lunes, 4 de febrero de 2013

Jesús vino a liberarnos de todas nuestras alienaciones



¡Amor y paz!

Esta semana entraremos en una fase de la vida de Jesús en la que se acentúa la formación práctica de sus discípulos con miras a su misión futura. De una parte, habrá milagros muy significativos realizados delante de ellos solos, sin la presencia de la muchedumbre; de otra, los enviará en misión para un primer período de prácticas de apostolado.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la IV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Marcos 5,1-20.

Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro. El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: "¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!". Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!". Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?". El respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos". Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquella región. Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: "Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos". El se lo permitió. Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó. Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido. Cuando llegaron a donde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquella Legión, y se llenaron de temor. Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos. Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su territorio. En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti". El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

Comentario

No puede negarse que en esta narración se mezclan rasgos populares, pintorescos y no carentes de cierto humorismo; por ejemplo, ese detalle de los demonios que piden permiso para entrar en los puercos y precipitarse luego en el mar. Por otra parte, el análisis crítico no tendría muchas dificultades en encontrar en el relato varias incoherencias, repeticiones, lagunas, que dejan traslucir ciertas adaptaciones y algunos manejos redaccionales. Pero no es esto lo que aquí nos interesa. Si lo leemos con ojos penetrantes y con el deseo de descubrir allí un mensaje (y es ésta sin duda la intención del evangelista), entonces el relato nos revela ciertos detalles sorprendentes y ricas intuiciones teológicas.

Jesús llega a la región de los gerasenos, o sea, a un territorio pagano: la presencia del Reino no se limita a los confines de Israel. Vive por allí, lejos de los poblados, entre los sepulcros, un hombre poseído por el espíritu maligno. 

La sociedad, como siempre, lo ha marginado. Es la forma más rápida de resolver los problemas: se encierra al enfermo en su enfermedad y se le deja inmóvil en su situación, para que no moleste. Pero la vocación de Jesús es la de acercarse a los que ha apartado la sociedad. El desarrollo del relato mostrará -y no es ésta ciertamente la enseñanza menos importante- que son éstos precisamente los que le están esperando, abiertos a la curación y al perdón.

El endemoniado hace gestos insensatos y descompuestos: "andaba siempre, día y noche, entre los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras" (5, 5). Es un pobre hombre desquiciado, privado de sus facultades mentales, que no es dueño de sí mismo y se ha convertido en su propio enemigo. Quizás sea éste el mal que ha venido Cristo a combatir, ese mal misterioso que hoy llamamos "alienación" que divide al hombre en lo más profundo de sí mismo y lo empuja contra sí mismo. Jesús no ha venido solamente a reparar una injuria cometida contra Dios. A no ser que por injuria contra Dios se entienda esa alienación que nos aparta de su amor y de nosotros mismos. El relato indica que el encuentro con Jesús (esto es, la llegada del Reino de Dios) no es únicamente una curación, sino una verdadera liberación, un encontrarse a sí mismo, una reconquista de la propia autenticidad. La gente que acude contempla sorprendida que el endemoniado estaba ahora "sentado, vestido y en su sano juicio". De un ser dividido e insociable Jesús ha hecho un hombre dueño de sí mismo, lo ha convertido en un hermano.

Los gerasenos se admiran de lo ocurrido, pero cuando se enteran de lo que ha pasado con los cerdos, que se habían precipitado en el lago le invitan a Jesús que se aleje de su territorio. Se asombran de la trasformación conseguida por Jesús y quizás incluso lo aprecian, pero creen que es demasiado el precio que han tenido que pagar por ello. La liberación de un hombre vale menos que una piara de puercos. Optan por la solución menos costosa (obligados por el bien común, ¡naturalmente!), mientras que para Jesús conducir a un hombre a su dimensión humana parece tener un valor mucho más alto que cualquier otra consideración.

El relato nos ofrece un último detalle, "mientras subía Jesús a la barca, el hombre que había tenido el espíritu malo le pidió que lo dejara ir con él" (5, 18). Pero Jesús no se lo permitió; ¿por qué? Quizás porque la hora de los paganos no había llegado todavía. O quizás también para que quedase claro que Cristo -expulsado por los hombres (que hablan muchas veces de liberación, pero que la rechazan apenas se dan cuenta de que tiene un precio que pagar)- deja, a pesar de todo, junto a ellos un testigo: "Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti" (5, 19).

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág. 83s