¡Amor y paz!
Concluye hoy 2012 y
comienza un nuevo año. Démosle gracias a Dios por los 365 días que concluyen,
por los logros y los fracasos, los sinsabores y las alegrías y pongámonos
nuevamente en sus manos para que Él se digne bendecirnos y guiarnos
cada día del 2013.
El final del año resuena
en nuestra celebración. El evangelio nos muestra a Jesús como punto de
referencia único de la historia. Hoy podemos hablar de que todo nuestro tiempo,
en la vida humana y en la fe, tiene un único centro y criterio: Jesús.
El evangelio nos invita a
contemplar a este Jesús: en él está toda la gracia y el amor de Dios; y esta
gracia y amor los hemos visto en su hacerse hombre, en su "carne".
Sólo en la vida concreta de este Jesús podemos encontrar la gloria de Dios, el
sentido de todo (Josep Lligadas).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este 7º. Día de la Octava de
Navidad.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 1,1-18.
Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Comentario
Este himno cristológico es
muy antiguo. Seguramente ya existía cuando se escribió el evangelio de Juan. Es
un himno extensamente estudiado, debatido, explicado. Hoy, sólo nos fijaremos
en unos pocos versículos.
Juan, a diferencia de
Lucas y Mateo, no pone el origen de Jesucristo directamente relacionado con un
"nacimiento maravilloso (Mt 1, 18-25), ni se remonta al primer Adán (Lc 3,
38) sino que afirma el origen de Jesucristo en Dios mismo". Este
procedimiento nos quiere señalar no sólo el significado de Jesús para el pueblo
elegido, o para la humanidad en general. Su interés es enfatizar el significado
definitivo que tiene la existencia de Jesús para toda la humanidad. Jesús nos
revela al hombre en su integridad total y absoluta.
Depende de nuestra decisión
el que nos tomemos en serio a ese hombre y lo asumamos como nuestro itinerario
vital.
El verbo de Dios, su
palabra creadora, se enfrenta a la oscuridad del mundo. Y es un conflicto que
no ocurre en el vacío, sino en lo concreto de la historia. La oscuridad del
mundo es todo aquel sistema de ideas, organizaciones y realizaciones que
empantana la existencia humana y la sumergen en la injusticia y la angustia. La
Palabra creadora de Dios viene a desafiar esa situación y a plantear una
alternativa definitiva.
Por eso, la existencia de
Jesucristo, ilumina nuestra vida con una luz absolutamente novedosa. Esa luz
nos permite reconocernos como seres humanos dignos y auténticos. La comunidad
humana bajo esta nueva perspectiva no está sometida a la oscuridad que quiere
imponer el mundo de la injusticia y la angustia. La Palabra de Dios viene en
nuestro rescate y da todo lo que es para alcanzar nuestra liberación.
Ahora, esa lucha
definitiva contra el mal ocurre en la historia, en la vida concreta de un ser
humano que se enfrentó al absurdo de un mundo hundido en la oscuridad. Esa
persona es Jesús de Nazaret. De su vida, historia y presencia continua en
nuestras vidas depende el sentido que le demos a la historia de la humanidad,
especialmente al futuro. Si queremos que la realidad cambie, no podemos ignorar
lo que Dios ha hecho en Jesús por nosotros: ha realizado en la historia la
perfección de su creación. Y no en un hombre biológica, intelectual o
psíquicamente superior, no. Lo ha hecho en un hombre que nos ha mostrado que el
verdadero significado de la humanidad está en Dios. Y un Dios que significa
respeto, dignidad, justicia, solidaridad y todos aquellos valores que nos
permiten hacernos un juicio correcto de lo que debe constituir el mundo para el
ser humano.
Servicio Bíblico Latinoamericano