domingo, 6 de mayo de 2012

“Separados de mí, nada pueden hacer”, nos dice Jesús


¡Amor y paz!

La Iglesia no es sino la realización del misterio del Cristo total. Él, Cabeza; nosotros, sus miembros. Él, la Vid; nosotros, los sarmientos injertados en la cepa por la fe y la gracia que santifica.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el evangelio y el comentario, en este V Domingo de Pascua.

Dios los bendiga...

Evangelio según San Juan 15,1-8.
Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.  El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.
Comentario

¿Quién es la vid? ¿Israel como en Is 5? No. Es una vid nueva la que el Padre ha plantado en esta tierra. Es Jesús. Los creyentes ya no son sarmientos de una vid, la casa de Israel, ni de otra Iglesia que pudiera sustituirla. El profeta no supo dar respuesta a la pregunta de qué más pudo hacer el viñador por nosotros. Dios sí. Plantar una vid que no falle, de manera que ser cristianos es estar injertados en esta cepa, Jesús, por la fe. Es tener asegurada una savia que nos fecunda, el Espíritu de Jesús. Dentro de nosotros palpita la vida de Dios a través del Espíritu que se comunica a los que están injertados en Cristo. Esta vid y la comunicación de esta vida nunca fallarán al cristiano.

Nada más lejos esta imagen de quienes creen asegurarse el favor de Dios a través de sus obras y merecimientos. Si vivimos como creyentes es porque corre por nuestras venas vida de Dios absolutamente gratuita. Y esa vida recibida produce "vino", símbolo de alegría, de comunión y de plenitud. 

Sorpresa gratuita y agradecida es la primera actitud del creyente. La actitud de autosuficiencia por una parte o la angustia por otra están lejanas de los discípulos de Jesús.

Pero -vamos a la segunda cuestión- ¿qué frutos espera el Padre de Jesús de nosotros? La continuación del texto que hoy leemos en el evangelio nos da la respuesta. Amor. En Isaías se hablaba de "derecho y justicia". En Juan se habla de "amor". Es bueno decirlo así para comprender que si se ha agudizado la imaginación de Dios -¿qué más podía hacer por los hombres?- no es lógico que sea para dar menos frutos que en el Antiguo Testamento. Amor no puede por tanto sino englobar esa convivencia humana que se entendía como "justicia y derecho" y radicalizarla.

Quedan así desautorizados quienes utilizan el "ágape", el amor, la caridad cristiana para desentenderse de "la justicia y el derecho". ¡El Espíritu de Jesús se nos ha dado precisamente para poder ir más allá que en el pueblo de Israel!

Todo lo que sea de justicia debe ser englobado por el amor cristiano. Y hablamos de justicia, cuando reconocemos al otro como a un igual, cuando le aceptamos con su dignidad y derechos, cuando no le hacemos lo que no quisiéramos que se nos hiciera a nosotros (que somos iguales que él). Nada de lo que queda dentro del "justicia y derecho" profético queda fuera del "amor" cristiano. Pero esa actitud hacia el prójimo se radicaliza, se interioriza. 

El amor no está legislado. Sale de dentro antes de la existencia de la ley y del derecho. Y por eso es más eficaz, más imaginativo, más humano, más comunicativo. La justicia puede nacer de una exigencia externa, incluso como correspondencia a la misma predilección del Dios del Antiguo Testamento. El impulso del amor brota del Espíritu, de la vida de Jesús en nosotros. Ese Espíritu es el que nos hace llamar a Dios Padre y nos sorprende viendo a los hombres como hermanos. El amor evidentemente también tiene "obras de justicia", pero radicalizadas, surgidas desde la raíz, desde nuestro interior más profundo, allí donde el Espíritu suavemente nos susurra el misterio de la filiación y de la fraternidad.

El evangelio de hoy nos aproxima a dos sentimientos. Las dificultades de la vida son evidentes. Pero intentemos la experiencia de que corre por nosotros la misma vida del Espíritu de Jesús y dejémonos llevar por una vez de esa plenitud. Y en segundo lugar, ningún cristiano puede quedarse ahí. Si le ocurre esto a él es para que pase algo en la humanidad. La vida de Jesús lleva al proyecto de Jesús. Vivir del Espíritu de Jesús, en gratuidad, significa seguir a Jesús en la historia, en compromiso.

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1988/27