¡Amor y paz!
Empezamos hoy la lectura del famoso capítulo 6 de san Juan: es una verdadera síntesis teológica sobre la eucaristía y sobre la fe. Según un procedimiento de composición, habitual en san Juan, tendremos el relato de dos milagros, luego un largo discurso de Jesús que expresa y prolonga la significación de estos dos "signos" prodigiosos. La lectura de este conjunto abarcará toda la próxima semana.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la 2ª. Semana de Pascua.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Juan 6,1-15.
Después de esto, Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
Comentario
Alabemos la sabiduría y discernimiento de todos los verdaderos sabios y maestros.
Y, a imitación de ellos, hagamos nuestra su conducta: actuemos de manera racional, pensando bien lo que hacemos, no dejándonos guiar por mal espíritu, tratando de acertar en nuestra búsqueda de verdad, justicia, solidaridad, misericordia.
Y, a imitación de ellos, hagamos nuestra su conducta: actuemos de manera racional, pensando bien lo que hacemos, no dejándonos guiar por mal espíritu, tratando de acertar en nuestra búsqueda de verdad, justicia, solidaridad, misericordia.
Dios está por encima de todo lo nuestro, y nuestra mayor verdad será ponernos en sus manos activamente, haciendo el bien en el mundo y respetando los designios de lo alto, sobre todo en favor de los pobres, humildes, necesitados.
Nunca obremos por pasión, interés, despiadadamente, sino por amor a la verdad y al hombre.
Recordemos que la misericordia del Señor llena la tierra. Y comencemos a vivir el misterio o don de la Eucaristía –que es mesa de hermandad, pan partido y servido, abrazo de amigos, compromiso de fidelidad- en el preámbulo de todas las buenas acciones. Compartamos lo poco que tenemos con quienes más lo necesitan, y de esa mesa humilde en el compartir pasaremos a la gran Mesa Eucarística. Después, volveremos al punto de partida llevando más amor.
Dominicos 2004