martes, 25 de octubre de 2011

El Reino de Dios está abierto a todas las personas

¡Amor y paz!

El Evangelio nos trae hoy  un extracto del discurso en parábolas de Jesús acerca del Reino de Dios. Igual que Mt 13, 31-33, Lucas aporta dos parábolas que presentan un marcado paralelismo: la parábola del grano de mostaza y la de la levadura.

El Reino en esta comparación está destinado a ser un espacio donde todos los seres humanos son acogidos, especialmente los que se hallan más alejados o marginados.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la XXX semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 13,18-21.
Jesús dijo entonces: "¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas".  Dijo también: "¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa".
Comentario

a) El Evangelio permite comprender la perspectiva en que se sitúan los evangelistas: quieren subrayar claramente que el signo de Dios crece en extensión (el grano de mostaza sobre el que vienen a anidar los pájaros) y en intensidad (la levadura en la masa).

b) Las parábolas, sin embargo, no se fijan en el crecimiento, sino sobre todo en el estadio final: el árbol que cobija las aves y la masa fermentada, que es lo que les da un valor escatológico.

La abundancia escatológica se manifiesta en lo exagerado de ciertos aspectos: el mostacero no puede llegar a ser un árbol grande, ni ninguna mujer puede llegar a amasar tres medidas de harina. Además, el árbol es una imagen clásica (Dan 4; Ez 17, 22-24; 31, 3-9) de un reinado que ha llegado a su apoteosis.

c) Tal vez las dos parábolas sirven para animar al pequeño rebaño que rodea a Cristo: lo caduco de sus medios no es una razón para que el signo de Dios no pueda ser inaugurado.

San Lucas, como, por otra parte, los demás evangelistas y San Pablo, se admira cuando describe las riquezas de las que participan los cristianos o cuando evoca el poder de los que participan los cristianos o cuando evoca el poder del Espíritu que actúa en las comunidades cristianas o en la acción evangelizadora. Los primeros cristianos tienen conciencia de ser hombres colmados de toda suerte de bendiciones.

Pero es necesario examinar cuidadosamente de qué naturaleza es esta abundancia mesiánica. La saciedad que produce no tiene nada que ver con la satisfacción de los ricos; antes bien, es fuente de responsabilidad, es una riqueza que se ofrece a hombres libres, llamados a ajustarse a ella apoyándose en Jesucristo. La abundancia del Reino es un don totalmente gratuito de Dios; pero no se puede recibir sin hacer nada. Exige una tarea que hay que cumplir y se realiza en un proceso de crecimiento. Decir que participamos de la abundancia es afirmar que todo se cumplió en Jesucristo resucitado, pero al mismo tiempo es afirmar que todo está por cumplir. El Reino escatológico es una obra por hacer, un edificio por construir, un proyecto de catolicidad que se ha de realizar progresivamente.

Además, el dogma fundamental de este crecimiento en y hacia la abundancia es, paradójicamente, una ley de pobreza. San Pablo es el primero en insistir en el contraste entre la riqueza que posee y la pobreza que se le ofrece. El Cuerpo de Cristo crece mediante nuestra debilidad y, a veces, bajo las apariencias del fracaso.

De todas formas lo esencial de esta obra es invisible para nuestros ojos. El proyecto de catolicidad se realiza bajo el signo de la "semilla" y de la "levadura". El verdadero crecimiento no se ve. Si se mira externamente el crecimiento de la Iglesia, el hombre puede concluir que es un fracaso. Pero el verdadero fracaso sería que la Iglesia reaccionara como una potencia de este mundo y que la eficacia con la que sueñan los cristianos tomara las normas y recursos de este mundo.

Finalmente, la abundancia del Reino y el crecimiento activo que suscita constituye la fuente última de un crecimiento de valores humanos conforme al Evangelio. Aquí abajo hay una "abundancia" real que merece la pena ser buscada por el hombre: la fraternidad entre los hombres. La conquista de toda otra riqueza debe estar subordinada a la búsqueda de esta paz.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUÍA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VIII
MAROVA MADRID 1969.Pág 193