¡Amor y paz!
En el evangelio
escucharemos cómo la persona de Jesús, concretamente su origen, provoca
discusiones y postura diversas. Se ignora lo más profundo de su
personalidad: su origen divino. La vida de los hombres se decide según la
actitud vivencial que tomen con respecto a Jesús (Misa Dominical 1990/7-25).
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el evangelio y el comentario, en este sábado de la IV Semana de
Cuaresma.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 7,40-53.
Algunos de la multitud que lo habían oído, opinaban: "Este es verdaderamente el Profeta". Otros decían: "Este es el Mesías". Pero otros preguntaban: "¿Acaso el Mesías vendrá de Galilea? ¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el pueblo de donde era David?". Y por causa de él, se produjo una división entre la gente. Algunos querían detenerlo, pero nadie puso las manos sobre él. Los guardias fueron a ver a los sumos sacerdotes y a los fariseos, y estos les preguntaron: "¿Por qué no lo trajeron?". Ellos respondieron: "Nadie habló jamás como este hombre". Los fariseos respondieron: "¿También ustedes se dejaron engañar? ¿Acaso alguno de los jefes o de los fariseos ha creído en él? En cambio, esa gente que no conoce la Ley está maldita". Nicodemo, uno de ellos, que había ido antes a ver a Jesús, les dijo: "¿Acaso nuestra Ley permite juzgar a un hombre sin escucharlo antes para saber lo que hizo?". Le respondieron: "¿Tú también eres galileo? Examina las Escrituras y verás que de Galilea no surge ningún profeta". Y cada uno regresó a su casa.
Comentario
¿Quién es Jesús para ti;
qué significa en tu vida? Ojalá y realmente ocupe el centro de nuestro ser y no
despreciemos su Palabra y la Vida que nos ofrece. No basta con admirar a Jesús;
hay que caminar con Él y hacer nuestra su salvación. Unidos a Él seremos hijos
de Dios. Hijos de Dios que dan a conocer esa dignidad con una vida íntegra,
comprometida con Cristo para que el Reino de Dios se haga realidad en todos y
cada uno de nosotros. Quien quiera vivir al margen de Dios; quien quiera seguir
sus propias inclinaciones, quien no esté dispuesto a darle un nuevo rumbo a su
vida siempre buscará razones para permanecer en su cerrazón. No endurezcamos
nuestro corazón ante el Señor que se acerca a nosotros para manifestarnos su
amor, para perdonarnos nuestros pecados y para hacernos hijos de Dios.
Participamos en las celebraciones
eucarísticas sin hipocresías. No vamos a dejarnos embaucar por el Señor. Él es
el Salvador de nuestra vida y nosotros lo buscamos porque lo amamos y queremos
comprometernos con Él y con su Reino. Sabemos que el Hijo del Hombre es también
el Hijo de Dios. Nosotros creemos en Él y aceptamos su vida en nosotros. Esa
Vida nos hace signos de su presencia en nuestro mundo. Tal vez tengamos que
padecer mucho por dar testimonio de nuestra fe, pero sabemos que el Señor
siempre estará a nuestro lado para que, al llegar nuestra hora, no vayamos hacia
la muerte, sino hacia la Vida eterna, pasando por la muerte. Así hemos de vivir
continuamente nuestra Pascua, pues ya desde ahora, perteneciendo a Dios,
moriremos al pecado y resucitaremos a una vida nueva. Y esto, Dios lo hace
realidad en nosotros, de un modo especial en la Eucaristía. Vivamos una
auténtica vida de comunión con el Señor.
No importa la condición
social de la persona. Todos somos hijos de Dios. Y el Señor tiene un mensaje
que darnos a través de cada uno de sus hijos. Por eso no podemos buscar al
Señor para que nos hable sólo a través de los estudiosos; o a través de
aquellos que lo tienen todo, incluso palabras teológicamente precisas, pero un
corazón hueco de amor. Dios ha escogido lo débil del mundo, lo que no cuenta,
para dirigirse a nosotros por medio de signos tal vez muy frágiles; pues la
sabiduría de Dios no es la sabiduría de este mundo. Cuando realmente seamos
débiles, entonces Dios será fuerte a través nuestro, pues no somos nosotros los
que hacemos la obra de salvación, sino la gracia de Dios que actúa a través
nuestro. Tengamos la apertura suficiente para que el Señor conduzca nuestra
vida y nos convierta en testigos suyos, no sólo con los labios sino con una
vida totalmente confiada en Él, para que Él lleve a buen término su obra en el
mundo por medio nuestro, sus siervos inútiles, pero escogidos por Él para hacer
llegar a todos su Evangelio de salvación.
Roguémosle al Señor, por
intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la
gracia de tener la apertura suficiente para escuchar su Palabra y ponerla en
práctica; y que nos conceda la fortaleza necesaria para proclamar su Nombre
ante todos los pueblos, a pesar de que por ello tengamos que padecer. Amén.
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