¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este jueves 20 del Tiempo Ordinario, ciclo A.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Ez 36,23-28):
Así dice el Señor: «Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor —oráculo del Señor, cuando les haga ver mi santidad al castigaros. Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios».
Salmo responsorial: 50
R/. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará de todas vuestras inmundicias.
Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro
con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo
espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo
querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y
humillado, tú no lo desprecias.
Versículo antes del Evangelio (Sal 94,8):
Aleluya. No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Mt 22,1-14):
En aquel tiempo,
Jesús propuso esta otra parábola a los grandes sacerdotes y a los notables del
pueblo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete
de bodas de su hijo. Envió a sus siervos a llamar a los invitados a la boda,
pero no quisieron venir. Envió todavía a otros siervos, con este encargo:
‘Decid a los invitados: Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis
novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda’. Pero ellos,
sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás
agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y,
enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su
ciudad.
»Entonces dice a sus siervos: ‘La boda está preparada, pero los invitados no
eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis,
invitadlos a la boda’. Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos
los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales.
Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía
traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?’. Él
se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: ‘Atadle de pies y
manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de
dientes’. Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».
Comentario
Hoy, la parábola evangélica nos habla del banquete del
Reino. Es una figura recurrente en la predicación de Jesús. Se trata de esa
fiesta de bodas que sucederá al final de los tiempos y que será la unión de
Jesús con su Iglesia. Ella es la esposa de Cristo que camina en el mundo, pero
que se unirá finalmente a su Amado para siempre. Dios Padre ha preparado esa
fiesta y quiere que todos los hombres asistan a ella. Por eso dice a todos los
hombres: «Venid a la boda» (Mt 22,4).
La parábola, sin embargo, tiene un desarrollo trágico, pues muchos, «sin hacer
caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio...» (Mt 22,5). Por eso,
la misericordia de Dios va dirigiéndose a personas cada vez más lejanas. Es
como un novio que va a casarse e invita a sus familiares y amigos, pero éstos
no quieren ir; llama después a conocidos y compañeros de trabajo y a vecinos,
pero ponen excusas; finalmente se dirige a cualquier persona que encuentra,
porque tiene preparado un banquete y quiere que haya invitados a la mesa. Algo
semejante ocurre con Dios.
Pero, también, los distintos personajes que aparecen en la parábola pueden ser
imagen de los estados de nuestra alma. Por la gracia bautismal somos amigos de
Dios y coherederos con Cristo: tenemos un lugar reservado en el banquete. Si
olvidamos nuestra condición de hijos, Dios pasa a tratarnos como conocidos y
sigue invitándonos. Si dejamos morir en nosotros la gracia, nos convertimos en
gente del camino, transeúntes sin oficio ni beneficio en las cosas del Reino.
Pero Dios sigue llamando.
La llamada llega en cualquier momento. Es por invitación. Nadie tiene derecho.
Es Dios quien se fija en nosotros y nos dice: «¡Venid a la boda!». Y la
invitación hay que acogerla con palabras y hechos. Por eso aquel invitado mal
vestido es expulsado: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?» (Mt
22,12).
Rev. D. David AMADO i Fernández (Barcelona, España)
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