¡Amor y paz!
Jesús echa en cara a fariseos y escribas su pecado, para moverlos a conversión. El pecado de los fariseos está en poner empeño escrupuloso en las normas insignificantes mientras desprecian lo esencial; en querer aparecer como irreprochables para ser honrados y estimados como piadosos (cf. Mt 23. 6-7; Mc 12.38-39). El discípulo de Jesús, en cambio, debe valorar las cosas según su importancia. No debe despreciar lo pequeño por ser pequeño, pero debe centrar su esfuerzo en lo fundamental: la justicia, el amor a Dios, el amor al hermano.
El pecado del escriba, del especialista en la ley, está en escrutar la ley día y noche para descubrir a los hombres lo que deben hacer, pero no cumplirlo él ni ayudar a cumplirlo a los débiles. La salvación no está en saber mucho, sino en cumplir lo que se sabe, no en echar cargas sobre los hombros de los demás, sino en ayudar a los "pobres" a llevar su propia carga. (Comentarios Bíblicos-5.Pág. 538).
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este miércoles de la XXVIII Semana del Tiempo Ordinario.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Lucas 11,42-46.
Pero ¡ay de ustedes, fariseos, que pagan el impuesto de la menta, de la ruda y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello. ¡Ay de ustedes, fariseos, porque les gusta ocupar el primer asiento en las sinagogas y ser saludados en las plazas! ¡Ay de ustedes, porque son como esos sepulcros que no se ven y sobre los cuales se camina sin saber!". Un doctor de la Ley tomó entonces la palabra y dijo: "Maestro, cuando hablas así, nos insultas también a nosotros". Él le respondió: "¡Ay de ustedes también, porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!
Comentario
Los ayes de Jesús describen las formas de la ausencia del Dios de la vida en el ámbito de los dirigentes religiosos. Y esos ayes se prolongan a lo largo del tiempo como una seria advertencia a todo hombre que se precie de religioso.
Desde ellos se exige, en primer lugar, una jerarquización de los preceptos que rigen la relación con Dios. Ésta se concibe esencialmente como una práctica de amor y justicia sin cuya existencia el cumplimiento de las demás obligaciones son prácticas vacías de sentido. Lo que acontece con el diezmo de los escribas, en el primer ay pronunciado por Jesús, puede acontecer con toda práctica de piedad al margen de aquellos pilares fundamentales del amor y la justicia.
Dichas exigencias principales de toda religiosidad auténtica son incompatibles con una práctica religiosa centrada en la búsqueda de los aplausos y de la aprobación de los semejantes.
Por lo mismo, se exige del hombre religioso una constante purificación de sus motivaciones para mantener la posibilidad del encuentro con Dios en una vida realizada en la autenticidad de una existencia vivida conforme al querer de Dios.
Toda actitud que enmascara intereses y egoísmos personales bajo el manto de la religiosidad vicia la raíz de la propia vida y coloca en una senda que, en lugar de acercar a Dios, aleja de Él.
Por consiguiente, las acciones que se esperan de los demás deben ser asumidas previamente como compromiso y exigencia en la propia vida como el fundamento necesario para el encuentro con el Señor de todos.
Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)