martes, 30 de abril de 2013

“Les dejo la paz, les doy mi paz”, dice Jesús

¡Amor y paz!

En el clima de despedida de Jesús, hay una preocupación lógica por el futuro. Y Jesús los tranquiliza: «la paz os dejo, mi paz os doy». Eso sí, no es una paz barata, sino una paz que viene de lo alto: «no os la doy yo como la da el mundo».

La consigna de Jesús es clara: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Es verdad que «me voy», pero «vuelvo a vuestro lado: si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre».

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la V Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 14,27-31a. 
Les dejo la paz, les doy mi paz. La paz que yo les doy no es como la que da el mundo. Que no haya en ustedes angustia ni miedo. Saben que les dije: Me voy, pero volveré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían de que me vaya al Padre, pues el Padre es más grande que yo. Les he dicho estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, pues se está acercando el príncipe de este mundo. En mí no encontrará nada suyo, pero con esto sabrá el mundo que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha encomendado hacer. Ahora levántense y vayámonos de aquí.
Comentario

La paz y la seguridad que Jesús promete a los suyos deriva de la unión íntima que él tiene con el Padre: él ama al Padre, cumple lo que le ha encargado el Padre y ahora vuelve al Padre. Desde esa existencia postpascual es como «volverá» a los suyos y les apoyará y les dará su paz.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...».

También ahora necesitamos esta paz. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Como en la de los apóstoles contemporáneos de Jesús. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.

Esta presencia siempre activa del Resucitado en nuestra vida la experimentamos de un modo privilegiado en la comunión. Pero también en los demás momentos de nuestra jornada: «yo estoy con vosotros todos los días», «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo», «lo que hiciereis a uno de ellos, a mí me lo hacéis». La presencia del Señor es misteriosa y sólo se entiende a partir de su ida al Padre, de su existencia pascual de Resucitado: «me voy y vuelvo a vuestro lado».

A veces podemos experimentar más la ausencia de Cristo que su presencia. Puede haber «eclipses» que nos dejan desconcertados y llenos de temor y cobardía. Como también en el horizonte de la última cena se cernía la «hora del príncipe de este mundo», que llevaría a Cristo a la muerte. Pero la muerte no es la última palabra. Por eso estamos celebrando la alegría de la Pascua. También Cristo encontró la paz y el sentido pleno de su vida en el cumplimiento de la voluntad de su Padre, aunque le llevara a la muerte.

Escuchemos la palabra serenante del Señor: «no tiemble vuestro corazón ni se acobarde». Si estamos celebrando bien la Cincuentena Pascual, deberíamos haber crecido ya notoriamente en la paz que nos comunica el Resucitado, venciendo toda turbación y miedo.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 105-107

lunes, 29 de abril de 2013

“El que me ama guarda mis palabras y mi Padre lo amará”

¡Amor y paz!

Toda esta semana meditaremos el "discurso después de la Cena". Esas palabras de Jesús, en el relato de san Juan, siguen inmediatamente el anuncio de la negación de Pedro, portavoz del grupo de los discípulos (Jn 13, 38). Un malestar profundo invade a estos hombres. Temen lo peor. Y es verdad que mañana Jesús será torturado. Jesús experimenta también esta turbación.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la V Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 14,21-26.
El que guarda mis mandamientos después de recibirlos, ése es el que me ama. El que me ama a mí será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él.» Judas, no el Iscariote, le preguntó: «Señor, ¿por qué hablas de mostrarte a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. En ton ces vendremos a él para poner nuestra morada en él.  El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado. Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes. En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
Comentario

a) A veces el evangelio nos invita a creer en Jesús. Hoy nos invita a amarle y a seguir sus caminos. Cuando Jesús se vaya -y en esta cena se está despidiendo de sus discípulos- ¿cómo se podrá decir que permanecemos en él, que creemos en él y le amamos de veras? Jesús nos da la pista: «el que me ama guardará mi palabra», «el que no me ama no guardará mis palabras».

Pero este amor tiene consecuencias inesperadas, una admirable intercomunión con Cristo y con el Padre: «al que me ama lo amará mi Padre y lo amaré yo», «mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él».

Y aún más: Jesús nos anuncia al Espíritu Santo como protagonista en nuestra vida de fe. Le llama «Paráclito», o sea, Abogado, Defensor. Le llama Maestro («él os enseñará todo»), y también «Memoria» («os irá recordando todo lo que os he dicho»).

b) Pascua es algo más que alegrarnos por la resurrección de Jesús. El Resucitado nos invita a una comunión vital: nuestra fe y nuestro amor a Jesús nos introduce en un admirable intercambio. Dios mismo hace su morada en nosotros, nos convertimos en templos de Dios y de su Espíritu.

Nos invita también a permanecer atentos al Espíritu, nuestro verdadero Maestro interior, nuestra memoria: el que nos va revelando la profundidad de Dios, el que nos conecta con Cristo. El Catecismo de la Iglesia Católica dedica unos números sabrosos (1091-1112) al papel del Espíritu en nuestra vida de fe. Lo llama «pedagogo» de nuestra fe, porque él es quien nos prepara para el encuentro con Cristo y con el Padre, el que suscita nuestra fe y nuestro amor, y el que «recuerda a la asamblea todo lo que Cristo ha hecho por nosotros: él despierta la memoria de la Iglesia».

La Pascua la estamos celebrando y viviendo bien si se nota que vamos entrando en esta comunión de vida con el Señor y nos dejamos animar por su Espíritu.

Cuando celebramos la Eucaristía y recibimos a Cristo Resucitado como alimento de vida, se produce de un modo admirable esa «interpermanencia» de vida y de amor: «quien come mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en mí y yo en él... Igual que yo vivo por el Padre, el que me coma vivirá por mi» (Jn 6, 56-57).

En la Eucaristía se cumple, por tanto, el efecto central de la Pascua, con esta comunicación de vida entre Cristo y nosotros, y, a través de Cristo, con el Padre.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 102-104

domingo, 28 de abril de 2013

«Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado»

¡Amor y paz!

Según las estadísticas más recientes de que dispongo (Análisis digital, 2012), uno de cada tres habitantes del planeta es cristiano. De los 2.180 millones de cristianos, la mitad son católicos (1.094 millones de personas); un tercio, protestantes (800 millones); un 12%, ortodoxos (260 millones); y el 1%, cristianos de otras confesiones (28 millones).

Sin embargo,  hay que decir que entre los mismos cristianos hay mucho odio y parece más fácil hacer dialogar a un cristiano con un musulmán o con un judío, que a un católico con un integrante de una de las tantísimas sectas que dicen llamarse ‘cristianas’.

Todo lo contrario de lo que nos pidió Jesús, según el Evangelio de hoy: «En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros.» ¡Cuán distinta sería la situación mundial si uno de cada tres habitantes de este planeta acogiera la voluntad de Dios y se comportara como hermano del otro!

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Quinto Domingo de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 13,31-33a.34-35.
Cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. Por lo tanto, Dios lo va a introducir en su propia Gloria, y lo glorificará muy pronto. Hijos míos, yo estaré con ustedes por muy poco tiempo. Me buscarán, y como ya dije a los judíos, ahora se lo digo a ustedes: donde yo voy, ustedes no pueden venir. Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado. En esto reconocerán todos que son mis discípulos: en que se aman unos a otros.»
Comentario

Hay clubes y asociaciones de todos tipos y para todos los gustos: deportivos y culturales, políticos, sociales y económicos, de profesionales y de aficionados, de élites y populares, de actividades manuales e intelectuales, para el ocio, para el negocio y altruistas; el abanico de posibilidades es tan amplio como la capacidad imaginativa de las personas y el interés por asociarse... para lo que sea.

Todos ellos tienen sus normas, escritas o implícitas, sus esquemas de actuación, su organización y sus actividades; y, sobre todo, tienen un elemento que los identifica; un emblema, un anagrama, una bandera, un escudo; en definitiva: una señal de reconocimiento e identidad.

Los cristianos, como grupo social amplio y con una historia larga y muy variada, también hemos tenido nuestros signos de identidad.

Uno de los primeros fue el pez, por razones de sobras conocidas; terminada la época de persecuciones, este signo pasó a ser elemento decorativo y como tal pervive hoy entre nosotros. Pero, por encima de todos los signos, los cristianos hemos adoptado la señal de la cruz (precisamente la que apenas era utilizable en los primeros siglos, o incluso era empleada para burla de los cristianos, "ateos que adoraban a un criminal crucificado").

Es cierto que la cruz es una señal inequívoca, digna, de categoría; hay un algo de misterioso en la cruz que siempre nos transporta, al contemplarla, a otra realidad. No puede ser simple casualidad que sea la de Cristo Crucificado la imagen más realizada en el arte cristiano. Es bueno que la cruz esté siempre presente en nuestra vida; la cruz, para quien sabe leerla, dice muchas cosas sobre Dios, sobre los hombres, sobre la sociedad, sobre la historia... 

Probablemente la cruz es la lección gráfica más breve y más profunda sobre el hombre y sobre Dios. Pero, como decíamos, hay que saber leerla. No podemos olvidar que la cruz, originalmente, era uno de los sistemas de ejecución utilizado por Roma para imponer su autoridad y su fuerza, y destinado especialmente para delincuentes comunes y delincuentes políticos (el texto del letrero sobre la cruz: "Jesús Nazareno, rey de los judíos", tantas veces disuelto en un aséptico "INRI" o traicionado en un "rey de nuestros corazones").

Por más que nosotros hayamos convertido el madero de ejecución en joya colgada al pecho o adorno en las paredes, la cruz es para nosotros lo que es porque en ella fue ejecutado Jesús. Y, puesto que es para nosotros un signo de identidad, al respeto y cariño con que la lucimos en nuestros pechos o en nuestras casas debemos unir siempre un exacto y profundo conocimiento de su significado real. De lo contrario la estaríamos convirtiendo en un símbolo vacío; pero la cruz es algo muy serio como para que frivolicemos con ella.

Sin embargo, sin desdeñar el signo de la cruz (antes bien, esforzándonos por revalorizarlo en el sentido, ya indicado, de un mejor conocimiento de lo que la cruz es y significa), no podemos olvidar que el propio Jesús nos dejó, explícitamente, otro signo, otra señal por la que los suyos debemos ser reconocidos. Una señal que, esta vez sí, es más difícil corromper haciéndola joya o adorno (aunque también en ocasiones la hemos convertido en un paternalismo bien lejano del verdadero amor): "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será que os améis unos a otros" (/Jn/13/35). Así de claro, así de sencillo, sin paliativos, sin que podamos hacer exóticas interpretaciones que edulcoren y suavicen el signo: "que os améis unos a otros"; la cruz podemos traicionarla, podemos hacerla "light" (como casi todo en nuestros días); el amor, no, porque un amor "light" ya no es amor ni es nada; y si no hay amor, no hay señal y no hay cristiano.

No sería superfluo tener un conocimiento lo más exacto posible de cómo nos ven los no creyentes a los cristianos, cuál es la impresión, la imagen que tienen de nosotros: es verdad que encontraríamos muchos elementos negativos puramente subjetivos, fruto de un fracaso personal, de una mala experiencia aislada, de unos hechos concretos e individuales que no se pueden generalizar; pero también es verdad que muchos de los defectos que, sin duda, nos echarían en cara tendrían un más que sobrado fundamento.

No son pocos los que, al oír hablar de cristianismo, de fe o religión, en seguida les viene a la cabeza la sotana, la mitra, una aglomeración de gente a la puerta de una iglesia, cosa de curas y monjas...; para otros, los creyentes somos una colección de neuróticos obsesionados con unos pocos temas: el sexo, el infierno, el dinero... (no pocas películas y novelas dan de la Iglesia -o de los sacerdotes- una imagen así de deformada y demagógica).

Afortunadamente, cada vez van siendo más los que reconocen a los cristianos como los interesados por el bien de los hombres, por la justicia en los países sometidos a dictaduras, por la reinserción social de todo tipo de marginados (gitanos, drogadictos, negros, alcohólicos...), por la atención a enfermos "especiales" (sida, subnormales, ancianos), por la defensa de los derechos de los más débiles (analfabetos, emigrantes), por la paz, por la fraternidad, por la ecología, por la no-violencia, y podríamos seguir enumerando más y y más ejemplos; seguramente conoceremos más de un caso, quizá no enumerado en nuestra breve lista, pero no por eso menos importante: unos son muy conocidos (Teresa de Calcuta, Helder Cámara, Pedro Casaldáliga, Josef Glempf, Lech Walesa, Desmond Tutú); otros, la inmensa mayoría, son anónimos trabajadores por la causa del Reino, cuyo amor no tiene nada que ver con ser conocidos o no: religiosas en barrios pobres, sacerdotes que montan casas para niños abandonados, seglares que atienden un comedor de transeúntes, jóvenes que se preocupan por compañeros suyos víctimas de la droga, el ama de casa que ayuda a la vecina cuyo marido está parado y hoy no les llega para comer, o pagar la luz... Quizá los olvidamos con más frecuencia de la que sería de desear, pero ahí están, haciendo día a día el esfuerzo de traducir su fe en amor, en atención, en cuidados para quienes han tenido menos suerte que uno... Ellos sí son cristianos y, poco a poco, van cambiando la imagen que muchos tenían de nosotros.

Por eso van creciendo los que identifican a los cristianos con aquéllos que están empeñados en tratar de verdad como hermanos a cualquier necesitado que esté a su lado (es, ni más ni menos, la enseñanza de la parábola del buen samaritano, que Jesús contó para responder a la pregunta: ¿quién es mi prójimo?). Hemos avanzado mucho en este camino; pero todavía son muchos los que necesitan de nuestro amor. No olvidemos que al terminar nuestra tarea -que es la de amar al prójimo- hemos de decir: "somos siervos inútiles". Así será como nos reconocerán por el amor que nos tenemos. Así será como -esperamos- vuelvan a decir de nosotros: "Mirad cómo se aman".

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 24

sábado, 27 de abril de 2013

“Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré”

¡Amor y paz!

Una pregunta del apóstol Felipe ofrece a Jesús la ocasión propicia para dar cuenta de su íntima unidad con el Padre: Quien ve a Cristo, ve al Padre y el Padre habla y actúa en Cristo y los discípulos de Éste actuarán por Él, resucitado, y su oración será escuchada. No quedan desamparados.  

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la IV Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 14,7-14.
Si me conocen a mí, también conocerán al Padre. Pero ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dijo: «Señor, muéstranos al Padre, y eso nos basta.» Jesús le respondió: «Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces, Felipe? El que me ve a mí ve al Padre. ¿Cómo es que dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Cuando les enseño, esto no viene de mí, sino que el Padre, que permanece en mí, hace sus propias obras. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanme en esto; o si no, créanlo por las obras mismas. En verdad les digo: El que crea en mí hará las mismas obras que yo hago y, como ahora voy al Padre, las hará aún mayores. Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y también haré lo que me pidan invocando mi Nombre.
Comentario

Hoy, cuarto Sábado de Pascua, la Iglesia nos invita a considerar la importancia que tiene, para un cristiano, conocer cada vez más a Cristo. ¿Con qué herramientas contamos para hacerlo? Con diversas y, todas ellas, fundamentales: la lectura atenta y meditada del Evangelio; nuestra respuesta personal en la oración, esforzándonos para que sea un verdadero diálogo de amor, no un mero monólogo introspectivo, y el afán renovado diariamente por descubrir a Cristo en nuestro prójimo más inmediato: un familiar, un amigo, un vecino que quizá necesita de nuestra atención, de nuestro consejo, de nuestra amistad.

«Señor, muéstranos al Padre», pide Felipe (Jn 14,8). Una buena petición para que la repitamos durante todo este sábado. “Señor, muéstrame tu rostro”. Y podemos preguntarnos: ¿cómo es mi comportamiento? Los otros, ¿pueden ver en mí el reflejo de Cristo? ¿En qué cosa pequeña podría luchar hoy? A los cristianos nos es necesario descubrir lo que hay de divino en nuestra tarea diaria, la huella de Dios en lo que nos rodea. En el trabajo, en nuestra vida de relación con los otros. Y también si estamos enfermos: la falta de salud es un buen momento para identificarnos con Cristo que sufre. Como dijo santa Teresa de Jesús, «si no nos determinamos a tragar de una vez la muerte y la falta de salud, nunca haremos nada».

El Señor en el Evangelio nos asegura: «Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré» (Jn 14,13). Dios es mi Padre, que vela por mí como un Padre amoroso: no quiere para mí nada malo. Todo lo que pasa —todo lo que me pasa— es en bien de mi santificación. Aunque, con los ojos humanos, no lo entendamos. Aunque no lo entendamos nunca. Aquello —lo que sea— Dios lo permite. Fiémonos de Él de la misma manera que se fio María.

Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)

viernes, 26 de abril de 2013

«Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»

¡Amor y paz!

Durante estas semanas hemos leído que Jesús dice que él que es el pan, la puerta, el pastor, la luz, y hoy concluye su autorevelación: «yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie va al Padre, sino por mí».

Quiero hacer énfasis en que él no afirma: ‘Yo soy un camino, una verdad…” No utiliza artículos indefinidos (un) sino definidos (el, la) porque es el único camino, la verdad y la vida. Por eso remata: “Nadie va al Padre sino por mí”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la IV Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 14,1-6. 
«No se turben; crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. De no ser así, no les habría dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de ir y prepararles un lugar, volveré para tomarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Para ir a donde yo voy, ustedes ya conocen el camino. “Entonces Tomás le dijo: «Señor, nosotros no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?» Jesús contestó: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Comentario

  Cristo es al mismo tiempo el camino y el término: el camino en función de su humanidad, el término en función de su divinidad. Así pues, según es hombre dice: “Yo soy el Camino” y según es Dios añade: “la Verdad y la Vida”. Estas dos palabras dicen muy claramente el término de este camino, porque el término de este camino, es el fin del deseo humano... Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, puesto que él mismo es la verdad: “Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad” (Sal 85,11). Y Cristo es el camino para llegar a la vida, puesto que él mismo es la vida: “Me enseñarás el sendero de la vida” (Sal 15,11)...

    Si buscas por donde pasar, agárrate a Cristo, puesto que él mismo es el camino: “Es el camino, síguele” (Is 30,21). Y san Agustín comenta: “Camina siguiendo al hombre y llegarás a Dios”. Porque es mejor cojear a lo largo del camino que andar a grandes pasos fuera del camino. El que cojea durante el camino, aunque no adelante mucho, se acerca al término; pero el que anda fuera de camino, cuanto más valientemente corre, tanto más se aleja del término.

    Si buscas a dónde ir, únete a Cristo, porque Él en persona es la verdad a la cual deseamos llegar: “Es la verdad que mi boca medita” (Pr 8,7). Si buscas dónde permanecer, únete a Cristo porque él en persona es la vida: “El que me encuentre encontrará la vida” (Pr 8,35).

Santo Tomás de Aquino (1225-1274), teólogo dominico, doctor de la Iglesia. Comentario al evangelio de Juan, 14,2.
©Evangelizo.org 2001-2013

jueves, 25 de abril de 2013

San Marcos, el ‘intérprete de San Pedro’

¡Amor y paz!

La Iglesia celebra hoy la fiesta del evangelista San Marcos. Una oportunidad para acercarnos a la vida de estos hombres santos y a la manera como fueron escritos los evangelios. Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 16,15-20. 
Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se niegue a creer será condenado. Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.» Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos, por su parte, salieron a predicar en todos los lugares. El Señor actuaba con ellos y confirmaba el mensaje con los milagros que los acompañaban. 
Comentario

Resulta interesante y consolador reconstruir, a través de los datos consignados por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.

La de Jerusalén, que fue la primera —fundada el mismo día de Pentecostés con los "casi tres mil" convertidos por el primer sermón de San Pedro—, tenía varios centros de reunión, de los cuales tal vez el principal era "la casa de María".

Vivía esta buena mujer —acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca— en una casa espaciosa y bien amueblada, que, según todas las probabilidades y los testimonios de la antigüedad, fue donde celebró Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní —"Molino de aceite"—, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración cuando moraba en Jerusalén.

Era la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.

Juan Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía relaciones con sus padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.

Después de Pentecostés siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la "fracción del pan", allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.

Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa.

El niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José Bar Nabu'ah a la ciudad del Orontes.

Era José hijo de una familia levítica establecida en Chipre y primo carnal de Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén a los quince años para que estudiara las Escrituras a los pies de Gamaliel, como Saulo, y acaso al mismo tiempo que éste. Era natural que se hospedara en la casa de su tía. Allí le sorprendieron los acontecimientos que dieron lugar a la fundación de la Iglesia cristiana. José creyó desde el principio y quién sabe si hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías. Los apóstoles aprovecharon muy pronto para la catequesis entre los judíos su gran conocimiento de la Ley, y, visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron Bernabé —"Bar Nabu'ah"—, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.

En los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo.

Ahora, por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que preanunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de María.

Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.

Un día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.

Acaso por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo, bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilia.

A la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan Marcos se acobardó. Acaso en el camino que separaba Attalía de Perge sufrieron por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos que infestaban los montes de Pisidia lo que San Pablo llamarla más tarde, en su carta segunda a los corintios, "peligros de los ladrones", "peligros de los caminos" o "peligros de la soledad". Sobre todo pesaba mucho en el corazón aún tierno de Marcos el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.

Cuando el año 49 Pablo v Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión de los judaizantes, volvieron, sin duda, a la casa de María. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos acompañado y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras apostólicas.

Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.

A los pocos días —escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles— le dijo Pablo a Bernabé:

 "Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos predicado la palabra del Señor, y a ver qué tal les va.

Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos; pero Pablo juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra.

Se produjo cierto disentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor" (Act. 15,36-40).

Aquí terminan los datos que sobre la vida del evangelista nos refieren los Hechos de los Apóstoles.

No sabemos cuánto duró este segundo viaje que San Marcos hizo en compañía de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la tradición posterior nada nos dice de él, y, en cambio, todos los testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de Pedro.

A raíz del concilio de Jerusalén bajó San Pedro a Antioquía, y, al parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad. Al regreso del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con San Pedro, que —no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60— llegó a la capital del Imperio.

En Roma se hallaba San Marcos cuando en la primavera del año 61 llegó San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.

Para estas fechas había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis cristiana en casa del senador Pudente —padre de Santa Pudenciana y Santa Práxedes— ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos que, pues llevaba muchos años en compañía de San Pedro y se sabía muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas y repasarlas en casa. No quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con el apóstol; mas éste —según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha conservado estos datos— ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde, cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su lectura en las iglesias, según refiere Eusebio.

Este sencillo episodio nos demuestra la mentalidad de los apóstoles sobre la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman ser la Sagrada Escritura la única fuente en la que se contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada y que los Evangelios no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten se les convence fácilmente de su error. Es el propio San Juan quien nos asegura:

"Muchas otras cosas hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros."

En la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro, unas cosas este apóstol y otras aquél, es seguro que entre todos no dejaron de transmitir ni una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o fragmentariamente, como en los Evangelios.

El episodio de San Pedro y San Marcos demuestra que la preocupación fundamental de los apóstoles y el medio en que todos pensaron principalmente para la transmisión de sus enseñanzas fue la predicación oral. A través de ella, y por tradición, se han conservado en la Iglesia muchas cosas que no hallamos consignadas en las Santas Escrituras. Y, consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir, contra los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.

Un resumen de la predicación catequística de San Pedro es el Evangelio de San Marcos. Quizá por eso —y no porque sirviera al apóstol de intermediario para entenderse con los romanos— le llamaron San Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, "el intérprete de Pedro".

De la estancia de San Marcos en Roma y de sus ulteriores viajes sabemos muy poco. En Roma seguía cuando, hacia el año 62, San Pablo enviaba recuerdos de él a los colosenses (4,10) y a Filemón (24), anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas. Y en Efeso se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se viniese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos.
Se le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.

La leyenda de las Actas apócrifas de Bernabé y de Marcos, recogida por Simón de Metafraste, sabe detalles muy curiosos de esta misión.

Al entrar San Marcos en la aldea de Mendión, muy próxima a Alejandría, se le descosió milagrosamente una sandalia.

—Esto quiere decir —exclamó— que el camino que llevo está expedito y me será muy fácil.

Llegóse al tugurio de un modesto remendón y le rogó que le cosiera la sandalia. El zapatero se atravesó involuntariamente con la lezna la mano y por toda queja dijo:

—No hay más que un Dios.

Marcos oró al Señor y curó milagrosamente la mano del remendón, que inmediatamente se bautizó con toda su familia.

Tras largo tiempo de predicación muy fructuosa le sobrevino la persecución y el martirio.

Aquel año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa si en el día de su fiesta se deshacían de él. Prendiéronle por la noche. Mientras celebraba los divinos oficios, y, atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras entre danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro:

— ¡Llevemos este búfalo al abrevadero!

Allí pasó la noche, y fue recreado con una visión de Jesús, que le animaba al martirio.

Cuando a la mañana siguiente le llevaban, igualmente con la soga al cuello, al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del Maestro en la Cruz:

—En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Era —termina Símón Metafraste— el mes que los egipcios llaman Farmuti y los judíos Nisán, el día séptimo antes de las calendas de mayo, según cuentan los romanos, esto es, el 25 de abril, bajo el emperador Claudio Nerón César, aunque... para nosotros, los cristianos, mejor sería decir: Reinando Nuestro Señor Jesucristo, de quien es toda gloria e imperio, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

SALVADOR MUÑOZ IGLESIAS

miércoles, 24 de abril de 2013

Jesús expresa la voluntad salvadora de Dios


¡Amor y paz!

El evangelista pretende llevar a la conciencia del oyente o del lector qué es lo que estaba entonces en juego y qué es lo que sigue estando siempre en juego cuando se trata del evangelio. El evangelio es de una actualidad permanente. Por eso precisamente el oyente cristiano no puede ni debe darse por satisfecho por lo que le ocurrió a los "judíos". Porque eso mismo puede volver a suceder tanto hoy como mañana. Y es que el evangelio será siempre crisis para todo el mundo y para todos los hombres de todos los tiempos.

Estas breves líneas del evangelio de hoy tienen una vigencia permanente, una importancia decisiva para todos los oyentes presentes y futuros.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la IV Semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 12,44-50.
Pero Jesús dijo claramente: «El que cree en mí no cree solamente en mí, sino en aquel que me ha enviado. Y el que me ve a mí ve a aquel que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas. Si alguno escucha mis palabras y no las guarda, yo no lo juzgo, porque yo no he venido para condenar al mundo, sino para salvarlo. El que me rechaza y no recibe mi palabra ya tiene quien lo juzgue: la misma palabra que yo he hablado lo condenará el último día. Porque yo no he hablado por mi propia cuenta, sino que el Padre, al enviarme, me ha mandado lo que debo decir y cómo lo debo decir. Yo sé que su mandato es vida eterna, y yo entrego mi mensaje tal como me lo mandó el Padre.» 
Comentario

"Jesús exclamó", otros: "levantando la voz", es un clamor o grito de Jesús, que caracteriza siempre el discurso que sigue como un discurso de revelación, dirigido a la opinión pública del mundo. Debe resonar con fuerza el alcance de esta revelación de Cristo, de manera que a nadie se le pueda pasar por alto o la pueda olvidar.

¿Y cuál es el contenido de esta revelación? Es lo que constituye el contenido fundamental del evangelio de Juan: el que cree en Jesús, no cree sólo en Jesús, sino que cree también en Dios, el Padre. Después de realizada la revelación de Dios en el Hijo, la fe en Cristo y la fe en Dios son para Juan la misma cosa. Son esa única y misma cosa, porque el Hijo y el Padre son uno.

Por eso, para el cristiano, la última meta de la fe en Jesús no es un Jesús aislado en sí mismo, sino que a través de Jesús lleva hasta Dios. Jesús es la epifanía de Dios, de manera que quien ve a Jesús ve al Padre. En la persona de Jesús es Dios quien sale al encuentro del hombre. Con esto queda dicho que de ahora en adelante a Dios sólo se le puede ver y encontrar en 
Jesucristo.

"Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en tinieblas"; Jn 1. 9: "él era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre".

Desde la encarnación del mundo, la luz ya no es una metáfora o algo impreciso de sentido, sino Jesucristo en Persona. Él es la luz que viene al mundo, el portador de la salvación para los hombres. La luz vino al mundo justamente para que brille este propósito divino de salvación universal -y esta es la paradoja de la fe- para que brille aún más esta voluntad salvadora de Dios en la oscuridad más profunda de la cruz.

"Al que oiga mis palabras y nos las cumpla, yo no le juzgo porque no he venido para juzgar al mundo; sino para salvar al mundo".

Porque Jesús es la más clara manifestación de esta voluntad salvadora de Dios, que llama a los hombres en lo más íntimo de sus conciencias a que acojan esta salvación de Dios que gratuitamente se les ofrece, justamente por esto al hombre se le brinda también la posibilidad de la pérdida de la salvación, de forma que lo que se le ofrece como salvación, se le pueda cambiar y de hecho se le cambia en juicio, cuando no cree.

"El que me rechaza y no acepta mis palabras, tiene quien lo juzgue: la Palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día".

El hombre tiene que acoger con libertad íntima la salvación que se le ofrece; debe responder con su amor al amor divino.

La revelación no actúa como magia salvadora. Al hombre no se le puede privar del riesgo de su libertad histórica.

Por eso conserva siempre una responsabilidad última sobre sí y su salvación. Por eso, quien no acepta a Jesús y sus palabras encuentra su juez en la palabra de Jesús. "La palabra que yo he pronunciado, ésa lo juzgará en el último día": la palabra de Jesús se convierte en juez del hombre. Es como si se alzara contra él y señalara que entre este hombre y Jesús no hay comunión alguna, de modo que al rechazar la palabra de Jesús se rechaza y reprueba a sí mismo.

El juicio del hombre no consiste en un acto externo y firme, sino que es un autojuicio. El hombre con su conducta pronuncia sentencia contra sí mismo, cosa que saldrá a relucir en el "último día", pero cuyo tiempo de decisión es el momento presente. La decisión se da aquí y ahora entre fe e incredulidad. Lo que ocurrirá en "el último día" no será más que la manifestación pública de la decisión tomada aquí.

Desde el principio hasta el fin de su actividad, Jesús no ha enseñado nada por su cuenta, independientemente del Padre. El Padre, que le ha enviado, es la fuente de cuanto ha dicho. Por eso necesariamente tiene que haber una coincidencia absoluta en el juicio último. La palabra de Jesús es la palabra del Padre.

Que Jesús, nuestra luz, ilumine los obscuros recovecos de nuestro corazón para que no vivamos engañados y transforme nuestra vida en claridad cristiana que la haga transparente a los demás.

"Vosotros, los que veis, ¿qué habéis hecho de la luz?"

¿Qué son los santos? Las vidrieras de las catedrales. "Hombres que dejan pasar la luz".