domingo, 3 de febrero de 2019

“Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”


¡Amor y paz!

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este Domingo 4º del Tiempo Ordinario - Ciclo C.

Dios nos bendice...

Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (1,4-5.17-19):

EN los días de Josías, el Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones.
Tú cíñete los lomos:
prepárate para decirles todo lo que yo te mande.
No les tengas miedo,
o seré yo quien te intimide.
Desde ahora te convierto en plaza fuerte,
en columna de hierro y muralla de bronce,
frente a todo el país:
frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y al pueblo de la tierra.
Lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte
—oráculo del Señor—».

Palabra de Dios
Salmo
Sal 70,1-2.3-4a.5-6ab.15ab.17

R/.
 Mi boca contará tu salvación, Señor.

V/. A ti, Señor, me acojo:
no quede yo derrotado para siempre.
Tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo,
inclina a mí tu oído y sálvame. R/.

V/. Sé tú mi roca de refugio,
el alcázar donde me salve,
porque mi peña y mi alcázar eres tú.
Dios mío, líbrame de la mano perversa. R/.

V/. Porque tú, Señor, fuiste mi esperanza
y mi confianza, Señor, desde mi juventud.
En el vientre materno ya me apoyaba en ti,
en el seno tú me sostenías. R/.

V/. Mi boca contará tu justicia,
y todo el día tu salvación,
Dios mío, me instruiste desde mi juventud,
y hasta hoy relato tus maravillas. R/.

Segunda lectura

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (12,31–13,13):

Hermanos:
Ambicionad los carismas mayores. Y aún os voy a mostrar un camino más excelente.
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde.
Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada.
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; si entregara mi cuerpo a las llamas, pero no tengo amor, de nada me serviría.
El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca.
Las profecías, por el contrario, se acabarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se acabará.
Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos; mas, cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará.
Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.
En una palabra, quedan estas tres: la fe, la esperanza y el amor. La más grande es el amor.

Palabra de Dios

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Lucas (4,21-30):

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es este el hijo de José?».
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: “Médico, cúrate a ti mismo”, haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún».
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y seguía su camino.

Palabra del Señor

Comentario

El relato del Evangelio es la continuación del correspondiente al domingo pasado, en el cual, con base en el libro profético de Isaías, Jesús se presentaba ante sus coterráneos como el Mesías, es decir, el ungido enviado por Dios para darles una “buena noticia” de liberación a los pobres y oprimidos.

1. “¿No es éste el hijo de José?”

Esta pregunta, que aparece varias veces en los Evangelios, corresponde a la incredulidad de quienes habían visto crecer a Jesús en Nazaret como “el hijo del carpintero”, que había mantenido antes entre sus vecinos lo que hoy diríamos “un bajo perfil” y ahora se presentaba nada menos que como el mismo Mesías prometido por los profetas bíblicos.

Es curioso el contraste entre la actitud inicial y el comportamiento final de quienes escuchaban a Jesús. Primero, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”, y luego, cuando Jesús les dice lo que les incomoda, reaccionan contra él: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco (…) con intención de despeñarlo”. La razón de este contraste parece ser la exigencia que le hacían de señales prodigiosas para creer, cuando el orden debido es al revés: es la disposición de fe la que hace posible experimentar la acción milagrosa del Señor.

Algo parecido puede suceder entre nosotros. No basta aceptar intelectualmente la palabra de Dios. Necesitamos tener fe para ponernos humildemente en sus manos, sin exigirle que demuestre su poder como si fuera un mago espectacular. Ese no es el verdadero poder de Dios. Su verdadero poder es el del amor, un amor tal como lo describe la 1ª Carta de Pablo a los Corintios (12,31 – 13,13), en cuyo texto podemos cambiar la palabra “amor” por la palabra “Dios” y su sentido sigue siendo el mismo, precisamente porque Dios es Amor.

2. “Les aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra”

Esta aseveración de Jesús, a la que alude el proverbio popular actual “nadie es profeta en su tierra”, expresa una realidad continuamente verificable en la vida cotidiana. No resulta fácil para quienes han visto crecer a alguien y conocido su familia, todavía menos si es pobre y humilde, reconocer después en esa persona algo más de lo que se supone que debería ser por su origen. No pueden ver más allá de sus prejuicios. Y lo mismo suele ocurrir en la actualidad: los prejuicios impiden reconocer lo que son en verdad las personas.

Por otra parte, Jesús, presentándose a sí mismo como un profeta, es decir, como quien habla en nombre de Dios (que es lo que significa este término), evoca a dos profetas bíblicos conocidos por lo que se cuenta de ellos en los libros I y II de los Reyes: Elías y su discípulo Eliseo, quienes vivieron en el siglo VIII antes de Cristo y fueron rechazados por sus coterráneos porque su mensaje les resultaba incómodo, pues se habían opuesto a la idolatría que pretendía poner la divinidad al servicio de intereses egoístas de poder terrenal, lo cual llevaba inevitablemente a situaciones de injusticia social. Aquellos dos profetas habían invitado a los habitantes de Israel a creer en el Dios único creador del universo, que no abandona a sus hijos que confían en él y ajustan su comportamiento a las exigencias de justicia y de opción por los oprimidos que exige esa misma fe. Sin embargo, mientras sus propios paisanos los rechazaban, los extranjeros que sí se reconocían necesitados de salvación acogían sus enseñanzas, y por eso pudieron experimentar en sus vidas la acción amorosa y transformadora de Dios.

La primera lectura de este domingo, tomada del libro de Jeremías (1, 4-5-17-19), nos presenta la vocación o llamamiento que recibió este otro profeta de parte de Dios para cumplir con una misión que ciertamente no sería fácil de realizar, sino que encontraría resistencias e incomprensiones, y en este sentido tanto Jeremías como los demás profetas del Antiguo Testamento son prefiguraciones de lo que iba a suceder con Jesús.

3. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó

Este desenlace del relato del Evangelio nos pone de presente la autoridad de Jesús, distinta del falso poder de los milagreros o magos tipo “showmen”, obradores de prodigios espectaculares. Una de las características de Jesús es su libertad frente a quienes lo criticaban, concretamente los líderes religiosos de aquel tiempo, los engreídos doctores de la Ley, que seguramente fueron quienes azuzaron a sus coterráneos de Nazaret para llevarlo al despeñadero, como azuzarían al pueblo en Jerusalén unos tres años más tarde para hacerlo condenar a la muerte de cruz.

Jesús, en efecto, iba a entregar su vida como consecuencia del rechazo de quienes se oponían a sus enseñanzas, pero lo iba a hacer con plena libertad, en el momento en que él lo decidiera. Esto es lo que parece querer mostrar el evangelista. Con este ejemplo de libertad, Jesús nos invita a no dejarnos llevar por la búsqueda de una aceptación de los demás renunciando a nuestros principios y convicciones, a nuestros deberes éticos y a las implicaciones de confrontación que muchas veces nos exige la misión que cada quien tiene que cumplir en la vida. Pidámosle entonces al Señor que nos dé siempre la energía del Espíritu Santo para afirmar nuestros valores y asumir nuestros deberes con valentía, hasta las últimas consecuencias´

El mensaje del Domingo
Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J.