¡Amor y paz!
Orar. Orar siempre y sin desfallecer. Y esto porque
la oración en el hombre de fe equivale a la respiración que nos conserva vivos.
Sin la oración el hombre fácilmente es presa del pecado y muere para Dios. Por
eso incluso nuestra vida ordinaria debe convertirse en una continua alabanza
del Nombre de Dios.
Y hemos de ser constantes en la oración, a pesar de
que sabemos que Dios sabe lo que necesitamos aún antes de que se lo pidamos.
Pidámosle su Espíritu Santo; roguémosle que nos perdone y nos justifique para
que seamos dignos hijos suyos. Ojalá y nos mantengamos firmes en la fe para que
podamos permanecer de pie cuando venga el Hijo del hombre, encontrándonos en
vela y oración trabajando por su Reino.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este sábado de la 32ª. Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San
Lucas 18,1-8.
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Comentario
Igual que todas las personas, los cristianos seguimos
insertos en el mundo cumpliendo con nuestros deberes diarios, poniendo el mejor
de nuestros esfuerzos para darle su verdadera dimensión a la vida terrena. Sin
embargo, sabiendo que pisamos la tierra y que trabajamos responsablemente en
ella, no nos olvidemos de tener la mirada puesta en el Cielo. Así, no sólo nos
preocuparemos por llevar a nuestro mundo a su plena realización, sino que,
guiados por nuestra fe en Cristo e impulsados por la presencia de su Espíritu
Santo en nosotros, nos esforzaremos decididamente por hacer realidad entre
nosotros, ya desde esta vida, el Reino de Dios para que llegue a nosotros con
toda su fuerza. Esto requiere de nosotros una continua conversión para caminar,
no conforme a los criterios mundanos, sino conforme a los criterios de Dios.
Aunado a la conversión debe estar en nosotros el
espíritu de comunión, que nos ayude a permanecer firmemente anclados en el amor
a Cristo y en el amor fraterno, aceptando libre, pero responsablemente, todas
sus consecuencias.
Y, finalmente, hemos de vivir la solidaridad con
nuestro prójimo, tanto haciendo nuestros sus dolores, esperanzas y sufrimientos
para remediarlos, como convirtiéndonos en colaboradores, junto con todos los
hombres de buena voluntad, en la construcción de un mundo más fraterno, más
maduro en la paz y más solidario en la justicia social.
Homiliacatolica.com
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