viernes, 16 de noviembre de 2012

¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Estemos preparados

¡Amor y paz!

El texto tomado del capítulo 17 de san Lucas habla en lenguaje apocalíptico, aludiendo, por una parte, a los días cruciales de Noé y del diluvio, y, por otro, a los días cruciales del encuentro final de los hombres con Dios... En ambos tiempos, estamos implicados Dios, amor creador y juez misericordioso, y nosotros.

Y es tan grave y serio el asunto que bien podemos encarecer la importancia de todo lo que nos jugamos nosotros, peregrinos por la tierra, en busca de morada perpetua en Dios.

Funesta imprudencia será la nuestra si pasamos la vida jugando, malgastándola, como si nosotros mismos fuéramos árbitros de nuestra existencia. Somos criaturas y nada más. Seamos inteligentes de verdad manteniéndonos en la doctrina de Cristo, Verdad y Vida (Dominicos 2003).

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este viernes de la XXXII Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Lucas 17,26-37. 
En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos. Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará. Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada". Entonces le preguntaron: "¿Dónde sucederá esto, Señor?". Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".
Comentario

A medida que el año litúrgico se acerca a su fin, nuestro pensamiento se orienta también hacia una reflexión sobre el «fin» de todas las cosas. «Todo lo que se acaba es corto». A medida que Jesús subía hacia Jerusalén, su pensamiento se orientaba hacia el último fin. Cada vez que a algo le llega «su fin», deberíamos ver en ello un anuncio y una advertencia. Cuando muere uno de nosotros, es un anuncio de nuestra propia muerte...

Cuando arde un gran inmueble es un signo de la profunda fragilidad de todas las cosas...

Cuando un maremoto se lleva todas las gentes de un poblado, es el signo brutal de lo que pasa todos los días, en el fondo, y que acabamos por no ver... Cuando un accidente de coche causa la muerte a toda una familia es lo que, por desgracia, el tiempo -dentro de veinte, de cincuenta años- habrá hecho también.

En la lectura de hoy, Jesús nos propone que descifremos tres hechos históricos que considera símbolos de todo «Fin»: el diluvio... la destrucción de una ciudad entera, Sodoma... la ruina de Jerusalén...

-En tiempo de Noé...En tiempo de Lot... Lo mismo sucederá el día que el Hijo del hombre se revelará...

En nuestro tiempo... Una salida de fin de semana... o bien en primavera... o durante el trabajo... o en plenas vacaciones...

-Comían... Bebían... Se casaban... Compraban... Vendían... Sembraban... Construían... ¡Mirad! ¡Todo marcha bien! La vida sigue su curso normal.

Estamos en una sociedad de «consumo»... de «producción»..., como decimos hoy. El hambre, la sed, el sexo, la afición por los negocios, quedan satisfechos. Comidas. Comercio. Trabajo. Amor. Tarea. Dormir. Y se llega a no ver nada más allá de todo esto.

Una encuesta hecha en Francia da como resultado que el cuarenta por ciento de franceses afirman «no haber nada después de la muerte». Y el treinta y ocho por ciento afirman que «ante la muerte piensan, sobre todo, en disfrutar al máximo de los placeres de la vida».

Sin encuesta científica, Jesús ya había observado en su época, ese mismo frenesí de «vivir», esa despreocupación bastante generalizada.

-Entonces llegó el diluvio, y perecieron todos...

Pero el día que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y perecieron todos... La vida no es una bagatela, una excursión placentera, una «diversión» agradable, como dice Pascal.

Gravita una amenaza que, en la boca de Jesús, se repite como un refrán: «y perecieron todos...»

Jesús evoca dos elementos -el agua y el fuego- que permiten al hombre darse cuenta de su pequeñez y experimentar su impotencia: ante la inundación y el incendio, todos los medios de defensa son a menudo bastante irrisorios, a pesar de los esfuerzos realizados.

-Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas. Jesús evoca un peligro de tal modo inminente, urgente, «que no puede perderse ni un minuto» ¡Inútil ir a buscar el equipaje! Hay que partir 
con las manos vacías, huir, salvarse.

-Aquella noche estarán dos en una cama, a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán.

Jesús sigue repitiendo que hay que estar «siempre a punto» .

El lugar y la hora se desconocen: una sola cosa es cierta, ninguno de nosotros se escapará. «Dios mío, ¿será esta noche?», canta el Padre Duval.

Cada día es el día del juicio.

Noel Quesson
Palabra de Dios para cada día 2
Evang. de Pentecostés a Adviento
Edit. Claret/Barcelona 1983.Pág. 280 s.