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¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra
de Dios, a través del método de la lectio
divina, en este lunes de la cuarta semana de Cuaresma.
Dios nos bendice...
LECTIO
Primera lectura: Isaías 65,17-21
Esto dice el Señor:
Mirad, voy a crear un cielo nuevo
y una tierra nueva;
lo pasado no se recordará,
ni se volverá a pensar en ello,
sino que habrá alegría y gozo perpetuo
por lo que voy a crear.
y una tierra nueva;
lo pasado no se recordará,
ni se volverá a pensar en ello,
sino que habrá alegría y gozo perpetuo
por lo que voy a crear.
Pues convertiré en gozo a Jerusalén
y a sus habitantes en alegría;
me gozaré por Jerusalén
y me alegraré por mi pueblo,
y ya no se oirán en ella
llantos ni lamentos.
y a sus habitantes en alegría;
me gozaré por Jerusalén
y me alegraré por mi pueblo,
y ya no se oirán en ella
llantos ni lamentos.
Ya no habrá allí niños malogrados,
ni ancianos que no colmen sus años;
pues será joven
quien muera a los cien años,
y el que no llegue a ellos se tendrá por maldito.
ni ancianos que no colmen sus años;
pues será joven
quien muera a los cien años,
y el que no llegue a ellos se tendrá por maldito.
Construirán casas y vivirán en ellas,
plantarán viñas y comerán su fruto.
plantarán viñas y comerán su fruto.
El pueblo, vuelto del destierro, cede una vez más a la tentación de los cultos idolátricos. Se resiste a la voz del Señor, olvidando invocar su nombre (vv. 1-7) y provocándolo de este modo. Es cuando interviene el profeta: recuerda que Dios es un juez justo que asigna una suerte muy distinta a sus siervos fieles o a los rebeldes (vv 8-16a).
En
este contexto, el fragmento propuesto abre una espiral de luz sobre el futuro,
revelando las dimensiones del plan de Dios, que no se limita al destino de los
individuos, sino que abarca a todo el cosmos: pronto se olvidarán de las
fatigas pasadas, porque el Señor se dispone a ejecutar una "nueva"
creación inundada de alegría.
En
estos versículos parecen entrelazarse el canto del corazón de Dios y el de la
humanidad: al gozo de Dios por su ciudad santa, por su pueblo renovado
interiormente, responde la alegría del pueblo por las maravillas de esta
recreación.
El
profeta utiliza las más bellas imágenes sacadas de la vida humana para expresar
lo inefable, para indicar la vida de comunión con Dios: en la nueva Jerusalén
se disipará cualquier asomo de tristeza, cesará la difundida mortalidad
infantil, la longevidad será admirable, la libertad y la estabilidad política
garantizarán una vida próspera y serena.
La
obra salvífica del Señor transformará el mundo: es una promesa cuyo
cumplimiento es Jesús, y llegará a plenitud al final de los tiempos.
Evangelio: Juan 4,43-54
Jesús partió de Samaria y prosiguió su viaje hacia Galilea. El mismo
Jesús había declarado que un profeta no es bien considerado en su propia
patria. Cuando llegó a Galilea, Ios galileos le dieron la bienvenida, pues
también ellos habían estado en Jerusalén por la fiesta de la pascua y habían
visto todo lo que Jesús había hecho en aquella ocasión.
Jesús visitó de nuevo Caná de Galilea, donde había convertido el agua
en vino. Había allí un funcionario real que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún.
Cuando se enteró de que Jesús venía de Judea a Galilea, salió a su encuentro
para suplicarle que fuese a su casa y curase a su hijo, que estaba a punto de
morir. Jesús le contestó:
Si no veis signos y prodigios sois incapaces de creer.
Pero el funcionario insistía:
- Señor, ven pronto,
antes de que muera mi hijo.
Jesús le dijo:
- Vuelve a tu casa;
tu hijo ya está bien.
El hombre creyó en lo que Jesús le había dicho, y se fue. Cuando volvía
a casa, le salieron al encuentro sus criados para darle la noticia de que su
hijo se había puesto bueno. Entonces él les preguntó a qué hora había comenzado
la mejoría. Los criados le dijeron:
- Ayer, a la una de
la tarde, se le quitó la fiebre.
El padre comprobó que la mejoría de su hijo había comenzado en el mismo
momento en que Jesús le había dicho: "Tu hijo ya está bien";
y creyeron en Jesús él y todos los suyos. Este segundo signo lo hizo Jesús al
volver de Judea a Galilea.
La presente narración de una curación a distancia quiere revelarnos a Jesús como Palabra de vida. El Maestro vuelve a Galilea, donde es bien recibido porque se ha difundido la fama de lo que había hecho en Jerusalén. Pero él rehúye la popularidad basada en lo prodigioso.
Se
acerca a Caná, donde había obrado su primer milagro ("signo" según
el lenguaje propio de Juan). Y ahora viene el segundo: un funcionario de
Herodes Antipas suplica a Jesús que le siga a Cafarnaún, donde su hijo estaba
en las últimas. La ubicación de Caná respecto a Jerusalén explica el uso del
verbo "bajar", pero no agota su significado, cuya importancia aparece
en la insistencia con la que el funcionario suplica a Jesús que
"baje". Él, de hecho, es el que "por nosotros los hombres y por
nuestra salvación bajó del cielo". Jesús reprende una fe demasiado
imperfecta, pero el funcionario no desiste. Como respuesta a la invocación
desesperada de una humanidad que languidece y está muriéndose. Jesús ofrece una
palabra de vida, pero exige la fe.
El
prodigio de Jesús está en la Palabra: si se cree y se obedece, se experimentará
el milagro final (v. 50). Maravilloso y eficaz el efecto del eco: el
funcionario se pone en camino dejando resonar en el corazón lo que le ha dicho
Jesús: "Vuelve, tu hijo ya está bien". Esta palabra,
única esperanza, acompaña y sostiene cada uno de sus pasos hacia casa. Y desde
su casa le salen al encuentro los criados con la grata certeza y con las mismas
palabras: "Tu hijo ya está bien". La fe que ha
caminado en la oscuridad (v. 52ss) encuentra la luz y se convierte en pleno
asentimiento: ha repetido in crescendo la palabra de Jesús (v
53) e inmediatamente se confirma: "Y creyó".
MEDITATIO
Creer
la Palabra es como abrir ante nosotros una puerta que nos introduce en una
realidad nueva. Permanecer en la Palabra, guardándola en el corazón, significa
participar en la obra divina de la recreación, santificación y transfiguración
del cosmos.
Jesús
es la Palabra viva de Dios: sólo él puede dirigirnos esta Palabra eficaz. Y lo
hace de modo sereno, común, pidiendo una fe desnuda, total. Asentir y caminar
fiándose de él puede ser cuestión de vida o muerte: lo fue para aquel padre
cansado que nos narra el Evangelio, que en respuesta a su ruego no recibió de
Jesús un prodigio, sino una palabra de vida, y se fió con total abandono. Nada
había cambiado en su existencia, pero en su corazón anidó la esperanza. En la
noche del sufrimiento y de la prueba, la Palabra es lámpara para nuestros
pasos. La Palabra se convierte también en oración repetida sin cesar hasta que
encuentre la confirmación luminosa y potente: el Señor ha escuchado, el Señor
ha hecho maravillas de gracia. Cristo Jesús es el Señor de la vida ahora y por
toda la eternidad.
La
fe se convierte en canto de gozo que se difunde hasta formar un coro de
alabanza: "Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos
juntos su nombre. Yo consulté al Señor y me respondió, me libró de todas mis
ansias; contempladlo y quedaréis radiantes" (Sal 33,4-6).
ORATIO
Jesús,
hijo de Dios, tú que eres la plena expresión del Padre, su Palabra viva,
ayúdame a encontrarte cada vez que leo y escucho el Evangelio. Enséñame a
guardar en el corazón tus santas palabras, a fiarme de ellas con una fe
sencilla, a buscar en ellas una respuesta en el momento de la prueba. No
quieres proponerme prodigios extraordinarios, sino una fe, un abandono total.
Este es el prodigio que pides al hombre: la fe. Con fe podrás ejecutar en
nosotros esos "signos" de vida que te suplicamos. No sólo ni siempre
en el tiempo presente, pero sí en la eternidad: tu palabra es vida inmortal, es
semilla que, acogida en la tierra del corazón, germina, florece y da fruto en
el Reino de los Cielos.
CONTEMPLATIO
El
Señor no hace distinción de personas a condición de que le amemos como hijos,
pues es nuestro Padre celestial. El Señor atiende a condición de que se le ame
desde lo hondo del corazón y de que se tenga una fe auténtica, una fe "grande
como una semilla de mostaza". Así es, amigo de Dios. Cualquier
cosa que pidas a Dios la obtendrás si la pides para gloria de Dios o el bien de
tu prójimo. Pues Dios no separa el bien del prójimo de su gloria. Por
consiguiente, ten por seguro que el Señor escuchará tus peticiones, siempre que
las hagas para la edificación y el bien de tu prójimo.
Pero
incluso si pidieses algo por necesidad, utilidad o beneficio personal, no
temas, que Dios te la concederá si realmente lo necesitas, porque él ama a los
que le aman. Es bueno con todos y su misericordia se extiende también a los que
no invocan su nombre; con mayor razón, pues, cumplirá los deseos de los que le
temen. El escuchará todas tus peticiones y no las rechazará por tu recta fe en
Cristo Salvador [...].
Pero
también podrá decirte por qué le has molestado sin motivo y cómo pides cosas de
las que puedes prescindir fácilmente (Serafín de Sarov, Coloquio con
Motilov, passim).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Dios mío, ven en mi auxilio; Señor, date prisa en socorrerme" (Sal 69,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Que
vuestra fe sea sencilla, confiada, incansablemente perseverante, animada en la
oscuridad y anclada en Jesús. En él, a quien debe llegar nuestra fe por el
Evangelio, en la realidad de su presencia junto a vosotros. Practicad vuestra
fe en las palabras de Cristo...
Releed
el Evangelio proponiéndoos comprender lo que Jesús os dice. Ha hablado casi
únicamente de esto, y si ha insistido tanto es porque sabía que no le
escucharíamos; sabía que era lo esencial, que nos desanimaríamos, que nos
faltaría perseverancia. Nada puede sustituir la fuerza de las palabras de Jesús:
leedlas, releedlas y, sobre todo, vividlas:
"¿Por qué
me decís: Señor, Señor, y no hacéis lo que os
digo?" (Lc 6,46). No os perdáis en fantasías, en búsquedas
retorcidas. Jesús está a vuestro alcance, si tenéis fe. Nada hay más concreto y
cierto que la fe, porque es una realidad presente; es sólida, fuerte e
indestructible. Jesús está aquí, y vosotros también, a condición de que os
hagáis presentes cuando pasa. Vuestros gozos y tristezas,
vuestro cansancio del trabajo y de los hombres, vuestro
sufrimiento, vuestras rebeliones y vuestros disgustos no son sino oleaje de
superficie, y no impide que Jesús esté allí, que os ame y os quiera a través de
estas cosas por las que sufrís, más cercano en ofrenda al Padre y en
sacrificio por vuestros hermanos. Esta es la realidad, la pura realidad; lo
demás, si lo comparamos, es sólo apariencia.
Lo
sé: es más fácil decirlo que hacerlo. Pero el Espíritu de luz, el Espíritu de
amor, actúa en vosotros. Es necesario, sin cansarse, abrirle el camino mediante
la práctica de vuestra fe en Jesús (R. Voillaume, Come loro, Roma
1979, 212s, passim).
http://www.mercaba.org/LECTIO/CUA/semana4_lunes.htm