¡Amor y paz!
La escena que nos relata el evangelio hoy se refleja algunas veces en nuestra vida personal o comunitaria. En algunas ocasiones se hace de noche, hay tempestad y tememos el naufragio. Todo parece estar perdido, se acaba la calma y extraviamos el rumbo de nuestras existencias.
Pero es en los momentos de crisis cuando más se conoce la calidad de nuestra fe. ¡Qué fácil es decir “Yo creo”, cuando todo en nuestra vida transcurre con tranquilidad!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 2ª. Semana de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 6,16-21.
Al atardecer, sus discípulos bajaron a la orilla del mar y se embarcaron, para dirigirse a Cafarnaún, que está en la otra orilla. Ya era de noche y Jesús aún no se había reunido con ellos. El mar estaba agitado, porque soplaba un fuerte viento. Cuando habían remado unos cinco kilómetros, vieron a Jesús acercarse a la barca caminando sobre el agua, y tuvieron miedo. El les dijo: "Soy yo, no teman". Ellos quisieron subirlo a la barca, pero esta tocó tierra en seguida en el lugar adonde iban.
Comentario
¿Cómo reaccionas ante las dificultades de la vida? Buena pregunta para meditar en el día de hoy. Posiblemente sea la reacción del miedo la experiencia primera y más notable de los humanos ante el “mar encrespado” de las dificultades. Suele ser espontánea y casi inevitable. El peligro asusta y acobarda. Como somos animales vulnerables, ante cualquier peligro sentimos como si se nos robase la tierra debajo de los pies. Con su llegada, nos abate la desesperanza y nos abandonan las fuerzas para seguir.
Es normal que el miedo esté presente en nuestra humanidad dolida. Pero, no hay peor camino para equivocarse que el que juzga y construye desde el miedo. Si el pánico paraliza el cuerpo del que lo sufre, paraliza también su inteligencia. El miedoso se vuelve daltónico: ya no ve sino las cosas que le amenazan. Y no se puede construir nada viviendo a la defensiva. Hay personas que ante los problemas y dificultades de la vida lo que desean es morirse. Son personas tan copadas de miedos, tan sin ánimos que, llevadas de su desesperación, claudican del deber de ser felices.
En la pared de una celda de la Torre de Londres se conserva aún un texto escrito por un prisionero, encerrado hace más de 300 años, que dice así: “No mata la adversidad, sino la impaciencia con la que la soportamos”. Hoy releemos el episodio de Jesús caminando sobre las aguas. Jesús no vive en la gloria que imaginamos. No se encuentra nunca donde le esperamos. La adversidad y el sufrimiento que genera suelen ser el megáfono que Él emplea para despertar a un mundo de sordos. Dios suele aprovechar los golpes de cincel que la vida da sobre cada persona, que tanto le hacen sufrir, para modelar su mejor imagen. En situaciones de miedo es recomendable leer el texto bíblico de hoy y escuchar al Señor que nos repite -¡siempre y, sin fallar ni una sola vez!-: “No tengas miedo. Soy yo”.
No se trata de pedir a Dios una vida sin dificultades. Cousteau presentaba en alguna de sus películas peces fosforescentes; en ellas aparecían las profundidades oscuras del mar como si tuviesen luz; pero eran ellos, los peces, los que la irradiaban. Cuando llega el ocaso se encienden las estrellas. La dificultad no es un lugar vacío y deshabitado. ¡Pidamos sagacidad para saber convertir las dificultades en lugar de encuentro con Jesús, el Señor que camina sobre las aguas de esas dificultades! Basta escuchar en silencio, más allá del ruidoso murmullo del miedo, y reconocerle a El. Y esas contrariedades serán espléndida ocasión para el ejercicio contemplativo.
Por eso, ¡no hay que tener miedo!. Nunca. A nada. Salvo a nuestro propio miedo. Solo así se produce el milagro. El miedo se desvanece, perdiendo su macabro poder sobre nosotros. Y haremos que sea verdad aquel proverbio:
“El miedo llamó a mi puerta;
la fe fue a abrir
y no había nadie”
Juan Carlos Martos