¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes de la 14ª semana del tiempo ordinario.
Dios nos bendice...
Evangelio según San Mateo 9,18-26.
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá". Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada". Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada. Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: "Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.
Comentario
a) Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús,
intercalados el uno en el otro: un hombre le pide que devuelva la vida a su
hija que acaba de fallecer, y una mujer queda curada con sólo tocar la orla de
su manto.
Ambas personas se le acercan con mucha fe y obtienen
lo que piden. Jesús es superior a todo mal, cura enfermedades y libera incluso
de la muerte. En eso consiste el Reino de Dios, la novedad que el Mesías viene
a traer: la curación y la resurrección.
b) En los sacramentos es donde nos acercamos con más
fe a Jesús y le «tocamos», o nos toca él a nosotros por la mediación de su
Iglesia, para concedernos su vida.
En el caso de aquella mujer, Jesús notó que había
salido fuerza de él (como comenta Lucas en el texto paralelo). Así pasa en los
sacramentos, que nos comunican, no unos efectos jurídicamente válidos «porque
Cristo los instituyó hace dos mil años», sino la vida que Jesús nos transmite
hoy y aquí, desde su existencia de Señor Resucitado.
Como dice el Catecismo, «los sacramentos son
fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo, siempre vivo y vivificante» (CEC
1116).
El dolor de aquel padre y la vergüenza de aquella
buena mujer pueden ser un buen símbolo de todos nuestros males, personales y
comunitarios. También ahora, como en su vida terrena, Jesús nos quiere atender
y llenarnos de su fuerza y su esperanza. En la Eucaristía se nos da él mismo
como alimento, para que, si le recibimos con fe, nos vayamos curando de
nuestros males.
J.
ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 114-117
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 5
Tiempo Ordinario. Semanas 10-21
Barcelona 1997. Págs. 114-117