tiene, o su Espíritu, o la gracia salvadora de Cristo Resucitado, entonces el
Reino germina y crece poderosamente.
Nosotros lo que debemos
hacer es colaborar con nuestra libertad. Pero el protagonista es Dios. El Reino
crece desde dentro, por la energía del Espíritu.
No es que seamos invitados
a no hacer nada, pero sí a trabajar con la mirada puesta en Dios, sin
impaciencia, sin exigir frutos a corto plazo, sin absolutizar nuestros méritos
y sin demasiado miedo al fracaso. Cristo nos dijo: «Sin mí no podéis hacer
nada». Sí, tenemos que trabajar. Pero nuestro trabajo no es lo principal.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 87-90
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4.
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 87-90