sábado, 15 de junio de 2013

« ¡No juren! »

¡Amor y paz!

Tercera antítesis del sermón de la montaña relativa a la ley del juramento (vv. 33-37) y a la del talión (vv. 38-42). Jesús cuestiona el juramento.

En concordancia con los planteamientos de Jesús, podemos preguntarnos: ¿Para qué jurar? ¿Porque no nos creen? ¿No basta con nuestra palabra? Si nos creyeran no tendríamos que jurar. Pues, entonces, no digamos mentiras. Así de sencillo. El demonio es el padre de la mentira.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 10ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,33-37.
Ustedes han oído lo que se dijo a sus antepasados: «No jurarás en falso, y cumplirás lo que has jurado al Señor.» Pero yo les digo: ¡No juren! No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, que es la tarima de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu propia cabeza, pues no puedes hacer blanco o negro ni uno solo de tus cabellos. Digan sí cuando es sí, y no cuando es no; cualquier otra cosa que se le añada, viene del demonio.
Comentario

El juramento es la prueba de la mentira, porque si no existiera la mentira, no habría necesidad alguna de acudir al juramento y el sí sería sí y el no sería no (v. 37). El Antiguo Testamento luchó contra la mentira legislando sobre el juramento y prohibiendo la mentira, al menos en este caso (v. 33; cf. Ex 20, 7; Núm. 20, 3). Pero prohibir la mentira en el juramento es reconocer y tolerar su existencia fuera de él. Cristo va más allá que la ley judía cuando prohíbe la mentira en todas las circunstancias, haciendo así inútil el juramento.

En realidad, el juramento sacraliza la palabra humana relacionándola con un poder exterior, en la mayoría de los casos divino. Cuando recomienda la renuncia al juramento, Cristo rechaza esa alienación de la palabra humana; esta última dispone de suficientes medios -en particular la lealtad y la objetividad- para valorizarse así misma sin tener que someterse a tutelas exteriores. Y si Dios está presente en la palabra humana, no lo es tanto por la invocación de su nombre como por la fuente misma de la sinceridad del hombre. Cristo no quiere un hombre esclavizado; le quiere erguido y fiel a sí mismo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VI
MAROVA MADRID 1969.Pág. 55