¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles 23 del Tiempo Ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Col 3,1-11):
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los
bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida
está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra,
entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la
fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una
idolatría. Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.
Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en
cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías,
¡fuera de vuestra boca! No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del
hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como
imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay
distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y
escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en
todos.
Salmo responsorial: 144
R/. El Señor es bueno con todos.
Día tras día, te bendeciré y alabaré tu nombre por
siempre jamás. Grande es el Señor, merece toda alabanza, es incalculable su
grandeza.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que
proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu
reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.
Versículo antes del Evangelio (Lc 6,23):
Aleluya. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 6,20-26):
En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus
discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de
Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis
cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban
vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y
saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo
trataban sus padres a los profetas.
» Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de
los que reís ahora!, porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los
hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los
falsos profetas».
Comentario
Hoy, Jesús señala dónde está la verdadera felicidad. En
la versión de Lucas, las bienaventuranzas vienen acompañadas por unos lamentos
que se duelen por aquellos que no aceptan el mensaje de salvación, sino que se
encierran en una vida autosuficiente y egoísta. Con las bienaventuranzas y los
lamentos, Jesús hace una aplicación de la doctrina de los dos caminos: el
camino de la vida y el camino de la muerte. No hay una tercera posibilidad
neutra: quién no va hacia la vida se encamina hacia la muerte; quién no sigue
la luz, vive en las tinieblas.
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20).
Esta bienaventuranza es la base de todas las demás, pues quien es pobre será
capaz de recibir el Reino de Dios como un don. Quien es pobre se dará cuenta de
qué cosas ha de tener hambre y sed: no de bienes materiales, sino de la Palabra
de Dios; no de poder, sino de justicia y amor. Quien es pobre podrá llorar ante
el sufrimiento del mundo. Quien es pobre sabrá que toda su riqueza es Dios y que,
por eso, será incomprendido y perseguido por el mundo.
«Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo» (Lc
6,24). Esta lamentación es también el fundamento de todas las que siguen, pues
quien es rico y autosuficiente, quien no sabe poner sus riquezas al servicio de
los demás, se encierra en su egoísmo y obra él mismo su desgracia. Que Dios nos
libre del afán de riquezas, de ir detrás de las promesas del mundo y de poner
nuestro corazón en los bienes materiales; que Dios no permita que nos veamos
satisfechos ante las alabanzas y adulaciones humanas, ya que eso significaría
haber puesto el corazón en la gloria del mundo y no en la de Jesucristo. Nos
será provechoso recordar lo que nos dice san Basilio: «Quien ama al prójimo como
a sí mismo no acumula cosas innecesarias que puedan ser indispensables para
otros».
Rev. D. Joaquim MESEGUER García (Rubí, Barcelona, España)
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