domingo, 19 de junio de 2011

¡Salve, Santa Trinidad bendita!

¡Amor y paz!


Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Domingo en que celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad.


Dios los bendiga…


Evangelio según San Juan 3,16-18.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Comentario

Al final de este tiempo en que hemos seguido los misterios del Salvador y hemos recordado todo lo que el Dios Trino ha hecho por nosotros, nos detenemos para volvernos hacia Aquél de quien todo lo hemos recibido. En este sentido, la fiesta de la Stma. Trinidad debería ser la gran fiesta de acción de gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu por todo lo que han hecho por nosotros.

La fe cristiana no consiste en una serie de teorías complicadas, sino que, en el fondo, se reduce a unas pocas realidades muy simples pero muy grandes, que, realmente vividas, son capaces de transformar radicalmente nuestra vida y llenarla de sentido. Ser cristiano significa creer y vivir que Dios es un Padre que nos ama, que todo lo ha hecho por nosotros y que jamás nos dejará.


Que, por el amor que nos tiene, en JC "entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (evang.); que en Jesús resucitado nos ha abierto a una esperanza sin límites. Y, por el Espíritu, está siempre con nosotros, como compañero de camino (1a.lectura), como Dios del amor y de la paz (2a.lectura), para reafirmarnos en la comunión eclesial y construir junto con nosotros una humanidad nueva. No debemos desdeñar, ciertamente, la explicación doctrinal, pero lo más importante es su profundización existencial. Hablar de la Santísima Trinidad con categorías teológicas es realmente difícil. La solución está en el retorno al lenguaje bíblico. Incluso me atrevería a decir que el lenguaje litúrgico (prefacio), con sus juegos de preposiciones, resulta aún enrevesado para el cristiano corriente. Podemos ver con qué naturalidad habla san Pablo a los cristianos de Corinto de la gracia o salvación de JC, del amor del Padre y del don o comunión del ES (2a.lectura). Y las tres lecturas se limitan a insistirnos en el amor y la bondad de Dios. La Trinidad es misterio de amor y comunión. La Trinidad significa que nuestro Dios no es un Dios solitario, sino que en Dios hay calor familiar. Dios no es único a pesar de ser tres, sino que es único precisamente porque en él son tres que comparten todo lo que son, hasta llegar a realizar aquello que para las personas que se aman siempre será un sueño: sin dejar de ser ellos, ser una misma cosa.

Porque Dios es amor y comunión, crea comunión allí donde se hace presente. Y la comunión será siempre, si no una realidad, sí una exigencia para los creyentes (2a.lectura)

-Un Dios cercano.

Porque Dios es amor y comunión, está siempre con los hombres y establece con ellos una relación personal (recuperación de la doctrina tradicional de la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo). La idea es clara en las tres lecturas. Y de un profundo significado para la vida.

-Un Dios que salva y no condena.

Porque Dios es amor y bondad, es un Dios que salva. Convendría aprovechar este texto de san Juan para clarificar posibles equívocos, fruto de una formación defectuosa. Dios no nos ofrece una alternativa: o salvación o condenación. Dios solamente salva. Lo que ocurre -y ahí radica la seriedad de la libertad humana- es que nosotros podemos autoexcluirnos de esta salvación. Dios no castiga a nadie: el castigo, tanto en este mundo como en el otro, no es sino la consecuencia connatural e intrínseca del pecado.

J. HUGUET

MISA DOMINICAL 1981/12

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