sábado, 2 de noviembre de 2013

“Al atardecer de la vida nos examinarán del amor”

¡Amor y paz!

Después de la fiesta de Todos los Santos, la Conmemoración de los Fieles Difuntos. Después de alegrarnos con los "que siguen al Cordero", nuestro pensamiento acompaña a "los que nos precedieron en la señal de la fe y duermen el sueño de la paz".

El Evangelio nos habla del Juicio final, aquel en el que Cristo nos juzgará. No por cuánto dinero y riquezas tuvimos, ni cuántos títulos, ni países conocimos. No. Esos no serán los elementos de juicio. Como dice San juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida te examinarán del amor”.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado en que celebramos la Conmemoración de todos los Fieles Difuntos.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 25,31-46.
Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver'.  Los justos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?'. Y el Rey les responderá: 'Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo'. Luego dirá a los de su izquierda: 'Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron'. Estos, a su vez, le preguntarán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?'. Y él les responderá: 'Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo'. Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna". 
Comentario

Ayer recordábamos la fiesta de todos los Santos, los que ya gozan del Señor. Hoy recordamos a los que se purifican en el Purgatorio, antes de su entrada en la gloria. El Purgatorio es la mansión temporal de los que murieron en gracia hasta purificarse totalmente. "es el noviciado de la visión de Dios", dice el P. Fáber.

Es el lugar donde se pulen las piedras de la Jerusalén celestial. Es el lazareto en que el pasajero contaminado se detiene ante el puerto, para poder curarse y entrar en la patria. 

Pero en el Purgatorio hay alegría. Y hay alegría, porque hay esperanza; en él sólo están los salvados. Santa Francisca Romana tuvo un día una visión de este lugar y dijo: "esta es la mansión de la esperanza". 

Es una esperanza con dolor: el fuego purificador. Pero es un dolor aminorado por la esperanza. La ausencia del amado es un cruel martirio, pues el anhelo de todo amante es la visión, la presencia y la posesión. Si las almas santas ya sufrieron esta ausencia en la tierra. -"que muero porque no muero", clamaba Sta. Teresa de Jesús-, mucho mayor será el hambre y sed y fiebre de Dios que sientan las almas ya liberadas de las ataduras corporales. 

Las almas del Purgatorio ya no pueden merecer. Pero Dios nos ha concedido a nosotros el poder maravilloso de aliviar sus penas, de acelerar su entrada en el Paraíso. Así se realiza por el Dogma consolador de la Comunión de los Santos, por la relación e interdependencia de todos los fieles de Cristo, los que están en la tierra, en el cielo o en el Purgatorio. Con nuestras buenas obras y oraciones -nuestros pequeños méritos- podemos aplicar a los difuntos los méritos infinitos de Cristo.

Ya en el Antiguo Testamento -en el segundo libro de los Macabeos- vemos a Judas enviando una colecta a Jerusalén para ofrecerla como expiación por los muertos en la batalla. Pues, dice el autor sagrado, "es una idea piadosa y 
santa rezar por los muertos para que sean liberados del pecado". 

Los paganos deshojaban rosas y tejían guirnaldas en honor de los difuntos. Nosotros debemos hacer más. "un cristiano -dice San Ambrosio- tiene mejores presentes. cubrid de rosas, si queréis, los mausoleos pero envolvedlos, sobre todo, en aromas de oraciones". 

De este modo, la muerte cristiana, unida a la de Cristo, tiene un aspecto pascual: es el tránsito de la vida terrena a la vida eterna.