miércoles, 9 de enero de 2013

En el verdadero amor, no hay espacio para el temor

¡Amor y paz!

Después de la multiplicación de los panes, Jesús ofrece otra manifestación de su misión calmando la tempestad sobre las aguas y caminando sobre ellas. 

Los discípulos experimentaron un gran miedo aquella noche, debido a que se enfrentaron a situaciones extraordinarias: confundieron a Jesús con un fantasma por caminar sobre el mar; y ordinarias, ya que debieron remar penosamente con el viento en contra. A veces también en nuestra vida tenemos que encarar fenómenos que nos hacen perder la serenidad y la paz. Es en esos momentos cuando más debemos reconocer que el Señor marcha junto a nosotros y recordar sus palabras: “ánimo, soy yo, no tengan miedo”.

Para esto, a los discípulos ayer y a nosotros hoy nos falta mucha oración y mucho amor. Jesús nos dio ejemplo de ambos. Orar fortalece nuestra fe y amar... ¡En el amor no hay lugar para el temor!, nos dice hoy San Juan.

Los invito, hermanos, a leer y meditar la primera lectura y el Evangelio que se proclaman hoy en las Eucaristías, así como el comentario, en este miércoles del tiempo de Navidad después de la Epifanía del Señor.

Dios los bendiga…

Epístola I de San Juan 4,11-18. 
Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él. La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él. En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. 
Evangelio según San Marcos 6,45-52. 
En seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida. 
Comentario

Hoy leemos uno de los últimos pasajes de la primera carta de Juan, al concluir el tiempo de Navidad-Epifanía. Vuelven a resonar en nuestros oídos las hermosas palabras de ayer: Dios es amor. Como una especie de resumen de todas las lecturas de estos días, se nos habla de que permanecemos en Dios, así no lo veamos nunca, cuando amamos; de que hemos recibido el Espíritu de Dios que nos mueve a confesar a Jesucristo como el Hijo de Dios encarnado; de que Dios nos ama irrevocablemente, como lo hemos celebrado y percibido celebrando esta Navidad.

Al final del pasaje, una afirmación trascendental: en el amor no hay temor. El amor de Dios nos libera del miedo y de la angustia que aquejan a tantos seres humanos. Angustias y temores causados por el remordimiento, el sentimiento de culpabilidad, la sensación de la propia impotencia, del fracaso existencial, el impacto del mal del mundo en nosotros y en quienes amamos. Pero la carta primera de Juan nos asegura que "el amor perfecto expulsa el temor", porque es comunión con Dios, fiel y misericordioso, que nos ha amado en Jesucristo

Ayer contemplábamos a Jesús predicando a la multitud que lo seguía y calmando su hambre. Hoy lo seguimos contemplando: despide a los discípulos, se retira a orar a solas en el monte, y cuando ve que bregan en el lago, contra las olas y los vientos, los alcanza caminando sobre el lago, los tranquiliza, pues creen ver un fantasma, entra a la barca y el viento se calma. Los discípulos no acaban de entender. Nosotros sí podemos entender: es que en Jesús, cuyo nacimiento acabamos de celebrar, se hace presente Dios con su poder y su misericordia. No quiere que suframos enfrentados a las fuerzas desencadenadas del mal; no quiere que estemos perplejos, sin entender. Viene a nosotros y su presencia calma los vientos amenazantes. La barca sobre el lago, los discípulos en ella, y con ellos Jesús, es una de las imágenes más hermosas de la Iglesia. Imagen que inspira confianza en los creyentes que se saben seguros al lado del Señor. No una confianza ingenua que nos excusa de bregar, de remar, de testimoniar lo que vemos y oímos.

Servicio Bíblico Latinoamericano