miércoles, 22 de febrero de 2012

40 días para crecer en el amor a Dios y a los hermanos

¡Amor y paz!

El Evangelio de hoy presenta las tres acciones y actitudes básicas de la conversión: la limosna y el servicio a los pobres, la oración y la unión con Dios, el ayuno y la renuncia a la búsqueda del bienestar. Y, al mismo tiempo, hace una llamada a realizar todas esas cosas no para ser honrados por los hombres, sino como camino de fidelidad a Dios (Misa Dominical 1990/5-6).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Miércoles de Ceniza en que comienza el tiempo litúrgico de la Cuaresma: cuarenta días para crecer en el amor a Dios y a los hermanos.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 6,1-6.16-18. 
Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Comentario

Hermanos: Hace poco más de un mes acabamos las celebraciones en torno a la Navidad con el bautismo del Señor Jesús. Todos sabemos que no es el nacimiento de Jesús -aunque lo celebremos en un clima de profunda intimidad y alegría- el acontecimiento más importante para nuestra fe, sino su Resurrección. El momento culminante de la vida de Jesús es su pasión, su muerte y su resurrección.

Nosotros creemos vivamente que Dios se ha hecho hombre en Jesús. Y si esto es de capital importancia para nuestra fe, todavía es mucho más fundamental que la fe se adhiera a ese Jesús que se mantiene fiel hasta la muerte, a quien Dios Padre resucita de entre los muertos. Un Jesús resucitado que nos ha prometido estar siempre con nosotros a través de su Espíritu.

Pues bien, todos los creyentes nos ponemos hoy de acuerdo para comenzar a preparar esa gran fiesta de la Resurrección de Jesús, allá a los comienzos del mes de abril. Una fiesta que después se extenderá a lo largo de cincuenta días para concluir con la del Espíritu Santo. Así pues, vale la pena que, tanto cada uno de nosotros como la pequeña comunidad, nos sintamos integrados en este esfuerzo de la iglesia universal para celebrar gozosamente la Resurrección de nuestro Señor, Jesucristo.

Un cambio interior

Las lecturas de este Miércoles de Ceniza nos invitan a comenzar esta preparación mirando dentro de nosotros mismos. Para ver qué actitudes dirigen nuestra vida. Tantas veces nuestros fallos, nuestros errores, no son sino la consecuencia de nuestro estado interior. Y Dios lo que quiere es que corrijamos esta parte más íntima del ser. Sabe que es la base de todo lo demás.

A Dios le interesa nuestra paz interior, nuestra libertad de espíritu, nuestra tranquilidad de conciencia. Desde aquí todo es posible para el creyente. Por eso, la invitación constante de la Palabra de Dios en este Miércoles de Ceniza es a serenar nuestro corazón, a concentrar nuestra atención en lo que es esencial.

Mirad qué palabras más sugestivas: Dios es clemente y misericordioso.

Dios es clemente y compasivo

Tenemos la garantía de que Dios busca nuestro equilibrio. El es clemente y compasivo. Desea que nos alejemos de cuanto esclaviza nuestro corazón, nuestro espíritu y nuestra vida. Contamos con su comprensión y con su perdón. Tan sólo hemos de poner nuestro grano de arena en clave de conversión. Es decir, reconocer qué es aquello que nos empobrece como personas, que reseca nuestra generosidad y nos aísla en nuestros búnquers privados.
Podemos convertir y renovar nuestro corazón. El Señor quiere guiar nuestro cambio, quiere acompañar nuestro progreso personal y comunitario.

En armonía hacia la Nueva Humanidad

Si queremos celebrar la fiesta del Resucitado nos conviene adecuar nuestras características humanas a las del Hombre Nuevo, que es Jesucristo. Por ello, el evangelio nos ofrece un programa de vida cuya orientación consiste en ayudarnos a abandonar el "yo" y el "tú" para animarnos a pronunciar el "nosotros". Pero un "nosotros" donde quede incluido el mismo Dios.

El evangelio nos pide que este camino de la Cuaresma lo inicie el creyente que desea integrar en su vida a Dios, a los otros y a sí mismo. Para ello, para conseguir este acercamiento al Hombre Nuevo, nosotros debemos abrirnos a la relación con Dios: una oración profunda, íntima, cargada de fe y de esperanza. Debemos abrirnos a una relación con los demás: una solidaridad directa, sin engaños, con las personas que nos rodean, a base de cercanía afectiva y cordial, pero también de tiempo y de dinero si es necesario. Pero sobre todo -y aunque parezca extraño- una apertura incondicional a nosotros mismos para aprender a ayunar de posturas cómodas, de servilismos destructores, de perezas facilonas. Esponjar nuestro espíritu con la presencia de Dios y la de nuestros hermanos. Conocernos por dentro, aceptar la verdad de nuestra vida, ayunar de todo aquello que nos ahoga en nuestra soledad, es acercarnos a la verdad de Dios y de los hermanos. Y esto no es otra cosa que irnos preparando a la fiesta de las fiestas: la del Hombre Nuevo, la del Resucitado. Desde la humildad de nuestra ceniza -que nos impondrán de aquí a unos minutos- Dios nos va transformando en Nueva Humanidad.

Hermanos, sumémonos a este esfuerzo colectivo de cambio interior. Desde ahora, desde este mismo instante. El Señor nos respalda y espera nuestro retorno. Es el tiempo oportuno que Él nos ofrece. No caben miedos ni excusas. Aprovechemos la gracia que Dios ha derramado en nosotros.

A. M. BRIÑAS
MISA DOMINICAL 1994, 3