¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este martes 1 de Adviento, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Is 11,1-10):
Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su
raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu
de sabiduría y entendimiento, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de
ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por
apariencias ni sentenciará de oídas; juzgará a los pobres con justicia,
sentenciará con rectitud a los sencillos de la tierra; pero golpeará al
violento con la vara de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al malvado.
La justicia será ceñidor de su cintura, y la lealtad, cinturón de sus caderas.
Habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el
ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor. La vaca pastará
con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león como el buey, comerá paja. El
niño de pecho retozará junto al escondrijo de la serpiente, y el recién
destetado extiende la mano hacia la madriguera del áspid. Nadie causará daño ni
estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del
Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé será elevada
como enseña de los pueblos: se volverán hacia ella las naciones y será gloriosa
su morada.
Salmo responsorial: 71
R/. Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente.
Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de
reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.
En sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; domine de
mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.
Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; Él se
apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.
Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; Èl sea la bendición de
todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
Versículo antes del Evangelio (---):
Aleluya. Ya viene el Señor, nuestro Dios, con todo su poder para iluminar los ojos de sus hijos. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 10,21-24):
En aquel momento, Jesús se llenó de gozo en el Espíritu Santo, y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».
Comentario
Hoy leemos un extracto del capítulo 10 del Evangelio según
san Lucas. El Señor ha enviado a setenta y dos discípulos a los lugares adonde
Él mismo ha de ir. Y regresan exultantes. Oyéndoles contar sus hechos y gestas,
«Jesús se llenó del gozo del Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21).
La gratitud es una de las facetas de la humildad. El arrogante considera que no
debe nada a nadie. Pero para estar agradecido, primero, hay que ser capaz de
descubrir nuestra pequeñez. “Gracias” es una de las primeras palabras que
enseñamos a los niños. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se las has
revelado a los pequeños» (Lc 10,21).
Benedicto XVI, al hablar de la actitud de adoración, afirma que ella presupone
un «reconocimiento de la presencia de Dios, Creador y Señor del universo. Es un
reconocimiento lleno de gratitud, que brota desde lo más hondo del corazón y
abarca todo el ser, porque el hombre sólo puede realizarse plenamente a sí
mismo adorando y amando a Dios por encima de todas las cosas».
Un alma sensible experimenta la necesidad de manifestar su reconocimiento. Es
lo único que los hombres podemos hacer para responder a los favores divinos.
«¿Qué tienes que no hayas recibido?» (1Cor 4,7). Desde luego, nos hace falta
«dar gracias a Dios Padre, a través de su Hijo, en el Espíritu Santo; con la
gran misericordia con la que nos ha amado, ha sentido lástima por nosotros, y
cuando estábamos muertos por nuestros pecados, nos ha hecho revivir con Cristo
para que seamos en Él una nueva creación» (San León Magno).
Abbé Jean GOTTIGNY (Bruxelles, Bélgica)
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