¡Amor
y paz!
La
Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza;
nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la
cepa por la fe y la gracia que santifica.
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este V Domingo
de Pascua.
Dios
los bendiga...
Evangelio
según San Juan 15,1-8.
Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Comentario
¿Quién
es la vid? ¿Israel como en Is 5? No. Es una vid nueva la que el Padre ha
plantado en esta tierra. Es Jesús. Los creyentes ya no son sarmientos de una
vid, la casa de Israel, ni de otra Iglesia que pudiera sustituirla. El profeta
no supo dar respuesta a la pregunta de qué más pudo hacer el viñador por
nosotros. Dios sí. Plantar una vid que no falle, de manera que ser cristianos
es estar injertados en esta cepa, Jesús, por la fe. Es tener asegurada una savia que nos fecunda, el Espíritu de Jesús. Dentro de
nosotros palpita la vida de Dios a través del Espíritu que se comunica a los
que están injertados en Cristo. Esta vid y la comunicación de esta vida nunca
fallarán al cristiano.
Nada
más lejos esta imagen de quienes creen asegurarse el favor de Dios a través de
sus obras y merecimientos. Si vivimos como creyentes es porque corre por
nuestras venas vida de Dios absolutamente gratuita. Y esa vida recibida produce
"vino", símbolo de alegría, de comunión y de plenitud.
Sorpresa
gratuita y agradecida es la primera actitud del creyente. La actitud de
autosuficiencia por una parte o la angustia por otra están lejanas de los
discípulos de Jesús.
Pero
-vamos a la segunda cuestión- ¿qué frutos espera el Padre de Jesús de nosotros?
La continuación del texto que hoy leemos en el evangelio nos da la respuesta.
Amor. En Isaías se hablaba de "derecho y justicia". En Juan se habla
de "amor". Es bueno decirlo así para comprender que si se ha
agudizado la imaginación de Dios -¿qué más podía hacer por los hombres?- no es
lógico que sea para dar menos frutos que en el Antiguo Testamento. Amor no
puede por tanto sino englobar esa convivencia humana que se entendía como
"justicia y derecho" y radicalizarla.
Quedan
así desautorizados quienes utilizan el "ágape", el amor, la caridad
cristiana para desentenderse de "la justicia y el derecho". ¡El
Espíritu de Jesús se nos ha dado precisamente para poder ir más allá que en el
pueblo de Israel!
Todo
lo que sea de justicia debe ser englobado por el amor cristiano. Y hablamos de
justicia, cuando reconocemos al otro como a un igual, cuando le aceptamos con
su dignidad y derechos, cuando no le hacemos lo que no quisiéramos que se nos
hiciera a nosotros (que somos iguales que él). Nada de lo que queda dentro del
"justicia y derecho" profético queda fuera del "amor" cristiano.
Pero esa actitud hacia el prójimo se radicaliza, se interioriza.
El amor no
está legislado. Sale de dentro antes de la existencia de la ley y del derecho.
Y por eso es más eficaz, más imaginativo, más humano, más comunicativo. La
justicia puede nacer de una exigencia externa, incluso como correspondencia a
la misma predilección del Dios del Antiguo Testamento. El impulso del amor
brota del Espíritu, de la vida de Jesús en nosotros. Ese Espíritu es el que nos
hace llamar a Dios Padre y nos sorprende viendo a los hombres como hermanos. El
amor evidentemente también tiene "obras de justicia", pero
radicalizadas, surgidas desde la raíz, desde nuestro interior más profundo,
allí donde el Espíritu suavemente nos susurra el misterio de la filiación y de
la fraternidad.
El
evangelio de hoy nos aproxima a dos sentimientos. Las dificultades de la vida
son evidentes. Pero intentemos la experiencia de que corre por nosotros la
misma vida del Espíritu de Jesús y dejémonos llevar por una vez de esa
plenitud. Y en segundo lugar, ningún cristiano puede quedarse ahí. Si le ocurre
esto a él es para que pase algo en la humanidad. La vida de Jesús lleva al
proyecto de Jesús. Vivir del Espíritu de Jesús, en gratuidad, significa seguir
a Jesús en la historia, en compromiso.
JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1988/27
DABAR 1988/27