¡Amor y paz!
Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este miércoles en que celebramos la solemnidad de la Natividad del Señor.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Is 9,1-6):
El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció. Engrandeciste a tu pueblo e hiciste grande su alegría. Se gozan en tu presencia como gozan al cosechar, como se alegran al repartirse el botín. Porque tú quebrantaste su pesado yugo, la barra que oprimía sus hombros y el cetro de su tirano, como en el día de Madián. Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva sobre sus hombros el signo del imperio y su nombre será: “Consejero admirable”, “Dios poderoso”, “Padre sempiterno”, “Príncipe de la paz”; para extender el principado con una paz sin límites sobre el trono de David y sobre su reino; para establecerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y para siempre. El celo del Señor lo realizará.
Salmo responsorial: 95
R/. Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo nuestro Señor.
Cantemos al Señor un canto nuevo, que le cante al Señor
toda la tierra; cantemos al Señor y bendigámoslo.
Proclamemos su amor día tras día, su grandeza anunciemos a los pueblos; de
nación, sus maravillas.
Alégrense los cielos y la tierra, retumbe el mar y el mundo submarino. Salten
de gozo el campo y cuanto encierra, manifiesten los bosques regocijo.
Regocíjese todo ante el Señor, porque ya viene a gobernar el orbe. Justicia y
rectitud serán las normas con las que rija a todas las naciones.
2ª Lectura (Tit 2,11-14):
Querido hermano: La gracia de Dios se ha manifestado para salvar a todos los hombres y nos ha enseñado a renunciar a la irreligiosidad y a los deseos mundanos, para que vivamos, ya desde ahora, de una manera sobria, justa y fiel a Dios, en espera de la gloriosa venida del gran Dios y Salvador, Cristo Jesús, nuestra esperanza. Él se entregó por nosotros para redimirnos de todo pecado y purificarnos, a fin de convertirnos en pueblo suyo, fervorosamente entregado a practicar el bien.
Versículo antes del Evangelio (Lc 2,10-11):
Aleluya. Os anuncio una gran alegría: Hoy nos ha nacido el Salvador, que es Cristo, el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 2,1-14):
Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César
Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento
tuvo lugar siendo gobernador de Siria Quirino. Iban todos a empadronarse, cada
uno a su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a
Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y
familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y
sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del
alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le
acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por
turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Ángel del Señor, y la
gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El Ángel les
dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el
pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo
Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre». Y de pronto se juntó con el Ángel una multitud del
ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace».
Comentario
Hoy, nos ha nacido el Salvador. Ésta es la buena noticia de
esta noche de Navidad. Como en cada Navidad, Jesús vuelve a nacer en el mundo,
en cada casa, en nuestro corazón.
Pero, a diferencia de lo que celebra nuestra sociedad consumista, Jesús no nace
en un ambiente de derroche, de compras, de comodidades, de caprichos y de
grandes comidas. Jesús nace con la humildad de un portal y de un pesebre.
Y lo hace de esta manera porque es rechazado por los hombres: nadie había
querido darles hospedaje, ni en las casas ni en las posadas. María y José, y el
mismo Jesús recién nacido, sintieron lo que significa el rechazo, la falta de
generosidad y de solidaridad.
Después, las cosas cambiarán y, con el anuncio del Ángel —«No temáis, pues os
anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10)— todos
correrán hacia el portal para adorar al Hijo de Dios. Un poco como nuestra
sociedad que margina y rechaza a muchas personas porque son pobres, extranjeros
o sencillamente distintos a nosotros, y después celebra la Navidad hablando de
paz, solidaridad y amor.
Hoy los cristianos estamos llenos de alegría, y con razón. Como afirma san León
Magno: «Hoy no sienta bien que haya lugar para la tristeza en el momento en que
ha nacido la vida». Pero no podemos olvidar que este nacimiento nos pide un
compromiso: vivir la Navidad del modo más parecido posible a como lo vivió la
Sagrada Familia. Es decir, sin ostentaciones, sin gastos innecesarios, sin
lanzar la casa por la ventana. Celebrar y hacer fiesta es compatible con
austeridad e, incluso, con la pobreza.
Por otro lado, si nosotros durante estos días no tenemos verdaderos
sentimientos de solidaridad hacia los rechazados, forasteros, sin techo, es que
en el fondo somos como los habitantes de Belén: no acogemos a nuestro Niño
Jesús.
Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i Valero (Viladecans, Barcelona, España)
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