¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios con el método de
la lectio divina, hoy martes de la segunda semana de Pascua.
Dios
nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Hechos
de los Apóstoles 4,32-37
32 El grupo de los
creyentes pensaba y sentía lo mismo, y nadie consideraba como propio nada de lo
que poseía, sino que tenían en común todas las cosas. 33 Por su parte, los
apóstoles daban testimonio con gran energía de la resurrección de Jesús, el
Señor, y todos gozaban de gran estima. 34 No había entre ellos necesitados,
porque todos los que tenían hacienda o casas las vendían, llevaban el precio de
lo vendido, 35 lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno
según su necesidad.
'36 Este
fue el caso de José, un levita nacido en Chipre, a quien los apóstoles llamaban
Bernabé, que significa «el que trae consuelo». 37 Este tenía un campo, lo
vendió, trajo el dinero y lo puso a disposición de los apóstoles.
Éste es el segundo «compendio», o cuadro recopilador, donde Lucas presenta el nuevo estilo de vida de la Iglesia, fruto del Espíritu. Se subraya aquí la comunión de bienes, descrita de un modo más bien detallado.
Aparecen dos prácticas de
comunión: la primera consiste en poner en común los propios bienes o
comunión de uso. Cada uno es propietario de sus bienes, pero se
considera sólo administrador de los mismos, poniendo el fruto de los mismos a
disposición de todos. La segunda práctica consiste en la venta de los bienes,
seguida de la distribución de lo recaudado. Esta distribución la hacen los
apóstoles después de que se deposita a sus pies el importe de la venta. Estas
dos prácticas de comunión no son las únicas: los Hechos de los Apóstoles
presentan otras. Pablo habla del trabajo de sus propias manos para proveer a
las necesidades de los suyos y de «los débiles» (20,34s).
Lo que le importa a Lucas
sobre todo es mostrar que las distintas prácticas de comunión de bienes están
arraigadas en una profunda comunión de espíritus y de corazones. Del conjunto
se desprende que estamos en presencia de la comunidad mesiánica, heredera de
las promesas hechas a los padres: «No habrá ningún pobre entre los
tuyos, porque Yahvé te bendecirá abundantemente en la tierra que Yahvé tu Dios
te da en herencia para que la poseas, pero sólo si escuchas de verdad la voz de
Yahvé tu Dios» (Dt 15,4s).
Evangelio: Juan 3,7b-15
En aquel tiempo, dijo
Jesús a Nicodemo: «En verdad te digo: Tenéis que nacer de lo nuevo. 8 El
viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni
adónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu».
9 Nicodemo
replicó:
- ¿Cómo puede ser esto?
'° Jesús le contestó:
- ¿Tú eres maestro de Israel e ignoras estas
cosas? 11 Yo te aseguro que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio
de lo que hemos visto; pero vosotros rechazáis nuestro testimonio. 12 Si
no me creéis cuando os hablo de las cosas terrenas, ¿cómo vais a creerme
cuando os hable de las cosas del cielo? 13 Nadie ha
subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del
hombre. 14 Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el
desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto 15 para
que todo el que crea en él tenga vida eterna.
El diálogo de Jesús con Nicodemo se transforma aquí en un monólogo ininterrumpido que el evangelista pone en los labios de Jesús. Nos encontramos frente a palabras auténticas de Jesús y a testimonios pospascuales fundidos por el autor en un solo discurso. Se trata de una profesión de fe usada en el interior de la vida litúrgica de la Iglesia joanea. En ella se contiene, en síntesis, la historia de la salvación.
El tema desarrolla lo que
vimos en el fragmento de ayer, centrado en el testimonio de Cristo, Hijo del
hombre bajado del cielo, el único que está en condiciones de revelar el amor de
Dios por los hombres a través de su propia muerte y resurrección (vv. 11-15).
El evangelista insiste ahora en la importancia de la fe. Si ésta no crece con
la revelación hecha por Jesús sobre su destino espiritual, ¿cómo podrá ser
acogida la gran revelación relacionada con su éxodo pascual?
Los hombres deben dar
crédito a Cristo, aunque ninguno de ellos haya subido al cielo para captar los
misterios celestiales, ya que sólo él, que ha bajado del cielo (v 13), está en
condiciones de anunciar la realidad del Espíritu, y es el verdadero puente
entre el hombre y Dios. Sólo Jesús es el lugar ideal de la presencia de Dios. Y
esta revelación tendrá su cumplimiento en la cruz, cuando Jesús sea ensalzado a
la gloria, para que «todo el que crea en él tenga la vida eterna»
(v. 15).
La humanidad podrá
comprender el escandaloso y desconcertante acontecimiento de la salvación por
medio de la cruz y curar de su mal, como los judíos curaron en el desierto de
las picaduras de las serpientes mirando la serpiente de bronce (cf. Nm 21,49).
El simbolismo de la serpiente de Moisés afirma la verdad de que la salvación
consiste en someternos a Dios y dirigir nuestra mirada al Crucificado,
verdadero acto de fe que comunica la vida eterna (cf. In 19,37).
MEDITATIO
El texto de Hechos de los
Apóstoles es uno de los más frecuentados por parte de la tradición espiritual
de la Iglesia. A partir del primer monacato, en todos los momentos de crisis o
de dificultades en la vida cristiana se ha hecho referencia a este texto como a
un modelo fundador e insuperable de la vida de la Iglesia y, por consiguiente,
como a una piedra sobre la que es posible construir formas auténticas de vida
cristiana.
En este fragmento aparecen
toda la fascinación y la nostalgia de la fraternidad; más aún: de una
Iglesia fraterna. En un momento en el que parecen desaparecer otras
perspectivas, he aquí la posibilidad de retomar el camino del renacimiento a
partir de la fraternidad, la fuente inagotable del estilo de vida cristiano. La
novedad cristiana se expresa sobre todo en la fraternidad: a través de
comunidades fraternas, a través de una Iglesia fraterna, a través de una mentalidad
fraternal que busca por encima de todo crear relaciones fraternas, como signo
de la venida del Reino de Dios.
¿Qué lugar ocupa la
fraternidad en mis preocupaciones? ¿Qué importancia tiene la construcción de la
fraternidad en mi vida espiritual? ¿Es acaso mi espiritualidad una
espiritualidad individualista, de la que están prácticamente excluidos los
hermanos y las hermanas?
ORATIO
Señor, muéstrate bondadoso
conmigo, que, de hecho, considero poco importante la fraternidad. Estoy
preocupado de que las cosas «funcionen» y, así, encuentro el pretexto para
olvidarme de que los otros son mis hermanos, cuando no los convierto en meros
instrumentos. Estoy preocupado por mi salud y, así, me olvido de que los otros
también tienen sus problemas, quizás mucho más graves que los míos. Estoy
preocupado por el bien que debo hacer y, con frecuencia, no me pregunto si lo
hago de una forma fraterna, si lo hago de hermano a hermanos. Estoy
preocupado por llevarte a los alejados y me olvido de los que tengo cerca.
Señor, concédeme unos ojos
y un corazón fraternos. ¡Qué alejado ando de todo esto! Estoy alejado, y la
mayoría de las veces ni siquiera me doy cuenta, porque no me tomo en serio la
fraternidad: resulta demasiado poco gratificante, no me hace lucir, no enciende
mi fantasía, no me hace sentirme un héroe.
Señor, para hacer que yo
quiera ser de verdad hermano y hermana de mi prójimo, debes iluminarme de
continuo con tu palabra y tu Espíritu, como hiciste en los comienzos de tu
Iglesia.
CONTEMPLATIO
Nuestro Creador y Señor
dispone todas las cosas de tal modo que, si alguien quisiera ensoberbecerse por
el don que ha recibido, debe humillarse por las virtudes de que carece. El
Señor dispone todas las cosas de tal modo que cuando eleva a uno mediante una
gracia que ha recibido, mediante una gracia diferente lo somete a otro. Dios
dispone todas las cosas de tal modo que mientras todas las cosas son de todos,
en virtud de cierta exigencia de la caridad, todo se vuelve de cada uno, y cada
uno posee en el otro lo que no ha recibido, de tal modo que cada uno ofrece
como don al otro lo que ha recibido.
Es lo que dice
Pedro: «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha
recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1
Pe 4,10) (Gregorio Magno, Comentario moral a Job, XXVIII, 22).
ACTIO
Repite con frecuencia y
vive hoy la Palabra: «Reina, Señor, glorioso en medio de nosotros».
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El fin de una comunidad no
puede ser sólo ofrecer a sus componentes un sentimiento de bienestar. Su
objetivo y su significado son más bien hacer que todos los miembros puedan
incitarse unos a otros, día a día, a recorrer juntos el camino de la confianza,
con madurez, con lealtad y en medio de la afectividad; que puedan aclarar los
malentendidos que se producen; que puedan resolver los conflictos y, sobre
todo, que puedan arraigarse en Dios. Y es que, en una comunidad, sólo podremos
vivir bien a la larga si dirigimos de continuo nuestra mirada a Dios como
nuestra verdadera meta y causa última de nuestra vida (A. Grün, A onore
del cielo, come segno per la terra, Brescia 1999, p. 151).