martes, 10 de junio de 2014

En época de confusión y duda, debemos transparentar la luz de Dios

¡Amor y paz!

Nuestra vida en el mundo, según el Evangelio, es sal y luz, porque sus efectos deben ser parecidos a la acción benefactora de salvaguardar los alimentos, frenar la corrupción, denunciar la presencia de seres malignos, iluminar las mentes o conciencias y animar la salvación en el camino de la fidelidad a Dios y a los hombres.

Si hoy, a pesar de la gracia del Señor, de la voz de sus profetas, del testimonio de los santos y hombres de bien, el mundo prefiere seguir caminos de pecado, preguntémonos: ¿qué no sucedería si faltaran denuncias proféticas, llamadas a la cordura, testimonios de entrega en servicio de amor a los más necesitados? (Dominicos)

Los invito, hermanos, a leer y meditar el comentario, en este martes de la 10ª. Semana del Tiempo Ordinario.

Dios nos bendice…

Evangelio según San Mateo 5,13-16. 
Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo. 
Comentario

Quienes hemos unido nuestra vida a Cristo hemos recibido el "Sabor" que nos viene de Él. Quien entre en contacto con la Iglesia de Cristo sabrá de su amor, de su entrega, de su cercanía, de su perdón, de su misericordia, de su Vida eterna. Hemos sido formados por Dios del costado abierto de su Hijo para que le demos un nuevo rumbo a la historia. Pero si perdemos el sabor de Cristo, si en lugar de que los demás encuentren en nosotros la Verdad y la Vida sólo encuentran destrucción, muerte y desprecio, por muy eruditos que sean nuestros discursos sobre Cristo sólo serviremos de burla para los demás y no serviremos sino para ser expulsados de la Casa del Padre par ser pisoteados, eternamente humillados por vivir como los hipócritas.

Por eso, la Vida que Dios ha infundido en nosotros es como una luz, que el mismo Dios ha encendido en nosotros. No podemos ocultarla bajo nuestras cobardías. El Señor nos quiere testigos suyos. Testigos de la Verdad y de su Vida de la que nos ha hecho partícipes.

(…)El Señor no quiere que su Iglesia sea una comunidad de cobardes. Él no le ha pedido a su Padre que nos saque del mundo, sino que nos preserve del mal, pues, siendo de Dios, permanecemos en el mundo como testigos del amor y de la verdad. Con la valentía y la fuerza que nos viene del Espíritu de Dios, que hemos recibido, debemos abrir los ojos ante tantas miserias y pecados que han atrapado a buena parte de la sociedad. Junto con el Papa Juan Pablo II reflexionamos que no sólo se nos ha perdido una de las 100 ovejas del rebaño, sino una gran parte del mismo.

Con el corazón de Cristo hemos de llegar hasta los lugares más riesgosos y peligrosos en busca de quienes se dispersaron en un día de nubarrones y oscuridad. El Señor quiere que vayamos totalmente definidos a favor de la Verdad, de la Vida y del Amor que proceden de Dios hacia nosotros. Que vayamos como luz, dispuestos a iluminar y a no dejarnos apagar en la misión que se nos ha confiado. Muchos habrá que querrán comprarnos para sí y silenciar la voz de profeta que le corresponde a la Iglesia. Tratemos de no hacerle el juego al mal ni a los poderosos de este mundo. Aprendamos a cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado, dispuestos a correr todos los riesgos que nos vengan por creer en Cristo Jesús.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber convertirnos en auténticos testigos del amor de Dios en el mundo, de tal forma seamos una verdadera Iglesia profética por cumplir y vivir todo lo que nosotros decimos acerca del Dios amor, y que, por tanto, no sólo lo anunciamos con nuestros labios. Amén.

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