¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y
el comentario, en este Domingo I de Adviento.
Dios nos bendice,
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
(21,25-28.34-36)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad, ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros temblarán. Entonces, verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y majestad. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación.»
Comentario
Cuentan
la historia de un soldado que se acerca a su jefe inmediato y le dice: “–Uno de
nuestros compañeros no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito
permiso para ir a buscarlo”. “–Permiso denegado –replicó el oficial–. No quiero
que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
Haciendo caso omiso de la prohibición, el soldado salió, y una hora más tarde
regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo. El oficial,
furioso, le gritó: ”–¡Ya le dije yo que había muerto! Dígame, ¿valía la
pena ir allí para traer un cadáver arriesgando su propia vida?” Y el soldado
moribundo respondió: “–¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba
vivo y pudo decirme: ‘¡Estaba seguro que vendrías!". En estos casos es
cuando se entiende que un amigo es aquel que se queda cuando todo el mundo se
ha ido. Los verdaderos amigos no calculan costos, ni están midiendo gota a gota
su propia entrega. Un verdadero amigo no sabe de ahorros, ni de moderaciones en
la generosidad. “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”
(Juan 15, 13), decía Jesús antes de su propia entrega hasta la muerte, y muerte
de cruz.
Lo
que realmente hace novedosa nuestra fe, con respecto a otras religiones, es que
nuestro Dios se encarnó, se hizo hombre, compartió nuestra condición humana,
menos en el pecado, asumiendo todas las consecuencias de la encarnación. No nos
dejó abandonados al poder de nuestras limitaciones, sino que vino a rescatarnos
de nuestras miserias personales y sociales. Esta es la esperanza que nos anima
y por la cual tenemos que estar despiertos para saber reconocerla y recibirla
el día que se acerque: “Tengan cuidado y no dejen que sus corazones se
endurezcan por los vicios, las borracheras y las preocupaciones de esta vida,
para que aquel día no caiga de pronto sobre ustedes como una trampa. Porque
vendrá sobre todos los habitantes de la tierra. Estén ustedes preparados,
orando en todo tiempo, para que puedan escapar de todas estas cosas que van a
suceder y para que puedan presentarse delante del Hijo del hombre”.
Estas
advertencias que nos presenta el evangelio de hoy, pueden ser leídas con temor
y temblor, porque anuncian acontecimientos extraordinarios: “Habrá señales en
el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra las naciones estarán
confusas y se asustarán por el terrible ruido del mar y de las olas. La gente
se desmayará de miedo al pensar en lo que va a sucederle al mundo; pues hasta
las fuerzas celestiales serán sacudidas. Entonces se verá al Hijo del hombre
venir en una nube con gran poder y gloria”. Sin embargo, san Lucas está
invitando precisamente a lo contrario; no a sentir miedo, sino a llenarse de
alegría por lo que va a suceder: “Cuando comiencen a suceder estas cosas,
anímense y levanten la cabeza, porque muy pronto serán libertados”.
Cuando nos sintamos hundidos en medio de las
dificultades personales o sociales, y parezca imposible levantar la cabeza por
la vergüenza y la desesperación; cuando ya no haya luces que iluminen nuestro
camino en medio de la noche cerrada, podemos estar seguros, como el soldado
aquel con el que comenzamos, que Dios no nos dejará abandonados en medio del
campo de batalla. Podremos decirle a Dios: “¡Estaba seguro que vendrías!”,
porque nuestro Dios vendrá, con toda certeza, a nuestro encuentro.
Hermann
Rodríguez Osorio, S.J
Sacerdote
jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia
Universidad Javeriana – Bogotá