domingo, 13 de mayo de 2012

¡Cómo hemos desacreditado el amor!

¡Amor y paz!

Todos estos días el Evangelio nos ha insistido en que somos hombres y mujeres con vocación de amor. Sí. Jesús nos llama a amarnos unos a otros  y a permanecer en su amor. La Palabra de Dios lo reitera hoy, en una gran síntesis. Sin embargo, ¿realmente nos amamos unos a otros y en eso damos testimonio de que somos discípulos de Jesús, verdaderos cristianos?

Mucho me temo que estamos desnaturalizando el amor y por lo menos ese sentimiento no es en algunos aquel con mayúscula, el Amor que viene de Dios. Tal vez sea un amor alimentado por el comercio o por el erotismo que todo lo permean hoy. Pero no el amor ‘ágape’ ni el ‘filia’, del que ya hablaban los griegos. Un amor desinteresado, sincero, espontáneo y universal, un amor sacrificado, hasta el punto de llegar a dar la vida por quien se ama.

¿Exteriorizamos nuestro amor sólo en ciertos días y celebraciones y luego como que metemos ese sentimiento en un congelador y no nos volvemos a acordar de los seres 'amados'? ¡Ese amor no es cristiano! 

Hay que leer el mensaje de Jesús, también hoy, cuando alborozados y reflexivos, amorosos y racionales; agradecidos y comprometidos, celebramos el Día de las Madres. Ellas, como María Santísima, han aceptado el llamado del Señor a ser las maestras del amor, de la vida y de la fe. ¡Gracias!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este VI Domingo de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 15,9-17.
Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. 
Comentario

Nuestro mundo está dejando de creer en el amor. El amor que circula, del que se habla y con el que se trafica, es sólo gato por liebre. Es un sucedáneo, un amor manipulado e instrumentalizado al servicio de los intereses. Y así el amor está perdiendo su fuerza social, su carácter de vínculo familiar, su exigencia de lealtad en las amistades. El amor romántico no es más que una ilusión temporal que pasa con los años y la experiencia.

Se dice y se repite hasta la saciedad que el amor no ha resuelto ningún problema social. Aunque está por ver y demostrar si la violencia y la guerra han resuelto algo y para quién lo han resuelto. El amor está siendo suplantado también en las relaciones de la pareja. Y no porque se haya introducido el divorcio, sino porque ha tenido que ser regulado por ley para salir al paso de la debacle familiar como consecuencia de la pérdida del amor. 

También aquí está siendo sustituido, con ventaja según algunos, por unas relaciones amorosas, efímeras, no vinculantes. Y se está retirando también de la amistad de los amigos, que usan y abusan unos de otros para sus intereses, sus negocios y sus ambiciones personales.

El amor ha perdido credibilidad, se ha degradado, devaluado. Y es que en una sociedad mercantilizada, donde privan los contratos y los pactos, los intercambios y el juego de intereses, no hay espacio para la gratuidad. En una sociedad planificada y superorganizada, donde se busca desesperadamente la seguridad, no hay sitio para lo sorprendente. En una sociedad abrumada de leyes y reglamentos, de estatutos y normas, apenas queda margen para la espontaneidad. En una sociedad donde el tiempo es oro y la vida un negocio, no hay lugar para lo superfluo, para el ocio.

Y el amor es así: gratuito y gratificante, sorprendente e imprevisible, espontáneo, superfluo, ocioso. Lo otro es rutina, cálculo, negocio, no es amor, sino un sucedáneo inoperante y que a nadie satisface.

Y ese amor, que estamos perdiendo, ese amor en el que ya no creemos, ese amor que estamos sustituyendo por cualquier producto del mercado, ese amor increíble es la única fuerza en la que podemos creer, si de verdad creemos, por lo menos, en la vida.

EUCARISTÍA 1982/24