domingo, 10 de enero de 2016

“Ya no somos solitarios, sino solidarios”

¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este domingo en que celebramos la fiesta del Bautismo del Señor y concluye el tiempo litúrgico de la Navidad.

Dios nos bendice…

Lucas 3, 15-16. 21-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego”. En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto." 
Comentario

Hay una magnífica reflexión de M. Luther King sobre la parábola del buen samaritano: «Imagino que el sacerdote y el levita se hicieron esta pregunta: "¿Qué me  sucederá si me detengo a ayudar a este hombre?". El buen samaritano invirtió la pregunta:  "¿Qué le sucederá a este hombre, si no me detengo a ayudarlo?" Nos preguntamos  muchas veces: "¿Qué será de mi colocación, de mi prestigio, de mi categoría, si me  comprometo en este asunto? Abraham Lincoln no se preguntó: "¿Qué me pasará si  proclamo la emancipación y pongo fin a la esclavitud?", sino que se preguntó: "¿Qué le  pasará a la Unión y a esos miles de negros si no lo hago?"»

Hoy es muy frecuente en la teología afirmar que el episodio del bautismo de Jesús marca  un momento decisivo en su vida. No se trata sólo, como a primera vista parecen reflejarlo  los evangelistas, del final de la llamada vida oculta de Jesús en Nazaret y comienzo de su  vida pública, su predicación y sus milagros. Hoy se insiste desde la cristología en que  Jesús fue descubriendo gradualmente la misión que Dios le había confiado. Es lo que  insinúa san Lucas al afirmar que Jesús no sólo crecía y se robustecía, sino que también iba  creciendo en sabiduría y gracia. En ese proceso de crecimiento y descubrimiento de su  misión en la vida, que todo hombre tiene que realizar, el episodio del bautismo fue  probablemente un hito fundamental.

San Lucas es más sucinto que los otros dos sinópticos en el relato del bautismo de  Jesús. Los tres relatos coinciden en afirmar que el cielo se abrió y descendió el Espíritu en  forma de paloma sobre Jesús. Los tres recogen las mismas palabras: «Este es mi Hijo, a  quien yo amo, mi predilecto».

El relato de Lucas tiene dos rasgos peculiares. Por una parte, Lucas es el evangelista  que más subraya la oración de Jesús y precisamente nos presenta a Jesús en oración en el  momento de su bautismo. Nos está indicando que, en ese crecimiento en sabiduría y gracia  que tuvo lugar en Jesús, el día de su bautismo tuvo esa experiencia en la oración por la que  escuchó en su interior que él es el Hijo, el amado por el Padre, el predilecto.

Al mismo tiempo, Lucas es el evangelista que presenta más anónimamente el bautismo  de Jesús: Juan está totalmente difuminado y no se recoge el diálogo con el Bautista, que se  considera indigno de derramar el agua sobre la cabeza del Señor. Jesús aparece perdido  en medio de ese bautismo del pueblo en masa, en medio de un bautismo que tenía un  significado de conversión de los pecados.

Jesús aparece en solidaridad plena con los hombres. Leonardo Boff afirma que desde la  navidad «ya no somos solitarios, sino solidarios». El bautismo de Jesús es un gran símbolo  de esta solidaridad. J. A. Pagola dice que «uno de los datos mejor atestiguado sobre Jesús  es su cercanía y su acogida a hombres y mujeres considerados como "pecadores" en la  sociedad judía. Es sorprendente la fuerza con que Jesús condena el mal y la injusticia y, al  mismo tiempo, la acogida que ofrece a los pecadores... Llegan a llamarle amigo de  pecadores. Y están en lo cierto.

Jesús se acerca a los pecadores como amigo. No como  moralista que busca el grado exacto de culpabilidad. Ni como juez que dicta sentencia  condenatoria. Sino como hermano que ayuda a aquellos hombres a escuchar el perdón de  Dios, a encontrarse con lo mejor de sí mismos y rehacer su vida. La denuncia firme del mal no está reñida con la cercanía del hombre caído». Este acto de Jesús en un bautizo del  pueblo en masa es un espléndido símbolo de su cercanía y solidaridad con el pecado de  los hombres.

Del bautismo arranca -y lo van a expresar los tres sinópticos- la experiencia de Jesús en  el desierto: una experiencia en la que va a sentirse empujado por el Espíritu, en que las  tentaciones van a versar precisamente sobre el significado de la misión que ha recibido del  Padre. Y de ahí arranca, como dice san Pedro en esa encantadora e ingenua expresión, «la  cosa que empezó en Galilea».

De ahí surge ese hombre, cuya vida es descrita de forma tan espléndida por el mismo  Pedro: «Ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y  curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él».

De ahí arranca la vida de un hombre -al que los santos padres llamarán «el buen  Samaritano»- que no se preguntará qué es lo que va a sucederle si acepta la misión  recibida del Padre. Su pregunta iba a ser otra: qué le va a suceder al hombre, herido y  caído en los caminos de la vida, si yo no asumo la misión que el Padre me ha confiado.

Y,  ungido por la fuerza del Espíritu, sintiendo que Dios le llamaba su Hijo amado y predilecto,  ya no buscó su bien, sino hacer el bien; ya no buscó su propia realización, sino la liberación  de los otros... Había surgido el buen Samaritano, el hombre para los demás, el que ya no se  preguntaba por las consecuencias de su misión sobre sí mismo, sino por las consecuencias  de su misión sobre los otros.
Hablar del bautismo de Jesús nos lleva a hablar sobre nuestro bautismo. Hace tiempo  escuché a un predicador subrayar que hoy existe una presión social que empuja a la  administración del bautismo. En efecto, no es fácil a los sacerdotes negar el bautismo a  pesar de ser situaciones en que es poco clara la educación cristiana de los niños.

(…) Se da una fuerte presión social que va en sentido contrario de lo que significa el bautismo: se pide insistentemente el bautismo  de los niños, para después empujarlos con no menos insistencia a vivir de forma distinta a  lo que significa ese bautismo.

Porque el bautismo, como dirá san Pablo, es sepultar a nuestro hombre  viejo para nacer a la vida nueva que nos trae Jesús. En el rito del bautismo hay un  momento en que el niño es ungido en la coronilla para indicar que está llamado a ser otro  Cristo. El bautizado es otro ungido, es otro Cristo; está llamado a reproducir en su vida la  misma misión de Jesús. Está llamado a ser sacerdote, profeta y rey, porque está ungido por  Dios con la fuerza del Espíritu, porque debe pasar por la vida haciendo el bien, porque está  llamado a liberar al hombre de todas sus esclavitudes. A esto es a lo que nos empuja  nuestro bautismo.

Tenía razón Lutero cuando decía que «la vida cristiana no es otra cosa  que un bautismo continuo»: porque a lo que nos llama nuestro bautismo es a vivir toda la  existencia de acuerdo con el modelo de vida de Jesús, porque nuestro bautismo nos ha  hecho otros ungidos, otros Cristos.

Jesús fue solidario con los hombres, estuvo muy cerca del pecado de los hombres, cargó  con él: por eso estamos llamados a sentir en nuestro pecado la cercanía y la solidaridad del  que se acercó al pecado de los hombres no con una palabra dura y rígida, sino con una  palabra de amor y de solidaridad. Jesús no se preguntó por las consecuencias que le iban  a sobrevenir por asumir la misión del Padre. La asumió porque era la voluntad del Padre, la  salvación de los hombres. No nos preguntemos tantas veces en la vida por las  consecuencias que nos van a venir, porque lo realmente importante es lo que les va a  sobrevenir a los otros. Esto es lo que significa ser bautizados, ungidos, ser hoy otros Cristos.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 69 ss.