¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 34 del Tiempo Ordinario, ciclo B.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Ap 20,1-4.11-15):
Yo, Juan, vi un ángel que bajaba del cielo con la llave del
abismo y una cadena grande en la mano. Sujetó al dragón, la antigua serpiente,
o sea, el Diablo o Satanás, y lo encadenó por mil años; lo arrojó al abismo,
echó la llave y puso un sello encima, para que no extravíe a las naciones antes
que se cumplan los mil años. Después tiene que ser desatado por un poco de
tiempo.
Vi unos tronos y se sentaron sobre ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi
también las almas de los decapitados por el testimonio de Jesús y la palabra de
Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen y no habían recibido
su marca en la frente ni en la mano. Estos volvieron a la vida y reinaron con
Cristo mil años.
Vi un trono blanco y grande, y al que estaba sentado en él. De su presencia
huyeron cielo y tierra, y no dejaron rastro. Vi a los muertos, pequeños y
grandes, de pie ante el trono. Se abrieron los libros y se abrió otro libro, el
de la vida. Los muertos fueron juzgados según sus obras, escritas en los libros.
El mar devolvió a sus muertos, Muerte y Abismo devolvieron a sus muertos, y
todos fueron juzgados según sus obras. Después, Muerte y Abismo fueron
arrojados al lago de fuego —el lago de fuego es la muerte segunda—. Y si
alguien no estaba escrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego.
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera
tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva
Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa
que se ha adornado para su esposo.
Salmo responsorial: 83
R/. He aquí la morada de Dios entre los hombres.
Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi
corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.
Hasta el gorrión ha encontrado una casa; la golondrina, un nido donde colocar
sus polluelos: tus altares, Señor del universo, Rey mío y Dios mío.
Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Dichoso el que encuentra
en ti su fuerza. Caminan de baluarte en baluarte.
Versículo antes del Evangelio (Lc 21,28):
Aleluya. Estad atentos y levantad la cabeza, porque se acerca la hora de vuestra liberación, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 21,29-33):
En aquel tiempo, Jesús puso a sus discípulos esta comparación: «Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya echan brotes, al verlos, sabéis que el verano está ya cerca. Así también vosotros, cuando veáis que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».
Comentario
Hoy somos invitados por Jesús a ver las señales que se
muestran en nuestro tiempo y época y, a reconocer en ellas la cercanía del
Reino de Dios. La invitación es para que fijemos nuestra mirada en la higuera y
en otros árboles —«Mirad la higuera y todos los árboles» (Lc 21,29)— y para
fijar nuestra atención en aquello que percibimos que sucede en ellos: «Al
verlos, sabéis que el verano está ya cerca» (Lc 21,30). Las higueras empezaban
a brotar. Los brotes empezaban a surgir. No era apenas la expectativa de las
flores o de los frutos que surgirían, era también el pronóstico del verano, en
el que todos los árboles "empiezan a brotar".
Según Benedicto XVI, «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto
de realismo». En efecto, «realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el
fundamento de todo». Esa Palabra viva que nos muestra el verano como señal de
proximidad y de exuberancia de la luminosidad es la propia Luz: «Cuando veáis
que sucede esto, sabed que el Reino de Dios está cerca» (Lc 21,31). En ese
sentido, «ahora, la Palabra no sólo se puede oír, no sólo tiene una voz, sino
que tiene un rostro (...) que podemos ver: Jesús de Nazaret» (Benedicto XVI).
La comunicación de Jesús con el Padre fue perfecta; y todo lo que Él recibió
del Padre, Él nos lo dio, comunicándose de la misma forma con nosotros. De esta
manera, la cercanía del Reino de Dios, —que manifiesta la libre iniciativa de
Dios que viene a nuestro encuentro— debe movernos a reconocer la proximidad del
Reino, para que también nosotros nos comuniquemos con el Padre por medio de la
Palabra del Señor —Verbum Domini—, reconociendo en todo ello la realización de
las promesas del Padre en Cristo Jesús.
Diácono D. Evaldo PINA FILHO (Brasilia, Brasil)
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