lunes, 16 de febrero de 2015

Cambiar no requiere muchos milagros como disposición interior

¡Amor y paz!

Nuestra sociedad está llena de signos y símbolos, toda vez que los usamos para comunicarnos. También la religión tiene muchos. En el judeocristianismo, la Biblia nos relata notables ejemplos de esas señales maravillosas. Jesús hizo muchos prodigios y el Evangelio nos narra hoy cómo, no obstante, para ponerlo a prueba, los fariseos le piden un signo del cielo.

Hoy, muchos le piden signos a Dios, pero a veces pareciera que nuestra fe se redujera a pedir milagros, independientemente de la relación que tengamos con el Señor y con nuestros hermanos, y de la necesaria coherencia que debe existir entre lo que creemos, celebramos y vivimos.

“La religión no es un entretenimiento fastuoso para espectadores difíciles de complacer. Para que la vida cambie no se requieren muchas demostraciones afuera, sino mucha disposición adentro”, dice Fray Nelson Medina O.P.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes de la VI Semana del Tiempo Ordinario. El próximo será Miércoles de Ceniza y comenzará el Tiempo de Cuaresma, que nos debe preparar para celebrar el acontecimiento más importante del Cristianismo: la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Marcos 8,11-13. 
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.  
Comentario

a) A Jesús no le gusta que le pidan signos maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder.

Sus contemporáneos no lo querían reconocer en su doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos. Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del cielo. Él buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.

b) ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día.

¿También estamos esperando milagros, revelaciones, apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud.

Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra historia.

Igual que en su tiempo apareció, no como un rey magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz, también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 156-160