martes, 26 de abril de 2011

Como la Magdalena, somos enviados a dar la buena noticia

¡Amor y paz!


Ayer leímos acerca de la aparición del Resucitado según la versión de Mateo; hoy, según la de Juan. Dentro del proyecto salvífico de Dios, los laicos, como María Magdalena, tenemos la importantísima misión de ser testigos y anunciadores de la resurrección de Cristo, tal cual nos lo muestra hoy el Evangelio.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este martes de la 2ª. semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Del Evangelio según San Juan 20,11-18
11 María se quedó afuera de la tumba, llorando. Mientras lloraba, se inclinó para ver dentro de la tumba, 12 y vio a dos ángeles vestidos de blanco. Estaban sentados, uno donde había estado la cabeza de Jesús y el otro donde habían estado sus pies. 13 Los ángeles le preguntaron:
—Mujer, ¿por qué estás llorando?
Ella les respondió:
—Porque alguien se ha llevado el cuerpo de mi Señor, y no sé dónde lo habrá puesto.
14 Apenas dijo esto, volvió la cara y vio a Jesús allí, pero no sabía que era él. 15 Jesús le dijo:
—Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?
María pensó que estaba hablando con el que cuidaba el jardín donde estaba la tumba. Por eso le dijo:
—Señor, si usted se ha llevado el cuerpo que estaba en esta tumba, dígame dónde lo puso y yo iré a buscarlo.
16 Jesús le dijo:
—María.
Ella se volvió y le dijo:
—¡Maestro!
17 Jesús le dijo:
—No me detengas, pues todavía no he ido a reunirme con mi Padre. Pero ve y dile a mis discípulos que voy a reunirme con él, pues también es Padre de ustedes. Él es mi Dios, y también es Dios de ustedes.
18 María Magdalena fue y les dijo a los discípulos que había visto al Señor, y les contó todo lo que él había dicho.
Sociedades Bíblicas Unidas: Traducción en lenguaje actual.
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Comentario

a) Esta vez es Juan el que nos cuenta el encuentro de María Magdalena con el Resucitado. Es una mujer llena de sensibilidad, decidida, que ha sido pecadora, pero que se ha convertido y cree en Jesús y le ama profundamente. Ha estado al pie de la cruz. Ahora está llorando junto al sepulcro.

Se ve claramente que tanto las mujeres como los demás discípulos no estaban demasiado predispuestos a tomar en serio la promesa de la resurrección. La única interpretación que se le ocurre a la Magdalena, ante la vista de la tumba vacía, es que han robado el cuerpo de su Señor, y está dispuesta a hacerse cargo de él, si le encuentra: «yo lo recogeré».

En las diversas apariciones del Señor sus discípulos no le reconocen fácilmente: unos lo confunden con un caminante más, otros con un fantasma, y Magdalena con el hortelano. El Resucitado no es «experimentable» como antes: está en una existencia nueva, y él se manifiesta a quien quiere y cuando quiere. Eso sí, los que se encuentran con él quedan llenos de alegría y su vida cambia por completo.

Magdalena le reconoce cuando Jesús pronuncia su nombre: «María». Es la experiencia personal de la fe. Jesús había dicho que el Buen Pastor conoce a sus ovejas una a una. La fe y la salvación siempre son nominales, personalizadas, tanto en la llamada como en la respuesta.
Magdalena recibe una misión: no puede quedarse ahí, no puede «retener» para sí al que acaba de encontrar resucitado, sino que tiene que ir a anunciar la buena noticia a todos. Se convierte así, como vimos ayer de las demás mujeres, en «apóstol de los apóstoles».

b) Ojalá también nosotros, ante el acontecimiento de la Pascua, nos dejemos ganar por Cristo.

La Pascua que hemos empezado a celebrar nos interpela y nos provoca: quiere llenarnos de energía y de alegría. Se tendrá que notar en nuestro estilo de vida que creemos de verdad en la Pascua del Señor: que él ha resucitado, que se nos han perdonado los pecados, que hemos recibido el don del Espíritu y pertenecemos a su comunidad, que es la Iglesia.

Ayudados por la fe, seguramente hemos «oído» que también a nosotros el Señor nos ha mirado y ha pronunciado nuestro nombre, llamándonos a la vida cristiana, o a la vida religiosa o sacerdotal. El popular canto de Gabarain, lleno de sentimiento, está inspirado por tantas escenas del evangelio, además del caso de la Magdalena: «me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre». Y nosotros nos hemos dejado convencer vitalmente por esa llamada. Como los oyentes de Pedro a los que les llega su predicación al alma y preguntan qué deben hacer.

Somos enviados a anunciar la buena noticia. Pero sólo será convincente nuestro anuncio si brota de la experiencia de nuestro encuentro con el Señor.

Como Pedro y la Magdalena y las demás mujeres han quedado transformados por la Pascua, nosotros, si la celebramos bien, seremos testigos que la contagiamos a nuestro alrededor. Y los demás nos verán en nuestra cara y en nuestra manera de vida esa «libertad verdadera» y esa «alegría del cielo que ya hemos empezado a gustar en la tierra», como ha pedido la oración del día.

Claro que nosotros no acabamos de «ver» ni reconocer al Señor en nuestra vida, mucho menos que los discípulos a quienes se apareció. Pero tenemos el mérito de creer en él sin haberle visto con los ojos de la carne: «dichosos los que crean sin haber visto», como dijo Jesús a Tomás.

En la Eucaristía, tenemos cada día un encuentro pascual con el Resucitado, que no sólo nos saluda, sino que se nos da como alimento y nos transmite su propia vida. Es la mejor «aparición», que no nos permite envidiar demasiado ni a los apóstoles ni a los discípulos de Emaús ni a la Magdalena.

J. Aldazábal
Enséñame tus caminos 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 24-27