viernes, 24 de septiembre de 2010

"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"

¡Amor y paz!

Ayer el interesado por saber quién era Jesús fue Herodes el Grande. Hoy, la pregunta se la hace Jesús mismo a sus discípulos.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Viernes de la XXV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 9,18-22.

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día".

Comentario

A los discípulos también los asaltaban las inquietudes respecto a la verdadera identidad de Jesús. Las preguntas nacían de la actitud de Jesús. El no se sometía a sus expectativas nacionalistas, milagreras, autoritarias o de cualquier tipo. Jesús se mostraba como un ser profundamente auténtico que fundaba su identidad humana en una inquebrantable fe. Esa inquebrantable fe en el Reino y en la relación filial con Dios lo llevó muchas veces a inevitables choques con sus discípulos.

Los discípulos esperaban que él fuera el liberador de Israel. Su expectativa mesiánica coincidía únicamente con la liberación de la opresión romana y con la institucionalización de un gobierno popular. La confesión de fe de Pedro, aunque reconoce el carácter trascendente de la misión de Jesús, lo somete a sus ideales políticos. Por eso, Jesús tiene que aclararle cuál es el destino del "Hijo del Hombre", título escatológico que lo ponía al mismo nivel de cualquier ser humano. La misión y la vida de Jesús rebasaban las expectativas vigentes e iniciaban una nueva manera de concebir las relaciones con Dios, con el hermano y la búsqueda de un mundo mejor.

Hoy, tenemos que luchar por recuperar para nuestra práctica cristiana el valor y el sentido de la misión de Jesús. El que lo reconozcamos como el enviado de Dios, tal como lo hizo Pedro, no implica necesariamente que comprendamos realmente su misión. Pues, sus discípulos aunque lo seguían y trataban de ayudarle en todo, se tardaron mucho tiempo en alcanzar una comprensión cabal. Y se demoraron tanto no porque les faltara buena voluntad, sino porque sus propias expectativas los cegaban. Hoy nosotros necesitamos prescindir de nuestras ideas previas sobre Jesús para tratar de percibirlo como nos lo presenta el evangelio, y, sobre todo, para comprender su misión y adoptarla como la directiva principal de nuestra vida comunitaria y personal.

Servicio Bíblico Latinoamericano

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