viernes, 19 de abril de 2013

«Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida»

¡Amor y paz!

En el final del discurso de Jesús sobre el Pan de la vida, el tema es ya claramente «eucarístico». Antes hablaba de la fe: de ver y creer en el Enviado de Dios. Ahora habla de comer y beber la Carne y la Sangre que Jesús va a dar para la vida del mundo en la cruz, pero también en la Eucaristía, porque ha querido que la comunidad celebre este memorial de la cruz.

Ahora, la dificultad que tienen sus oyentes (v. 52) es típicamente eucarística: « ¿cómo puede éste darnos a comer su carne?». Antes (v. 42) había sido cristológica: « ¿cómo dice éste que ha bajado del cielo?».

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la 3ra., semana de Pascua.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Juan 6,52-59.
Los judíos discutían entre sí: « ¿Cómo puede éste darnos a comer carne?» Jesús les dijo: «En verdad les digo que si no comen la carne del Hijo del Hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que es vida, me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo. Pero no como el de vuestros antepasados, que comieron y después murieron. El que coma este pan vivirá para siempre. Así habló Jesús en Cafarnaúm enseñando en la sinagoga.
Comentario

El fruto del comer y beber a Cristo es el mismo que el de creer en él: participar de su vida. Antes había dicho: «el que cree, tiene vida eterna» (v.47). Ahora: «el que come este pan vivirá para siempre» (v.58).

Hay dos versículos que describen de un modo admirable las consecuencias que la Eucaristía va a tener para nosotros, según el pensamiento de Cristo: «el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece (habita) en mí y yo en él» (v. 56): la intercomunicación entre el Resucitado y sus fieles en la Eucaristía. Y añade una comparación que no nos hubiéramos atrevido nosotros a afirmar: «el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre: del mismo modo, el que me come vivirá por mí». La unión de Cristo con su Padre es misteriosa, vital y profunda. Pues así quiere Cristo que sea la de los que le reciben y le comen. No dice que «vivirá para mí», sino «por mí». Como luego dirá que los sarmientos viven si permanecen unidos a la vid, que es el mismo Cristo.

También el discurso de Jesús ha sido intenso, y nos invita a pensar si nuestra celebración de la Eucaristía produce en nosotros esos efectos que él anunciaba en Cafarnaúm.

Lo de «tener vida» puede ser una frase hecha que no significa gran cosa si la entendemos en la esfera meramente teórica. ¿Se nota que, a medida que celebramos la Eucaristía y en ella participamos de la Carne y Sangre de Cristo, estamos más fuertes en nuestro camino de fe, en nuestra lucha contra el mal? ¿o seguimos débiles, enfermos, apáticos? Lo que dice Jesús: «el que me come permanece en mí y yo en él», ¿es verdad para nosotros sólo durante el momento de la comunión o también a lo largo de la jornada?

Después de la comunión -en esos breves pero intensos momentos de silencio y oración personal- le podemos pedir al Señor, a quien hemos recibido como alimento, que en verdad nos dé su vida, su salud, su fortaleza, y que nos la dé para toda la jornada. Porque la necesitamos para vivir como seguidores suyos día tras día.

J. ALDAZABAL
ENSÉÑAME TUS CAMINOS 3
El Tiempo Pascual día tras día
Barcelona 1997. Págs. 74-77