¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, mediante el método
de la lectio divina, en este viernes de la cuarta
semana de Cuaresma.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Sabiduría 2, la.12-22
Dijeron los impíos,
discurriendo equivocadamente:
Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable
y se opone a nuestra forma de actuar,
nos echa en cara que no hemos cumplido la Ley,
y nos reprocha las faltas contra la educación recibida;
se precia de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo del Señor.
Acechemos al justo, porque nos resulta insoportable
y se opone a nuestra forma de actuar,
nos echa en cara que no hemos cumplido la Ley,
y nos reprocha las faltas contra la educación recibida;
se precia de conocer a Dios
y se llama a sí mismo hijo del Señor.
Es un reproche contra
nuestros pensamientos,
y sólo verlo nos molesta.
Pues lleva una vida distinta de los demás
y va por caminos muy diferentes.
y sólo verlo nos molesta.
Pues lleva una vida distinta de los demás
y va por caminos muy diferentes.
'Nos considera moneda
falsa,
se aparta de nosotros como si fuéramos impuros.
Proclama dichosa la suerte de los justos
y se precia de tener a Dios por Padre.
se aparta de nosotros como si fuéramos impuros.
Proclama dichosa la suerte de los justos
y se precia de tener a Dios por Padre.
Veamos si es verdad lo
que dice,
comprobemos cómo le va al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo asistirá
y lo librará de las manos de sus adversarios.
comprobemos cómo le va al final.
Porque si el justo es hijo de Dios, él lo asistirá
y lo librará de las manos de sus adversarios.
Probémoslo con ultrajes
y tortura:
así veremos hasta dónde llega su paciencia
y comprobaremos su resistencia.
Condenémoslo a muerte ignominiosa,
pues, según dice, Dios lo librará".
así veremos hasta dónde llega su paciencia
y comprobaremos su resistencia.
Condenémoslo a muerte ignominiosa,
pues, según dice, Dios lo librará".
Así piensan, pero se
equivocan,
pues los ciega su maldad.
Ignoran los secretos de Dios,
no confían en el premio de la virtud,
ni creen en la recompensa de los intachables.
pues los ciega su maldad.
Ignoran los secretos de Dios,
no confían en el premio de la virtud,
ni creen en la recompensa de los intachables.
Después de una exhortación para vivir de acuerdo con la justicia (Sab 1,1-15), el hagiógrafo deja la palabra a los "impíos". Estos, en un discurso articulado, exponen su "filosofía": viven la vida como búsqueda desenfrenada del placer, eliminando -incluso con violencia- cualquier obstáculo que se les ponga por delante. Los dos versículos que enmarcan la exposición manifiestan un claro juicio condenatorio: razonan equivocadamente (v. 1), se engañan (v. 21).
Los "impíos" de
los que se habla son probablemente los hebreos apóstatas de la comunidad de
Jerusalén, que, aliados con los paganos, persiguen a sus hermanos fieles al
Dios de la alianza. Con su conducta estos `justos" constituyen
una presencia insoportable. Cuatro imperativos muestran un creciente rencor
oculto que se convierte en odio abierto: del tender acechanzas se pasa al
insulto, para llegar finalmente al proyecto de condena a muerte, en un desafío
blasfemo contra Dios (v. 18; cf. v 20).
El "resto" de
Israel vive su pasión profetizando la del Mesías. Jesús es el único Justo
verdadero, el Hijo amado, el humilde puesto a prueba, escarnecido (v. 19) y
condenado a una muerte infame (v. 20). Pero, sobre todo, es él quien, habiendo
puesto toda su confianza en el Padre, surge del abismo en la luz de pascua como
primogénito de los muertos. La esperanza del Antiguo Testamento adquiere una
dimensión inesperada, que supera cualquier "profecía" posible: por
los méritos de uno solo, todos son constituidos "justos",
si se abre el corazón para acoger el don de su gracia.
Evangelio: Juan 7,1-2.10.25-30
Después de algún
tiempo, Jesús andaba por Galilea. Evitaba estar en Judea porque los judíos
buscaban la ocasión para matarlo. ' Ya estaba cerca la fiesta judía de las
Tiendas.
"Cuando sus
hermanos se habían marchado ya a la fiesta, fue también Jesús, pero de
incógnito, no públicamente.
Entonces, algunos de
los que vivían en Jerusalén se preguntaban:
- ¿No es éste el hombre al que quieren matar?
Resulta que está hablando en público y nadie le dice ni una palabra. ¿Es
que habrán reconocido nuestros jefes que es en realidad el Mesías? Pero,
por otra parte, cuando aparezca el Mesías, nadie sabrá de dónde viene, y
éste sabemos de dónde es.
Al oír estos
comentarios, Jesús, que estaba enseñando en el templo, levantó la voz y afirmó:
- ¿De manera que me conocéis y sabéis de dónde
soy? Sin embargo, yo no he venido por mi propia cuenta, sino que he sido
enviado por aquel que es veraz, a quien vosotros no conocéis. 'Yo sí lo
conozco, porque vengo de él y es él quien me ha enviado.
intentaron entonces
detenerlo, pero nadie se atrevió a ponerle la mano encima, porque todavía no
había llegado su hora.
La persona de Jesús suscitó preguntas e inquietudes entre sus contemporáneos, mientras la aversión de los jefes judíos llega al paroxismo (v. lb). Jesús no es un provocador ni un cobarde: espera la hora del Padre sin huir ni adelantar los acontecimientos. Por eso evita la Judea hostil y cuando por fin sube a Jerusalén a la fiesta más popular, la de las Tiendas, lo hace "de incógnito", contrariamente al deseo de sus parientes, pero deseosos de disfrutar su fama (vv. 3-5). En la ciudad santa, sin embargo, es reconocido en seguida. Y como siempre se dividen los ánimos: ahora se trata de su mesianismo.
Los círculos apocalípticos
de la época sostenían el origen misterioso del Mesías: y si Jesús proviene de
Nazaret, es sólo un impostor (vv. 26s). Jesús no ignora las voces que se van
difundiendo, y sobre ellas se eleva su propia voz, fuerte y clara, en el templo
(v. 28: literalmente "grito"; se trata de una
proclamación solemne y con autoridad). Con sutil ironía, se muestra que su
origen es efectivamente desconocido a los que piensan saber muchas cosas de él:
de hecho, no quieren reconocerlo como el enviado de Dios y por eso no conocen
al Dios veraz y fiel que cumple en él sus promesas. Las palabras de Jesús
suenan a los oídos de sus adversarios como una ironía, un insulto y una
blasfemia. Tratan de echarle mano, pero en vano: él es el Señor del tiempo y
las circunstancias, porque se ha sometido totalmente al designio del Padre, y
todavía no ha llegado su "hora" (v. 30).
MEDITATIO
Juan ubica el drama
mesiánico en el interior de la historia del pueblo de Dios; en particular, une
la vida de Jesús con las celebraciones de las grandes fiestas hebreas, que
tenían como objetivo mantener viva la memoria de las grandes obras de Dios.
Como siempre, en el cuarto evangelio, los pequeños detalles adquieren un valor
simbólico. ¿Por qué aparece el complot contra Jesús pocos días antes de la
celebración de la fiesta de las Tiendas? En esta fiesta se agradecía a Dios las
cosechas y se recordaban los cuarenta años pasados en el desierto. Se
construían chozas con ramas -también en Jerusalén-, a las que se iba a meditar:
retiro en un desierto simbólico.
La controversia que relata
Juan se sitúa precisamente en vísperas de este tiempo propicio a la reflexión.
Es como si Jesús hiciese un último esfuerzo para invitar a los adversarios a
reflexionar sobre su persona y sobre sus "obras". Sabemos
que el resultado fue negativo. ¿No podríamos quizás nosotros, acogiendo la
sugerencia de la liturgia de hoy, hacer este alto en nuestro camino hacia la
pascua, tomarnos un tiempo para dedicarlo a releer y meditar este texto tan
denso e inagotable, para interrogarnos más profundamente sobre el misterio de
la persona de Jesús y adherirnos a él con mayor amor?
ORATIO
¡Ven, Espíritu Santo de
Dios!
Hemos endurecido nuestros
corazones como una piedra a causa de nuestro pertinaz orgullo, la violencia
finamente perpetrada, las grandes o pequeñas ambiciones que perseguimos a toda
costa. Cada día condenamos al Inocente a una muerte infame, cuando nos mueve un
principio distinto de el del amor. El mal que hacemos, quizás sin darnos
cuenta, aplasta hoy a los inocentes.
¡Ven, Espíritu Santo,
crea en nosotros un corazón nuevo!
Tú, luz santísima,
esclarece la conciencia, ilumina la inteligencia: pretendíamos conocer a Dios y
hemos despreciado a su Cristo en la multitud de pobres humillados por la vida
que, sin apariencia ni brillo, han pasado junto a nosotros.
¡Ven, Espíritu Santo,
crea en nosotros un corazón nuevo!
Dulce huésped del alma,
ayúdanos a descubrir el origen del Humilde que soportó en silencio la iniquidad
de todos nosotros sin avergonzarse de llamarnos "hermanos". Confórmanos
a él para que comprendamos la gracia de vivir como hijos del único Padre,
enviados por él con Cristo a llevar el amor a todo ser humano.
¡Ven, Espíritu Santo,
crea en nosotros un corazón nuevo!
CONTEMPLATIO
Tú eres el Cristo, Hijo
del Dios vivo. Tú eres el revelador de Dios invisible, el primogénito de toda
criatura, el fundamento de todo. Tú eres el Maestro de la humanidad. Tú eres el
Redentor: naciste, moriste y resucitaste por nosotros. Tú eres el centro de la
historia y del mundo. Tú eres quien nos conoce y nos ama. Tú eres el compañero
y amigo de nuestra vida. Tú eres el hombre del dolor y de la esperanza. Tú eres
aquel que debe venir y que un día será nuestro juez y, así esperamos, nuestra
felicidad. Nunca acabaría de hablar de ti. Tú eres luz y verdad; más aún: tú
eres "el camino, la verdad y
la vida" [...].
Tú eres el principio y el
fin: el alfa y la omega. Tú eres el rey del nuevo mundo. Tú eres el secreto de
la historia. Tú eres la clave de nuestro destino. Tú eres el mediador, el
puente entre la tierra y el cielo. Tú eres por antonomasia el Hijo del hombre,
porque eres el Hijo de Dios, eterno, infinito.
Tú eres nuestro Salvador.
Tú eres nuestro mayor bienhechor. Tú eres nuestro libertador. Tú eres necesario
para que seamos dignos y auténticos en el orden temporal y hombres salvados y
elevados al orden sobrenatural. Amén (Pablo VI, 29 noviembre 1970).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra:
"Aunque el justo
sufra muchos males, de todos lo libra el Señor" (Sal 33,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En la vida de Jesús, en su
vivir mediante el Padre, se hace presente el sentido intrínseco del mundo, que
se nos brinda como amor -de un amor que ama individualmente a cada uno de
nosotros- y, por el don incomprensible de este amor, sin caducidad, sin ofuscamiento
egoísta, hace la vida digna de vivirse. La fe es, pues, encontrar un tú que me
sostiene y que en la imposibilidad de realizar un movimiento humano da la
promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que
la otorga. La fe cristiana obtiene su linfa vital del hecho de que no sólo
existe objetivamente un sentido de la realidad, sino que este sentido está
personalizado en Uno que me conoce y me ama, de suerte que puedo confiar en él
con la seguridad de un niño que ve resueltos todos sus problemas en el
"tú" de su madre.
Todo esto no elimina la
reflexión. El creyente vivirá siempre en esa oscuridad, rodeado de la
contradicción de la incredulidad, encadenado como en una prisión de la que no
es posible huir. Y la indiferencia del mundo, que continúa impertérrito como si
nada hubiese sucedido, parece ser sólo una burla de sus esperanzas. ¿Lo eres
realmente? A hacernos esta pregunta nos obligan la honradez del
pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también
la ley interna del amor, que quisiera conocer más y más a quien ha dado su
"sí", para amarle más y más.
¿Lo eres realmente? Yo
creo en ti, Jesús de Nazaret, como sentido del mundo y de mi
vida (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca
1969, 57-58, passim).
http://www.mercaba.org/LECTIO/CUA/semana4_viernes.htm