¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este sábado 4 de Cuaresma, ciclo B.
Dios nos bendice…
1ª Lectura (Jer 11,18-20):
El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó todas sus intrigas. Yo, como manso cordero, era llevado al matadero; desconocía los planes que estaban urdiendo contra mí: «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra de los vivos, que jamás se pronuncie su nombre». Señor del universo, que juzgas rectamente, que examinas las entrañas y el corazón, deja que yo pueda ver cómo te vengas de ellos, pues a ti he confiado mi causa.
Salmo responsorial: 7
R/. Señor, Dios mío, a ti me acojo.
Señor, Dios mío, a ti me acojo, líbrame de mis
perseguidores y sálvame; que no me atrapen como leones y me desgarren sin
remedio.
Júzgame, Señor, según mi justicia, según la inocencia que hay en mí. Cese la
maldad de los culpables, y apoya tú al inocente, tú que sondeas el corazón y
las entrañas, tú, el Dios justo.
Mi escudo es Dios, que salva a los rectos de corazón. Dios es un juez justo,
Dios amenaza cada día.
Versículo antes del Evangelio (Jn 3,16):
De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito; todo aquel que cree en Él, tiene la vida eterna.
Texto del Evangelio (Jn 7,40-53):
En aquel tiempo, muchos entre la gente, que habían
escuchado a Jesús, decían: «Éste es verdaderamente el profeta». Otros decían:
«Éste es el Cristo». Pero otros replicaban: «¿Acaso va a venir de Galilea el
Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David
y de Belén, el pueblo de donde era David?».
Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de Él. Algunos de
ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde
los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: «¿Por qué no le habéis
traído?». Respondieron los guardias: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese
hombre». Los fariseos les respondieron: «¿Vosotros también os habéis dejado
embaucar? ¿Acaso ha creído en Él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa
gente que no conoce la Ley son unos malditos».
Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde
Jesús: «¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber
lo que hace?». Ellos le respondieron: «¿También tú eres de Galilea? Indaga y
verás que de Galilea no sale ningún profeta». Y se volvieron cada uno a su
casa.
Comentario
Hoy el Evangelio nos presenta las diferentes reacciones
que producían las palabras de nuestro Señor. No nos ofrece este texto de Juan
ninguna palabra del Maestro, pero sí las consecuencias de lo que Él decía. Unos
pensaban que era un profeta; otros decían «Éste es el Cristo» (Jn 7,41).
Verdaderamente, Jesucristo es ese “signo de contradicción” que Simeón había
anunciado a María (cf. Lc 2,34). Jesús no dejaba indiferentes a quienes le
escuchaban, hasta el punto de que en esta ocasión y en muchas otras «se originó,
pues, una disensión entre la gente por causa de Él» (Jn 7,43). La respuesta de
los guardias, que pretendían detener al Señor, centra la cuestión y nos muestra
la fuerza de las palabras de Cristo: «Jamás un hombre ha hablado como habla ese
hombre» (Jn 7,46). Es como decir: sus palabras son diferentes; no son palabras
huecas, llenas de soberbia y falsedad. El es “la Verdad” y su modo de decir
refleja este hecho.
Y si esto sucedía con relación a sus oyentes, con mayor razón sus obras
provocaban muchas veces el asombro, la admiración; y, también, la crítica, la
murmuración, el odio... Jesucristo hablaba el “lenguaje de la caridad”: sus
obras y sus palabras manifestaban el profundo amor que sentía hacía todos los
hombres, especialmente hacia los más necesitados.
Hoy como entonces, los cristianos somos —hemos de ser— “signo de
contradicción”, porque hablamos y actuamos no como los demás. Nosotros,
imitando y siguiendo a Jesucristo, hemos de emplear igualmente “el lenguaje de
la caridad y del cariño”, lenguaje necesario que, en definitiva, todos son
capaces de comprender. Como escribió el Santo Padre Benedicto XVI en su
encíclica Deus caritas est, «el amor —caritas— siempre será necesario, incluso
en la sociedad más justa (...). Quien intenta desentenderse del amor se dispone
a desentenderse del hombre en cuanto hombre».
Abbé Fernand ARÉVALO (Bruxelles, Bélgica)
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