¡Amor y paz!
Los invito a leer y meditar la Palabra de Dios, en este viernes 25 del tiempo ordinario, ciclo C.
Dios nos bendice
1ª Lectura (Ag 2,1-9):
El año segundo del reinado de Darío, el día veintiuno del séptimo mes, vino la palabra del Señor por medio del profeta Ageo: «Di a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote, y al resto del pueblo: ‘¿Quién entre vosotros vive todavía, de los que vieron este templo en su esplendor primitivo? ¿Y qué veis vosotros ahora? ¿No es como si no existiese ante vuestros ojos? ¡Ánimo!, Zorobabel –oráculo del Señor–, ¡Ánimo!, Josué, hijo de Josadak, sumo sacerdote; ¡Ánimo!, pueblo entero –oráculo del Señor–, a la obra, que yo estoy con vosotros –oráculo del Señor de los ejércitos. La palabra pactada con vosotros cuando salíais de Egipto, y mi espíritu habitan con vosotros: no temáis. Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía un poco más, y agitaré cielo y tierra, mar y continentes. Pondré en movimiento los pueblos; vendrán las riquezas de todo el mundo, y llenaré de gloria este templo –dice el Señor de los ejércitos–. Mía es la plata y mío es el oro –dice el Señor de los ejércitos–. La gloria de este segundo templo será mayor que la del primero –dice el Señor de los ejércitos–; y en este sitio daré la paz –oráculo del Señor de los ejércitos’».
Salmo responsorial: 42
R/. Espera en Dios, que volverás a alabarlo: «Salud de mi rostro, Dios mío».
Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente
sin piedad, sálvame del hombre traidor y malvado.
Tú eres mi Dios y protector, ¿por qué me rechazas?, ¿por qué voy andando
sombrío, hostigado por mi enemigo?
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan hasta tu monte
santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegría; que te dé gracias al
son de la citara, Dios, Dios mío.
Versículo antes del Evangelio (Mc 10,45):
Aleluya. Jesucristo vino a servir y a dar su vida por la salvación de todos. Aleluya.
Texto del Evangelio (Lc 9,18-22):
Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
Comentario
Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo
Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística,
aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos
alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los
compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al
entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los
casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con
nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos
informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan,
buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un
punto de encuentro con el otro para ir más allá...
Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que
mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una
indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple
simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué
dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es
y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo
en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de
la cruz y de la gloria?
«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo
dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz,
pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para
avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?
Rev. D. Pere OLIVA i March (Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
Evangeli.net