sábado, 30 de agosto de 2014

Transmitamos el Evangelio no tanto con palabras como con la vida misma

¡Amor y paz!

Hoy leemos por última vez el evangelio de Mateo, que nos ha acompañado durante doce semanas, desde la 10ª hasta la 21ª. No lo hemos leído entero: por ejemplo, dejamos los capítulos finales, con la pasión, muerte y resurrección de Jesús, para los días de la Semana Santa y Pascua.

Concluye hoy el «discurso escatológico», sobre la vigilancia que debe caracterizar a los cristianos ante la Venida del Señor. Después de las parábolas del ladrón, de la vuelta del amo y de las jóvenes que esperan al novio, hoy Jesús nos transmite su enseñanza con la de los talentos (José Aldazábal).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la XXI Semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendiga…

Evangelio según san Mateo 25, 14-30:
“Jesús expuso a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus empleados y les dejó encargados de sus bienes. A uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno (a cada uno según su capacidad). Luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos, y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo, y ganó otros dos. Y el que recibió uno,  hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor y les pidió cuentas. Se acercó el de los cinco talentos con otros cinco, y le dijo: muy bien..., pasa al banquete. Se acercó el de los dos talentos con otros dos, y le dijo...: muy bien, pasa al banquete. Se acercó el que enterró el talento, y a él le dijo el Señor... : debías haber negociado con tu dinero en el banco, holgazán. ... Quitadle lo que tiene y dádselo a los otros ..., y a él echadlo fuera”.
Comentario

El Señor nos ha confiado el Evangelio y la distribución de la gracia. Esto es algo que Él quiere que veamos como nuestro, de tal forma que no nos sintamos como sus trabajadores, sino como continuadores de la obra salvadora de su Hijo; pues, efectivamente, nosotros hemos sido hechos hijos en el Hijo. A nosotros compete el esforzarnos para que la salvación llegue a más y más personas. No podemos pasarnos la vida sólo recibiendo y disfrutando de los dones de Dios de un modo personal. Él constituyó a su Iglesia como Misionera, enviada por Él a evangelizar al mundo entero, a iniciar el Reino de Dios entre nosotros ya desde ahora. Al final Él sólo reconocerá como suyos, y hará pasar a tomar parte del gozo de su Señor a los que lleguen con las marcas del amor y de la entrega de su propio Hijo, entregado por nosotros.

Cuando participamos en la Celebración Eucarística, no lo hacemos con las manos vacías. Llevamos aquello que se ha convertido en el fruto de la Misión Evangelizadora que día a día va cumpliendo la Iglesia del Señor en el mundo y su historia. Ojalá y no vayamos con el corazón amargado; sólo buscando al Señor por algún compromiso social, pero sin ganas de escuchar su Palabra y vivir comprometidos en la construcción de su Reino entre nosotros. El Señor nos recibe con alegría, pero nuevamente nos enviará para que continuemos cumpliendo con la Misión que nos ha confiado. Que Él sea nuestra fortaleza. Que Él nos ayude, con la fuerza de su Espíritu, a ir amorosamente tras sus huellas.

¿Qué concepto tenemos de Dios? Ante los dones que de Él hemos recibido, ¿nos ponemos a trabajar, o nos infravaloramos y pensamos que los demás lo tienen todo, mientras nosotros fuimos creados y abandonados como una basura cualquiera? ¿Vagamos sin esfuerzo, sin esperanzas, sin fe y renegando de todo? Dentro del Plan amoroso y salvador de Dios Él nos ha llamado para que colaboremos en la construcción de su Reino entre nosotros en la medida de la gracia recibida. No volvamos la mirada sólo hacia aquellos que desarrollan algún ministerio en la Iglesia. Todos somos responsables de hacer que el Evangelio se encarne en la humanidad entera. Especialmente los laicos, en un apostolado del semejante por el semejante, han de esforzarse para que la Buena Nueva de salvación se haga realidad en los diversos ambientes en que desarrollan sus actividades. No nos conformemos con una vida de fe sólo manifestada en la oración y en el interior de los templos. Seamos testigos comprometidos del Señor ahí donde se desarrolla nuestra vida diaria.

Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de saber vivir totalmente comprometidos con la fe que profesamos, lo cual nos ha de llevar a la transmisión del Evangelio a la humanidad entera tanto con las palabras, como con las obras y la vida misma. Amén.



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