viernes, 3 de julio de 2009

«FELICES LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO»

¡Amor y paz!

Ver para creer. Esa es la máxima de muchos. Sinembargo, Jesús en el Evangelio afirma: "Felices los que creen sin haber visto". Así le dijo al apóstol Tomás, cuya fiesta celebramos hoy, porque pasó de la incredulidad: "..Si no pongo el dedo en el lugar de los clavos... no lo creeré", a la fe: "¡Señor mío y Dios mío!".

Nosotros no podemos meter el dedo en el lugar de los clavos para creer en Cristo resucitado, pero estamos invitados a creer. Al comentar este aparte del Evangelio, San Agustín propone un puente entre la incredulidad y la fe: el amor.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 20,24-29.

Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!".

Comentario de
San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia - Sermón 88


La débil fe de los discípulos era tan vacilante que, no contentos con ver al Señor resucitado, quieren, además, tocarlo para creer en él. No les bastaba ver con los ojos, querían acercar sus manos a sus miembros y tocar las cicatrices de sus recientes heridas. Es después de haber tocado y reconocido las cicatrices que el discípulo incrédulo exclamó: «¡Señor mío y Dios mío!» Estas cicatrices revelaban a aquel que, en los otros, curaba todas sus heridas. ¿Acaso el Señor no hubiera podido resucitar sin cicatrices? Es que el Señor veía en el corazón de sus discípulos unas llagas que sólo podían ser curadas con las cicatrices que conservaba en su cuerpo.

¿Y qué es lo que responde el Señor a esta confesión de fe de su discípulo que dice: «¡Señor mío y Dios mío!»? «Porque me has visto has creído. Dichosos los que crean sin haber visto». ¿De quién habla, hermanos, sino de nosotros? Y no tan sólo de nosotros sino de los que vendrán después de nosotros. Porque, poco tiempo después, cuando él ya no puede ser visto con los ojos mortales, para hacer más fuerte la fe en los corazones, todos los que han llegado a creer han creído sin haber visto, y su fe tiene un gran mérito: para llegar a ella han acercado a él no una mano que le quería tocar, sino tan sólo un corazón amante.


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