sábado, 20 de abril de 2013

«Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna»

¡Amor y paz!

En la lectura del evangelio según San Juan, la culminación del discurso eucarístico del capítulo 6º, ahora le toca el turno a los discípulos, de asumir o rechazar la Palabra de Jesús. Como ayer habíamos leído que habían reaccionado los judíos en general, a los discípulos también les parece duro el lenguaje del Señor. Ese realismo crudo con el que ha hablado de comer su carne y beber su sangre.

Si en estos días reflexionábamos acerca de cuál es nuestra actitud ante la Eucaristía, hoy cabe preguntarnos lo mismo sobre la Palabra de Dios.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 3ª. Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 6,60-69.

Al escucharlo, cierto número de discípulos de Jesús dijeron: « ¡Este lenguaje es muy duro! ¿Quién querrá escucharlo? “Jesús se dio cuenta de que sus discípulos criticaban su discurso y les dijo: «¿Les desconcierta lo que he dicho? ¿Qué será, entonces, cuando vean al Hijo del Hombre subir al lugar donde estaba antes? El espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién lo iba a entregar. Y agregó: «Como he dicho antes, nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» A partir de entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y dejaron de seguirlo. Jesús preguntó a los Doce: «¿Quieren marcharse también ustedes?» Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»

Comentario

    La Sagrada Escritura contiene la  palabra de Dios, y en cuanto inspirada es realmente palabra de Dios; por eso la Escritura debe ser el alma de la teología. El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos...

    El Santo Sínodo recomienda insistentemente a todos los fieles, la lectura asidua de la Escritura para que adquieran “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8), pues “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo (S. Jerónimo). Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre, pues “a Dios hablamos cuando oramos, a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras” (S. Ambrosio)...

    Que de este modo, por la lectura y estudio de los Libros sagrados, “se difunda y brille la palabra de Dios” (2Tes 3,1); que el tesoro de la revelación encomendado a la Iglesia vaya llenando los corazones de los hombres. Y como la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico, así es de esperar que recibirá nuevo impulso de vida espiritual con la redoblada devoción a la palabra de Dios, “que dura para siempre” (Is 40,8; 1P 1,23).

Concilio Vaticano II
Constitución dogmática sobre la Divina Revelación (Dei Verbum), § 24-26
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