martes, 8 de mayo de 2012

“¡No se inquieten ni teman!”

¡Amor y paz!

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy las recordamos cada día en la misa, antes de comulgar: «Señor Jesucristo, que dijiste a los apóstoles: la paz os dejo, mi paz os doy...».

Siempre necesitaremos esta paz. La que Jesús ofreció a sus discípulos antes de su pasión y luego de su pascua. Porque puede haber tormentas y desasosiegos más o menos graves en nuestra vida personal o comunitaria. Y sólo nos puede ayudar a recuperar la verdadera serenidad interior la conciencia de que Jesús está presente en nuestra vida.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Martes de la V Semana de Pascua.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 14,27-31a.
Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: 'Me voy y volveré a ustedes'. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe de este mundo: él nada puede hacer contra mí, pero es necesario que el mundo sepa que yo amo al Padre y obro como él me ha ordenado. Levántense, salgamos de aquí. 
Comentario

Jesús, que anuncia a sus discípulos su inminente partida, les deja la paz como promesa y esperanza. “El príncipe de este mundo”, es decir, Satanás, el demonio, como personificación de las fuerzas contrarias a Dios, se acerca a Jesús, va a intentar destruirlo; pero en cambio, en su pasión y muerte Jesús manifestará su amor al Padre, su obediencia a la voluntad salvífica que El le ha manifestado. Esto debe ser motivo de alegría para los discípulos, y de perseverancia en la fe.

A lo largo de estos veinte siglos de cristianismo la Iglesia ha vivido de la fe en Jesucristo, la confianza en su victoria sobre el mal y el pecado de este mundo. Ha vivido también de la esperanza en la paz venidera, como un don de Dios, mientras trabaja por anticiparla de algún modo. Por eso en la eucaristía los cristianos nos damos la paz. Por eso la Iglesia promueve actualmente, como lo ha hecho también en otras épocas, la paz en el mundo. 

Incluso ha llegado a establecer una jornada anual y mundial de oración por la paz. Papas, obispos, sacerdotes, laicos de todas las condiciones, se han empeñado, y se empeñan ahora, en la búsqueda de la paz, allí donde los pobres sufren el terrible flagelo de la guerra.

Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)