¡Amor y paz!
Esta semana entraremos en
una fase de la vida de Jesús en la que se acentúa la formación práctica de sus
discípulos con miras a su misión futura. De una parte, habrá milagros muy
significativos realizados delante de ellos solos, sin la presencia de la
muchedumbre; de otra, los enviará en misión para un primer período de prácticas
de apostolado.
Los invito, hermanos, a
leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la IV Semana del Tiempo
Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Marcos
5,1-20.
Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!". Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!". Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó. Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio. En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti". El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.
Comentario
No puede negarse que en
esta narración se mezclan rasgos populares, pintorescos y no carentes de cierto
humorismo; por ejemplo, ese detalle de los demonios que piden permiso para
entrar en los puercos y precipitarse luego en el mar. Por otra parte, el
análisis crítico no tendría muchas dificultades en encontrar en el relato
varias incoherencias, repeticiones, lagunas, que dejan traslucir ciertas
adaptaciones y algunos manejos redaccionales. Pero no es esto lo que aquí nos
interesa. Si lo leemos con ojos penetrantes y con el deseo de descubrir allí un
mensaje (y es ésta sin duda la intención del evangelista), entonces el relato
nos revela ciertos detalles sorprendentes y ricas intuiciones teológicas.
Jesús llega a la región de
los gerasenos, o sea, a un territorio pagano: la presencia del Reino no se
limita a los confines de Israel. Vive por allí, lejos de los poblados, entre
los sepulcros, un hombre poseído por el espíritu maligno.
La sociedad, como
siempre, lo ha marginado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se
encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para
que no moleste. Pero la vocación de Jesús es la de acercarse a los que ha
apartado la sociedad. El desarrollo del relato mostrará -y no es ésta
ciertamente la enseñanza menos importante- que son éstos precisamente los que
le están esperando, abiertos a la curación y al perdón.
El endemoniado hace gestos
insensatos y descompuestos: "andaba siempre, día y noche, entre los
sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras" (5, 5). Es
un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño
de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Quizás sea éste el mal que
ha venido Cristo a combatir, ese mal misterioso que hoy llamamos
"alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo
empuja contra sí mismo. Jesús no ha venido solamente a reparar una injuria
cometida contra Dios. A no ser que por injuria contra Dios se entienda esa
alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos. El relato indica que
el encuentro con Jesús (esto es, la llegada del Reino de Dios) no es únicamente
una curación, sino una verdadera liberación, un encontrarse a sí mismo, una
reconquista de la propia autenticidad. La gente que acude contempla sorprendida
que el endemoniado estaba ahora "sentado, vestido y en su sano juicio".
De un ser dividido e insociable Jesús ha hecho un hombre dueño de sí mismo, lo
ha convertido en un hermano.
Los gerasenos se admiran
de lo ocurrido, pero cuando se enteran de lo que ha pasado con los cerdos, que
se habían precipitado en el lago le invitan a Jesús que se aleje de su
territorio. Se asombran de la trasformación conseguida por Jesús y quizás
incluso lo aprecian, pero creen que es demasiado el precio que han tenido que
pagar por ello. La liberación de un hombre vale menos que una piara de puercos.
Optan por la solución menos costosa (obligados por el bien común,
¡naturalmente!), mientras que para Jesús conducir a un hombre a su dimensión
humana parece tener un valor mucho más alto que cualquier otra consideración.
El relato nos ofrece un
último detalle, "mientras subía Jesús a la barca, el hombre que había
tenido el espíritu malo le pidió que lo dejara ir con él" (5, 18). Pero
Jesús no se lo permitió; ¿por qué? Quizás porque la hora de los paganos no
había llegado todavía. O quizás también para que quedase claro que Cristo
-expulsado por los hombres (que hablan muchas veces de liberación, pero que la
rechazan apenas se dan cuenta de que tiene un precio que pagar)- deja, a pesar
de todo, junto a ellos un testigo: "Vete a tu casa, con los tuyos, y
cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de
ti" (5, 19).
BRUNO
MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 83s
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 83s