¡Amor y paz!
Jesús llama hoy a gente
sencilla y humilde para integrar el grupo de sus discípulos, a quienes instruye
y envía a colaborar con él en su tarea de salvación.
Como lo hizo ayer, el Señor nos
pide navegar mar adentro y echar las redes, para lo cual hay que confiar en su
Palabra, escucharla y llevarla a la práctica. Es que la salvación no puede
estar al margen del esfuerzo continuo del discípulo por vivir conforme al
Camino que el Señor le ha indicado. Así, unidos a Jesús podemos darle un nuevo
rumbo a nuestra existencia y, como Pedro y sus compañeros, volvernos ‘pescadores
de hombres’.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este jueves de la XXII Semana
del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes". Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres". Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Comentario
a) Lucas nos narra la
llamada vocacional de Pedro y de los otros primeros discípulos: "desde
ahora serás pescador de hombres". Hasta ahora aparecía trabajando solo.
Ahora busca colaboradores.
Ya ayer hablaba de Pedro
el evangelio: Jesús curó a su suegra de la fiebre. Hoy nos cuenta cómo, para
poder apartarse un poco de la gente que se agolpaba en torno, le pide a Pedro
que le preste su barca. Qué satisfacción sentiría Pedro: ese predicador que se
está haciendo famoso, por su palabra y por sus milagros, le ha pedido a él su
barca.
Luego, aunque a
regañadientes, porque tiene la experiencia del fracaso de la noche, echa las
redes "por la palabra de Jesús". Y sucede lo inesperado: la pesca
milagrosa, que provoca en Pedro una reacción de espanto y admiración:
"apártate de mí, Señor, que soy un pecador".
No debieron entender mucho
lo de ser "pescador de hombres". Pero aquel hombre les ha convencido:
"dejándolo todo, lo siguieron".
b) Ser "pescadores de
hombres" no significa nada peyorativo. Pescar a las personas, en este
sentido, no es un proselitismo a ultranza, ni hacer que mueran para nuestro
provecho -en eso consiste la pesca de los peces- sino lo contrario:
evangelizar, convencer, ofrecer de parte de Dios a cuantas más personas mejor
la buena noticia del amor y la salvación.
En el origen de nuestra
vocación cristiana y apostólica tal vez no haya una "pesca milagrosa"
o algún hecho extraordinario. Pero sí, de algún modo, ha habido y sigue
habiendo un sentimiento de admiración y asombro por Cristo, y la convicción de
que vale la pena dejarlo todo y seguirle, para colaborar con él en la salvación
del mundo.
Probablemente lo que sí
hemos experimentado ya son noches estériles en que "no hemos pescado nada"
y días en que hemos sentido la presencia de Jesús que ha vuelto eficaz nuestro
trabajo. Sin él, esterilidad. Con él, fecundidad sorprendente. Y así vamos
madurando, como aquellos primeros discípulos, en nuestro camino de fe, a través
de los días buenos y de los malos. Para que, por una parte, no caigamos en la
tentación del miedo o la pereza. Y, por otra, no confiemos excesivamente en
nuestros métodos, sino en la fuerza de la palabra de Cristo.
Si no hemos conseguido
más, en nuestro apostolado, "mar adentro", ¿no habrá sido porque
hemos confiado más en nosotros que en él? ¿Porque hemos "echado las
redes" en nombre propio y no en el de él?
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 24-27
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 6
Tiempo Ordinario. Semanas 22-34
Barcelona 1997. Págs. 24-27