viernes, 19 de noviembre de 2010

Ábrele tu corazón a Dios para que habite en él

¡Amor y paz!

Jesús ha llegado a Jerusalén. Ayer lloró sobre la ciudad, triste por la ruina que se le avecina. Hoy realiza un gesto profético valiente: "se puso a echar a los vendedores", diciéndoles: "vosotros habéis convertido mi casa en una cueva de bandidos".

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XXXIII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 19,45-48.
Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: "Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones". Y diariamente enseñaba en el Templo. Los sumos sacerdotes, los escribas y los más importantes del pueblo, buscaban la forma de matarlo. Pero no sabían cómo hacerlo, porque todo el pueblo lo escuchaba y estaba pendiente de sus palabras. 
Comentario
 Si le abres tu corazón a Dios, para que Él habite en ti como en un templo, Él, como un buen huésped, se encargará de purificar tu vida de todo pecado. La salvación no procede de la buena voluntad del hombre, por muy firme que ésta sea. Sólo Dios salva. A nosotros sólo corresponde abrir la puerta para que Él entre, de tal forma que no pase de largo junto a nosotros y se aleje. Él nos dice: Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, yo entraré y cenaré con Él; Él se quedará con nosotros, mientras no tomemos la decisión de echarlo fuera y cerrarle la puerta. Reconozcámonos pecadores ante Dios. No queramos sólo con meditación, tal vez hecha con métodos orientales, llegar a dominar nuestras pasiones. No es sólo la tranquilidad mental lo que buscamos, sino la salvación; y ésta sólo nos la ha dado Dios por medio de su Hijo, que se hizo uno de nosotros. No tenemos otro camino que nos conduzca al Padre. Jesús, si habita en nosotros, todos los días nos enseñará el Camino que hemos de seguir; ojalá y lo escuchemos y nos dejemos conducir por Él, fortalecidos por la presencia de su Espíritu Santo en nosotros.

Convocados por el Señor, que nos abre la puerta de su Casa y nos sienta a su mesa, ante Él reconocemos que no hemos caminado como fieles discípulos suyos. Sin embargo, Él está dispuesto a purificarnos de todo pecado, pues para eso Él vino al mundo. Si realmente creemos en Él; si hoy hemos acudido a su llamado, guiados no por la costumbre sino por la fe, dejémonos transformar por Él en criaturas nuevas, a pesar de que tengamos que renunciar a nosotros mismos. Dios quiere hacer su obra de salvación en nosotros para enviarnos, como testigos suyos, a proclamar su Nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo; ojalá y le permitamos transformar nuestra vida en un templo digno, para que Él habite en nosotros y, desde nosotros, haga llegar su salvación a todos los pueblos.
Dedicados al Señor; hechos hijos de Dios; convertidos en testigos de su amor en el mundo. Esta vocación que tiene la Iglesia de Cristo no puede llegar a su feliz cumplimiento sólo realizando algunas acciones de culto y pasando de largo ante el pecado, ante la miseria, ante la pobreza que hay en el mundo. La Iglesia no es una comunidad burocrática, sino una comunidad misionera, a imagen de su Fundador, Cristo Jesús, Enviado del Padre para ir al encuentro de las ovejas descarriadas, que se perdieron y alejaron de la casa paterna en un día de tinieblas y nubarrones. No podemos lamentarnos de los males e injusticias que aquejan a muchos sectores de la sociedad. Si queremos purificar al mundo de todos sus males, si queremos que todos queden consagrados por la Verdad y el Amor y que, como consecuencia haya más paz en el mundo, vivamos como auténticos testigos del Evangelio, no generando más maldad en el mundo, sino un poco más de amor fraterno, de justicia social y de preocupación efectiva por remediar la pobreza en el mundo. Vivamos no como promotores sociales, sino como testigos del Evangelio en el mundo, con la mirada puesta en Cristo y con los pies en la tierra para ofrecerle un nuevo camino al orden de las cosas de todos los hombres.
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