sábado, 25 de febrero de 2012

Evangelicemos a través del ejercicio de la misericordia

¡Amor y paz!

En la Universidad de Oxford hubo el jueves pasado un debate entre el biólogo evolutivo Richard Dawkins, uno de los ateos más mencionados del mundo y el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, líder de la Iglesia Anglicana.

Se anunció como un ‘duelo dialéctico’ ante estudiantes que abarrotaban tres teatros y fue seguido en directo por no sé cuantos televidentes y/o cibernautas. Lo cierto es que tal debate me hizo reflexionar sobre la manera como debemos evangelizar a un mundo incrédulo. Y pienso que, como dice el refrán, “obras son amores y no buenas razones”.

Por lo tanto, creo que es a través del ejercicio de la misericordia como podemos invitar al mundo a que conozca y se deje seducir de Jesús, quien revela el plan de amor que Dios tiene para todos.

Tal es la razón por la cual el Señor escogió a discípulos como Mateo, a pesar de ser un pecador. Él Evangelio nos relata hoy ese episodio y hace énfasis en que Jesús no vino a llamar a justos sino a pecadores para que se conviertan.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este ‘Sábado de Ceniza’.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 5,27-32.
Después Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme".  El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?". Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".
Comentario

La llamada del publicano Mateo para el oficio de apóstol tiene tres perspectivas: Jesús que le llama, él que lo deja todo y le sigue, y los fariseos que murmuran.

Jesús se atreve a llamar como apóstol suyo nada menos que a un publicano: un recaudador de impuestos para los romanos, la potencia ocupante, una persona mal vista, un «pecador» en la concepción social de ese tiempo.

Mateo, por su parte, no lo duda. Lo deja todo, se levanta y le sigue. El voto de confianza que le ha dado Jesús no ha sido desperdiciado. Mateo será, no sólo apóstol, sino uno de los evangelistas: con su libro, que leemos tantas veces, ha anunciado la Buena Nueva de Jesús a generaciones y generaciones.

Pero los fariseos murmuran: «come y bebe con publicanos y pecadores». «Comer y beber con» es expresión de que se acepta a una persona. Estos fariseos se portan exactamente igual que el hermano mayor del hijo pródigo, que protestaba porque su padre le había perdonado tan fácilmente.

La lección de Jesús no se hace esperar: «no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan». «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos».

Siguiendo el ejemplo de Jesús, que come en casa del publicano y le llama a ser su apóstol, hoy nos podemos preguntar cuál es nuestra actitud para con los demás: ¿la de Jesús, que cree en Mateo, aunque tenga el oficio que tiene, o la de los fariseos que, satisfechos de sí mismos, juzgan y condenan duramente a los demás, y no quieren mezclarse con los no perfectos, ni perdonan las faltas de los demás?

¿Somos de los que catalogan a las personas en «buenas» y «malas», naturalmente según nuestras medidas o según la mala prensa que puedan tener, y nos encerramos en nuestra condición de perfectos y santos? ¿Damos un voto de confianza a los demás? ¿Ayudamos a rehabilitarse a los que han caído, o nos mostramos intransigentes? ¿Guardamos nuestra buena cara sólo para con los sanos, los simpáticos, los que no nos crean problemas?

Ojalá los que nos conocen nos pudieran llamar, como decía Isaías, «reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas». O sea, que sabemos poner aceite y quitar hierro en los momentos de tensión, interpretar bien, dirigir palabras amables y tender la mano al que lo necesita, y perdonar, y curar al enfermo...

Es un buen campo en el que trabajar durante esta Cuaresma. Haremos bien en pedirle al Señor con el salmo de hoy: «Señor, enséñame tus caminos».

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 2
La Cuaresma día tras día
Barcelona 1997. Pág. 24-26