¡Amor y paz!
El Evangelio de hoy presenta
las tres acciones y actitudes básicas de la conversión: la limosna y el
servicio a los pobres, la oración y la unión con Dios, el ayuno y la renuncia a
la búsqueda del bienestar. Y, al mismo tiempo, hace una llamada a realizar
todas esas cosas no para ser honrados por los hombres, sino como camino de
fidelidad a Dios (Misa Dominical 1990/5-6).
Los invito, hermanos, a leer
y meditar el Evangelio y el comentario, en este Miércoles de Ceniza en que comienza
el tiempo litúrgico de la Cuaresma: cuarenta días para crecer en el amor a Dios
y a los hermanos.
Dios los bendiga…
Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18.
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Comentario
Hermanos: Hace poco más de
un mes acabamos las celebraciones en torno a la Navidad con el bautismo del
Señor Jesús. Todos sabemos que no es el nacimiento de Jesús -aunque lo
celebremos en un clima de profunda intimidad y alegría- el acontecimiento más
importante para nuestra fe, sino su Resurrección. El momento culminante de la
vida de Jesús es su pasión, su muerte y su resurrección.
Nosotros creemos vivamente
que Dios se ha hecho hombre en Jesús. Y si esto es de capital importancia para
nuestra fe, todavía es mucho más fundamental que la fe se adhiera a ese Jesús
que se mantiene fiel hasta la muerte, a quien Dios Padre resucita de entre los
muertos. Un Jesús resucitado que nos ha prometido estar siempre con nosotros a
través de su Espíritu.
Pues bien, todos los
creyentes nos ponemos hoy de acuerdo para comenzar a preparar esa gran fiesta
de la Resurrección de Jesús, allá a los comienzos del mes de abril. Una fiesta
que después se extenderá a lo largo de cincuenta días para concluir con la del
Espíritu Santo. Así pues, vale la pena que, tanto cada uno de nosotros como la
pequeña comunidad, nos sintamos integrados en este esfuerzo de la iglesia
universal para celebrar gozosamente la Resurrección de nuestro Señor,
Jesucristo.
Un
cambio interior
Las lecturas de este
Miércoles de Ceniza nos invitan a comenzar esta preparación mirando dentro de
nosotros mismos. Para ver qué actitudes dirigen nuestra vida. Tantas veces
nuestros fallos, nuestros errores, no son sino la consecuencia de nuestro
estado interior. Y Dios lo que quiere es que corrijamos esta parte más íntima
del ser. Sabe que es la base de todo lo demás.
A Dios le interesa nuestra
paz interior, nuestra libertad de espíritu, nuestra tranquilidad de conciencia.
Desde aquí todo es posible para el creyente. Por eso, la invitación constante
de la Palabra de Dios en este Miércoles de Ceniza es a serenar nuestro corazón,
a concentrar nuestra atención en lo que es esencial.
Mirad qué palabras más
sugestivas: Dios es clemente y misericordioso.
Dios es clemente y
compasivo
Tenemos la garantía de que
Dios busca nuestro equilibrio. El es clemente y compasivo. Desea que nos
alejemos de cuanto esclaviza nuestro corazón, nuestro espíritu y nuestra vida.
Contamos con su comprensión y con su perdón. Tan sólo hemos de poner nuestro
grano de arena en clave de conversión. Es decir, reconocer qué es aquello que
nos empobrece como personas, que reseca nuestra generosidad y nos aísla en
nuestros búnquers privados.
Podemos convertir y renovar
nuestro corazón. El Señor quiere guiar nuestro cambio, quiere acompañar nuestro
progreso personal y comunitario.
En armonía hacia la Nueva
Humanidad
Si queremos celebrar la
fiesta del Resucitado nos conviene adecuar nuestras características humanas a
las del Hombre Nuevo, que es Jesucristo. Por ello, el evangelio nos ofrece un
programa de vida cuya orientación consiste en ayudarnos a abandonar el
"yo" y el "tú" para animarnos a pronunciar el
"nosotros". Pero un "nosotros" donde quede incluido el
mismo Dios.
El evangelio nos pide que
este camino de la Cuaresma lo inicie el creyente que desea integrar en su vida
a Dios, a los otros y a sí mismo. Para ello, para conseguir este acercamiento
al Hombre Nuevo, nosotros debemos abrirnos a la relación con Dios: una oración
profunda, íntima, cargada de fe y de esperanza. Debemos abrirnos a una relación
con los demás: una solidaridad directa, sin engaños, con las personas que nos
rodean, a base de cercanía afectiva y cordial, pero también de tiempo y de
dinero si es necesario. Pero sobre todo -y aunque parezca extraño- una apertura
incondicional a nosotros mismos para aprender a ayunar de posturas cómodas, de
servilismos destructores, de perezas facilonas. Esponjar nuestro espíritu con
la presencia de Dios y la de nuestros hermanos. Conocernos por dentro, aceptar
la verdad de nuestra vida, ayunar de todo aquello que nos ahoga en nuestra
soledad, es acercarnos a la verdad de Dios y de los hermanos. Y esto no es otra
cosa que irnos preparando a la fiesta de las fiestas: la del Hombre Nuevo, la
del Resucitado. Desde la humildad de nuestra ceniza -que nos impondrán de aquí
a unos minutos- Dios nos va transformando en Nueva Humanidad.
Hermanos, sumémonos a este
esfuerzo colectivo de cambio interior. Desde ahora, desde este mismo instante.
El Señor nos respalda y espera nuestro retorno. Es el tiempo oportuno que Él
nos ofrece. No caben miedos ni excusas. Aprovechemos la gracia que Dios ha
derramado en nosotros.
A. M. BRIÑAS
MISA DOMINICAL 1994, 3
MISA DOMINICAL 1994, 3