¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a
leer y meditar la Palabra de Dios, en este Domingo 4º del Tiempo Ordinario - Ciclo C.
Dios
nos bendice...
Primera lectura
Lectura del libro de
Jeremías (1,4-5.17-19):
EN los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—».
Palabra de Dios
EN los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—».
Palabra de Dios
Salmo
Sal
70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
V/. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame. R/.
V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.
V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.
V/. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.
R/. Mi boca contará tu salvación, Señor.
V/. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame. R/.
V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.
V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.
V/. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera
carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):
Hermanos:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Palabra de Dios
Hermanos:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo
evangelio según san Lucas (4,21-30):
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor
En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.
Palabra del Señor
Comentario
El relato del Evangelio es
la continuación del correspondiente al domingo pasado, en el cual, con base en
el libro profético de Isaías, Jesús se presentaba ante sus coterráneos como el
Mesías, es decir, el ungido enviado por Dios para darles una “buena noticia” de
liberación a los pobres y oprimidos.
1. “¿No es éste el hijo
de José?”
Esta pregunta, que aparece
varias veces en los Evangelios, corresponde a la incredulidad de quienes habían
visto crecer a Jesús en Nazaret como “el hijo del carpintero”, que
había mantenido antes entre sus vecinos lo que hoy diríamos “un bajo perfil” y
ahora se presentaba nada menos que como el mismo Mesías prometido por los
profetas bíblicos.
Es curioso el contraste
entre la actitud inicial y el comportamiento final de quienes escuchaban a
Jesús. Primero, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de
las palabras de gracia que salían de sus labios”, y luego, cuando Jesús les
dice lo que les incomoda, reaccionan contra él: “Al oír esto, todos en
la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un
barranco (…) con intención de despeñarlo”. La razón de este contraste
parece ser la exigencia que le hacían de señales prodigiosas para creer, cuando
el orden debido es al revés: es la disposición de fe la que hace posible
experimentar la acción milagrosa del Señor.
Algo parecido puede
suceder entre nosotros. No basta aceptar intelectualmente la palabra de Dios.
Necesitamos tener fe para ponernos humildemente en sus manos, sin exigirle que
demuestre su poder como si fuera un mago espectacular. Ese no es el verdadero
poder de Dios. Su verdadero poder es el del amor, un amor tal como lo describe
la 1ª Carta de Pablo a los Corintios (12,31 – 13,13), en cuyo texto podemos
cambiar la palabra “amor” por la palabra “Dios” y su sentido sigue siendo el
mismo, precisamente porque Dios es Amor.
2. “Les aseguro que
ningún profeta es bien mirado en su tierra”
Esta aseveración de Jesús,
a la que alude el proverbio popular actual “nadie es profeta en su tierra”,
expresa una realidad continuamente verificable en la vida cotidiana. No resulta
fácil para quienes han visto crecer a alguien y conocido su familia, todavía
menos si es pobre y humilde, reconocer después en esa persona algo más de lo
que se supone que debería ser por su origen. No pueden ver más allá de sus
prejuicios. Y lo mismo suele ocurrir en la actualidad: los prejuicios impiden
reconocer lo que son en verdad las personas.
Por otra parte, Jesús,
presentándose a sí mismo como un profeta, es decir, como quien
habla en nombre de Dios (que es lo que significa este término), evoca a dos
profetas bíblicos conocidos por lo que se cuenta de ellos en los libros I y II
de los Reyes: Elías y su discípulo Eliseo, quienes vivieron en el siglo VIII
antes de Cristo y fueron rechazados por sus coterráneos porque su mensaje les
resultaba incómodo, pues se habían opuesto a la idolatría que pretendía poner la
divinidad al servicio de intereses egoístas de poder terrenal, lo cual llevaba
inevitablemente a situaciones de injusticia social. Aquellos dos profetas
habían invitado a los habitantes de Israel a creer en el Dios único creador del
universo, que no abandona a sus hijos que confían en él y ajustan su
comportamiento a las exigencias de justicia y de opción por los oprimidos que
exige esa misma fe. Sin embargo, mientras sus propios paisanos los rechazaban,
los extranjeros que sí se reconocían necesitados de salvación acogían sus
enseñanzas, y por eso pudieron experimentar en sus vidas la acción amorosa y
transformadora de Dios.
La primera lectura de este
domingo, tomada del libro de Jeremías (1, 4-5-17-19), nos presenta la vocación
o llamamiento que recibió este otro profeta de parte de Dios para cumplir con
una misión que ciertamente no sería fácil de realizar, sino que encontraría
resistencias e incomprensiones, y en este sentido tanto Jeremías como los demás
profetas del Antiguo Testamento son prefiguraciones de lo que iba a suceder con
Jesús.
3. Jesús se abrió paso
entre ellos y se alejó
Este desenlace del relato
del Evangelio nos pone de presente la autoridad de Jesús, distinta del falso
poder de los milagreros o magos tipo “showmen”, obradores de prodigios
espectaculares. Una de las características de Jesús es su libertad frente a
quienes lo criticaban, concretamente los líderes religiosos de aquel tiempo,
los engreídos doctores de la Ley, que seguramente fueron quienes azuzaron a sus
coterráneos de Nazaret para llevarlo al despeñadero, como azuzarían al pueblo
en Jerusalén unos tres años más tarde para hacerlo condenar a la muerte de
cruz.
Jesús, en efecto, iba a
entregar su vida como consecuencia del rechazo de quienes se oponían a sus
enseñanzas, pero lo iba a hacer con plena libertad, en el momento en que él lo
decidiera. Esto es lo que parece querer mostrar el evangelista. Con este
ejemplo de libertad, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por la búsqueda de
una aceptación de los demás renunciando a nuestros principios y convicciones, a
nuestros deberes éticos y a las implicaciones de confrontación que muchas veces
nos exige la misión que cada quien tiene que cumplir en la vida. Pidámosle
entonces al Señor que nos dé siempre la energía del Espíritu Santo para afirmar
nuestros valores y asumir nuestros deberes con valentía, hasta las últimas
consecuencias´
El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.