Amor
y paz!
Los
invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este lunes
en que celebramos la memoria de la presentación de la santísima Virgen María.
Dios
nos bendice…
Evangelio según san Mateo 12, 46-50
En aquel tiempo, estaba Jesús hablando a la gente, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: “Oye tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo.”Pero él contestó al que avisaba:“Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?” Y, señalando con la mano a los discípulos, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos.” El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.
Comentario
1.1
Podemos decir que esta fiesta es una celebración de la libertad humana en su
maravillosa capacidad de resolverse por Dios. Casi todas las fiestas de la
Virgen encomian las obras de Dios en ella; esta, por el contrario, nos recuerda
que la gracia encontró en Ella un corazón generoso y resuelto. Un corazón que
se "presentó"; se ofreció a Dios.
1.2 Este
es un día para dar gracias a Dios, y también para meditar en nuestras opciones
fundamentales. Otro modo de nombrar esta fiesta es decir que estamos bendiciendo
al Señor al contemplar la opción radical, total y continua de María. Porque en
Ella los actos no son puntos aislados, momentos incomunicados, sino actitudes,
hábitos, modos de su naturaleza en camino hacia su Autor y Redentor.
1.3
Puede sonar extraño para unos y otros, pero hay que decirlo en voz alta: la
libertad humana puede volverse hacia Dios. Extraño para unos, por demasiado
obvio; extraño para otros porque nuestro tiempo toma como un dogma que libertad
es insubordinación, radical independencia, decisión en el vacío; pero ahí está
María para mostrar que no. Libertad no es hacer cualquier cosa, ni desear
cualquier cosa, ni predicar cualquier cosa.
2. Dueña
de sí, Esclava de Dios
2.1 En
una hermosa oración dice el P. Ignacio Larrañaga: "eres señora del
universo porque primero eres señora de ti misma". Muchos de nuestros
contemporáneos quieren dominar el mundo pero no pueden dominarse a sí mismos.
Se convierten así en instrumentos útiles a los intereses de moda o los imperios
de turno. María, especialmente en este misterio, aparece como dueña de sí, y
por lo mismo, capaz de darse. ¿Cómo dar, en efecto, lo que no es de uno?
2.2
Ahora bien, ser dueño de sí no es todo aún. Si la creatura pretende ser un
absoluto y un fin para sí mismo, escoge el camino de Lucifer o el del
Anticristo. Ser dueños de nosotros es el paso irrenunciable pero no último para
poder trascender, para entregarnos, para donarnos. María, en el misterio que
hoy celebramos es al mismo tiempo la dueña de sí y la esclava del Señor. No hay
contradicción en los términos: sólo quien se posee puede darse, y no hay opción
más sabia, bella o justa que ofrecer en gratitud y obediencia nuestro ser a
quien mejor nos conoce y ama.
3. La
Eucaristía, ofrenda de cada uno y de todos
3.1 En
las plegarias eucarísticas se relaciona siempre la ofrenda de Jesús y la
nuestra, que no es otra sino nuestra unión con él. Es lo que nos enseñó san
Pablo: "gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis
obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fuisteis entregados;
y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia.
Hablo en términos humanos, por causa de la debilidad de vuestra carne. Porque
de la manera que presentasteis vuestros miembros como esclavos a la impureza y
a la iniquidad, para iniquidad, así ahora presentad vuestros miembros como
esclavos a la justicia, para santificación" (Rom 6,17-19). Notemos cómo
aquí presentarse y ofrecerse son sinónimos, lo mismo que ser obedientes y ser
siervos.
3.2 En
la ofrenda eucarística hace cada uno su propia "presentación" como la
hizo María en su temprana infancia, movida por la gracia de Dios. Es aquí,
junto al altar, donde hacemos realidad la enseñanza del apóstol: "Por
consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis
vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro
culto racional" (Rom 12,1).
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