¡Amor y paz!
Sí, hermanos: la fe es un magnífico regalo de Dios que, como una semilla,
coloca Él en nuestro corazón. Sin embargo, como toda simiente, debe ser
cultivada con el fin de que crezca, se fortalezca y llegue a ser algún día una
fe verdadera, que nos permita encarar las diversas situaciones de la vida…
Esa tarea de cultivar nuestra fe implica que entendamos qué creemos y por
qué creemos y, por supuesto, que pidamos, a través de la oración, la ayuda de
Dios. Así lo hizo el padre que, hoy en el Evangelio, le lleva a Jesús su hijo
enfermo y endemoniado. En ocasiones, como hemos visto, el ser humano padece un
doble mal: corporal y espiritual, ante los cuales Jesús nos sana y nos redime.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en
este lunes de la VII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos 9,14-29.
Cuando volvieron a donde estaban los otros discípulos, los encontraron en medio de una gran multitud, discutiendo con algunos escribas. En cuanto la multitud distinguió a Jesús, quedó asombrada y corrieron a saludarlo. El les preguntó: "¿Sobre qué estaban discutiendo?". Uno de ellos le dijo: "Maestro, te he traído a mi hijo, que está poseído de un espíritu mudo. Cuando se apodera de él, lo tira al suelo y le hace echar espuma por la boca; entonces le crujen sus dientes y se queda rígido. Le pedí a tus discípulos que lo expulsaran pero no pudieron". "Generación incrédula, respondió Jesús, ¿hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportarlos? Tráiganmelo". Y ellos se lo trajeron. En cuanto vio a Jesús, el espíritu sacudió violentamente al niño, que cayó al suelo y se revolcaba, echando espuma por la boca. Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que está así?". "Desde la infancia, le respondió, y a menudo lo hace caer en el fuego o en el agua para matarlo. Si puedes hacer algo, ten piedad de nosotros y ayúdanos". "¡Si puedes...!", respondió Jesús. "Todo es posible para el que cree". Inmediatamente el padre del niño exclamó: "Creo, ayúdame porque tengo poca fe". Al ver que llegaba más gente, Jesús increpó al espíritu impuro, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo ordeno, sal de él y no vuelvas más". El demonio gritó, sacudió violentamente al niño y salió de él, dejándolo como muerto, tanto que muchos decían: "Está muerto". Pero Jesús, tomándolo de la mano, lo levantó, y el niño se puso de pie. Cuando entró en la casa y quedaron solos, los discípulos le preguntaron: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?". El les respondió: "Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración".
Comentario
¿Quién es el que dijo: “Creer es la capacidad de soportar dudas”? Algo de
esto acontecía en el padre, tan angustiado, que suplica de Jesús la curación de
su hijo epiléptico. Son tres verbos que retratan impecablemente a muchos de
nuestros contemporáneos: tengo fe-dudo-ayúdame. Y Jesús, además de descender a
la eficacia, sanándole, indica dos caminos, la oración y la confianza.
Sólo se cree lo que se espera, sólo se espera lo que se ama. Cuando el
enamorado proclama convencido: “Creo en ti”, está derrochando amor, confianza,
fidelidad, certeza, plenitud. Si digo “creo que lloverá”, navego en la duda; si
digo que creo en mi madre, la seguridad es suprema.
Para muchos de nosotros la fe en Jesús arranca en la familia. Primero
fueron los gestos: señalar un cuadro de la Virgen, el crucifijo, el Belén
familiar; luego la palabra, empezando por el “Jesusito de mi vida”; siempre, la
imitación de los padres, de los profesores, de los catequistas. Tristemente, no
siempre madurará bien esta semilla. Con frecuencia se agosta al crecer. No se
hace personal lo que comenzó social. Crecemos, y el traje se nos queda pequeño;
por eso adquirimos una talla más grande. Sin embargo, acaso pretendemos seguir
con las expresiones de fe que aprendimos en la infancia y, claro, no nos valen.
Y entonces no hacemos el esfuerzo de lograr una vivencia y formulación de la fe
de acuerdo con la edad, más crítica y más madura. Como no va a nuestra medida,
la abandonamos.
Y, encima, estamos embarcados en una marea de incredulidad. La fe no está
apoyada por la cultura dominante. En muchos países europeos, sobre todo en
España, nos llamamos socialmente cristianos y –oh paradoja- se favorece la
indiferencia religiosa. El ambiente cultural es personalista frente a la
tradición y pragmático frente al misterio. Los filósofos de la sospecha pesan
mucho todavía. Para Marx la religión es alienación porque proyecta en otro la
liberación del hombre y es ideología que justifica un orden injusto. De igual
manera, Freud pone el origen de la fe en las debilidades del hombre, que busca
en la religión un consuelo a sus frustraciones.
A cada uno de los creyentes y a toda la Iglesia les queda una tarea difícil
y apasionante: Purificar nuestra fe. Necesitamos una fe más ilustrada y, sobre
todo, urgen unas comunidades cuyo testimonio favorezca una fe más creíble, más
apetecible. Lo contrario ocurre cuando se abre el periódico y se ve a los
fundamentalistas religiosos encendiendo la guerra, o al jefe del imperio
atacante proclamando que Dios está con ellos. Moraleja: Sólo en Jesús podemos
tocar a Dios. Y a él seguimos suplicando: Creo, pero aumenta mi fe.
Conrado Bueno Bueno
Claretianos 2004
http://www.mercaba.org/
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