sábado, 15 de marzo de 2014

Seamos constructores de la paz y de la unidad en el mundo

¡Amor y paz!

Jamás podremos decir que hemos hecho bastante en el camino de perfección. Jamás podemos sentarnos a contemplar lo que hemos avanzado y pensar que ya es suficiente.
Cuando lleguemos a la misma perfección de Dios, cuando no sea posible ir más allá y el retroceder sea imperfección, entonces podremos entrar en el descanso eterno, el descanso del mismo Dios. Cristo nos pone en el horizonte final de nuestras esperanzas el llegar a ser perfectos como el Padre Dios es perfecto. Mientras caminamos y nos llenamos cada vez más de Dios debemos amar y perdonar como Dios nos ha amado y perdonado. Debemos trabajar por la conversión, incluso, de aquellos que nos ofendieron.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este sábado de la 1ª. Semana de Cuaresma.
Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


Comentario
No podemos vivir al margen del camino de Cristo en quien Dios se manifestó como un Padre amoroso, misericordioso y lleno de ternura para con nosotros, sus hijos. Efectivamente san Pablo nos dice: El amor de Dios por nosotros se manifestó en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros. Quien ame a su prójimo como Dios nos ha amado, habrá llegado a la perfección en el amor. Dios nos conceda, por lo menos, avanzar un poco más en este camino que Dios quiere que sigamos tras las huellas de Cristo en esta Cuaresma que nos conduce a la Pascua.

Cristo nos ganó para sí porque nos perdonó. Si quieres ganar a tu enemigo no puedes vivir odiándolo. La salvación Dios la ha escrito en clave de perdón. Si tú amas a tu enemigo podrás levantarte victorioso sobre él porque con el amor vencerás al odio y conquistarás a aquel que se había levantado en contra tuya. Esto es lo que Dios hizo con nosotros. La Eucaristía que estamos celebrando celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, porque nos amó, a nosotros pecadores; y nos amó hasta el extremo. Quienes participamos de la Eucaristía no sólo vamos a rendirle culto a Dios; venimos para dejarnos amar y salvar por Él. Dios nos ofrece su amor, ojalá y lo aceptemos en nuestra vida.
Habiendo sido amados y perdonados por Dios y teniéndolo con nosotros, Él nos envía para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo con los demás. Si queremos un mundo más fraterno y más en paz no podemos amar sólo a los que nos aman. Si queremos que desaparezcan los odios en el mundo, nosotros hemos de ser los primeros en salir al encuentro de quienes nos ofendieron y ofrecerles el perdón. Pero puesto que la conversión del corazón no es obra del hombre, sino la obra de Dios en el hombre, debemos orar unos por otros para que Dios lleve a buen término esa su obra salvadora en nosotros. Si así lo hacemos estaremos dando testimonio de que en verdad el amor de Dios habita en nosotros.

Aprovechemos este tiempo de preparación para celebrar la Pascua para volver al Señor; para pedirle que nos ayude a renunciar a todo aquello que nos divide o nos levanta con gesto amenazador contra nuestro prójimo. Seamos constructores de la paz y de la unidad en el mundo. Trabajemos para que todos lleguemos a ser hijos de Dios, caminando constantemente hacia nuestra perfección en el Señor. Sólo entonces, cuando vivamos fraternalmente unidos en Cristo, el mundo creerá realmente que Dios es nuestro Padre, pues viviremos como hermanos, libres de todo aquello que nos impide caminar en el auténtico amor.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vernos y amarnos como hermanos, libres de odios y luchando por conservar en nosotros la paz, fortalecidos por el Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones. Amén.
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