¡Amor y paz!
Nuestra sociedad está llena de signos y símbolos,
toda vez que los usamos para comunicarnos. También la religión tiene muchos. En
el judeocristianismo, la Biblia nos relata notables ejemplos de esas señales
maravillosas. Jesús hizo muchos
prodigios y el Evangelio nos narra hoy cómo, no obstante, para ponerlo a
prueba, los fariseos le piden un signo del cielo.
Hoy, muchos le piden signos a Dios, pero a veces
pareciera que nuestra fe se redujera a pedir milagros, independientemente de la
relación que tengamos con el Señor y con nuestros hermanos, y de la necesaria
coherencia que debe existir entre lo que creemos, celebramos y vivimos.
“La religión no es un
entretenimiento fastuoso para espectadores difíciles de complacer. Para que la
vida cambie no se requieren muchas demostraciones afuera, sino mucha
disposición adentro”, dice Fray Nelson Medina O.P.
Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio
y el comentario, en este lunes de la VI Semana del Tiempo Ordinario. El próximo
será Miércoles de Ceniza y comenzará el Tiempo de Cuaresma, que nos debe
preparar para celebrar el acontecimiento más importante del Cristianismo: la
pasión, muerte y resurrección de Cristo.
Dios nos bendice…
Evangelio según San
Marcos 8,11-13.
Entonces llegaron los fariseos, que comenzaron a discutir con él; y, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Jesús, suspirando profundamente, dijo: "¿Por qué esta generación pide un signo? Les aseguro que no se le dará ningún signo". Y dejándolos, volvió a embarcarse hacia la otra orilla.
Comentario
a) A Jesús no le gusta que le pidan signos
maravillosos, espectaculares. Como cuando el diablo, en las tentaciones del
desierto, le proponía echarse del Templo abajo para mostrar su poder.
Sus contemporáneos no lo querían reconocer en su
doctrina y en su persona. Tampoco sacaban las consecuencias debidas de los
expresivos gestos milagrosos que hacía curando a las personas y liberando a los
poseídos del demonio y multiplicando los panes, milagros por demás mesiánicos.
Tampoco iban a creer si hacía signos cósmicos, que vienen directamente del
cielo. Él buscaba en las personas la fe, no el afán de lo maravilloso.
b) ¿En qué nos escudamos nosotros para no cambiar
nuestra vida? Porque si creyéramos de veras en Jesús como el Enviado y el Hijo
de Dios, tendríamos que hacerle más caso en nuestra vida de cada día.
¿También estamos esperando milagros, revelaciones,
apariciones y cosas espectaculares? No es que no puedan suceder, pero ¿es ése
el motivo de nuestra fe y de nuestro seguimiento de Cristo Jesús? Si es así, le
haríamos «suspirar» también nosotros, quejándose de nuestra actitud.
Deberíamos saber descubrir a Cristo presente en
esas cosas tan sencillas y profundas como son la comunidad reunida, la Palabra
proclamada, esos humildes Pan y Vino de la Eucaristía, el ministro que nos
perdona, esa comunidad eclesial que es pecadora pero es el Pueblo santo de
Cristo, la persona del prójimo, también el débil y enfermo y hambriento. Esas
son las pistas que él nos dio para que le reconociéramos presente en nuestra
historia.
Igual que en su tiempo apareció, no como un rey
magnifico ni como un guerrero liberador, sino como un niño que nace entre pajas
en Belén y como el hijo del carpintero y como el que muere desnudo en una cruz,
también ahora desconfió él de que «esta gente» pida «signos del cielo» y no le
sepa reconocer en los signos sencillos de cada día.
J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 156-160
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 4
Tiempo Ordinario. Semanas 1-9
Barcelona 1997. Págs. 156-160