sábado, 11 de junio de 2011

Un llamado de la Iglesia a los jóvenes

¡Amor y paz!

Dichoso el hombre de bien que vive al servicio de los demás. Su nombre será una bendición. El apóstol Bernabé, de quien celebramos hoy la memoria, fue uno de esos personajes.  Personas como él caen bien en cualquier comunidad humana y de creyentes. Recordemos algo de él. Era chipriota, levita, propietario de campos que vendió para ayudar a la comunidad de Jerusalén (Hch 4, 36). Fue mediador en la presentación de Pablo en Jerusalén (Hch 9,27). Tenía la confianza del grupo y era buen dialogante en cuestiones disputadas. Por eso fue el elegido para dirigir a la comunidad de Antioquía en su seguimiento de Cristo (Dominicos, 2004).
Los invito a leer y meditar el Evangelio y el comentario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 10,7-13.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.  Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente. No lleven encima oro ni plata, ni monedas, ni provisiones para el camino, ni dos túnicas, ni calzado, ni bastón; porque el que trabaja merece su sustento. Cuando entren en una ciudad o en un pueblo, busquen a alguna persona respetable y permanezcan en su casa hasta el momento de partir. Al entrar en la casa, salúdenla invocando la paz sobre ella. Si esa casa lo merece, que la paz descienda sobre ella; pero si es indigna, que esa paz vuelva a ustedes. 
Comentario

        Es a vosotros, jóvenes de uno y otro sexo del mundo entero, a quienes el Concilio quiere dirigir su último mensaje. Porque sois vosotros los que vais a recibir la antorcha de manos de vuestros mayores y a vivir en el mundo en el momento de las más gigantescas transformaciones de su historia. Sois vosotros los que, recogiendo lo mejor del ejemplo y de las enseñanzas de vuestros padres y de vuestros maestros vais a formar la sociedad de mañana; os salvaréis o pereceréis con ella.

        La Iglesia, durante cuatro años, ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para responder mejor a los designios de su fundador, el gran viviente, Cristo, eternamente joven. Al final de esa impresionante «reforma de vida» se vuelve a vosotros. Es para vosotros los jóvenes, sobre todo para vosotros, porque la Iglesia acaba de alumbrar en su Concilio una luz, luz que alumbrará el porvenir.

        La Iglesia está preocupada porque esa sociedad que vais a constituir respete la dignidad, la libertad, el derecho de las personas, y esas personas son las vuestras.

       Está preocupada, sobre todo, porque esa sociedad deje expandirse su tesoro antiguo y siempre nuevo: la fe, y porque vuestras almas se puedan sumergir libremente en sus bienhechoras claridades. Confía en que encontraréis tal fuerza y tal gozo que no estaréis tentados, como algunos de vuestros mayores, de ceder a la seducción de las filosofías del egoísmo o del placer, o a las de la desesperanza y de la nada, y que frente al ateísmo, fenómeno de cansancio y de vejez, sabréis afirmar vuestra fe en la vida y en lo que da sentido a la vida: la certeza de la existencia de un Dios justo y bueno.

Concilio Vaticano II
Mensaje a los jóvenes el 7/12/ 1965 (© Copyright 1980- Libreria Editrice Vaticana)