domingo, 1 de noviembre de 2020

Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios

¡Amor y paz!

 

Los invito, hermanos, a leer y meditar la Palabra de Dios, en este domingo 31º del Tiempo Ordinario, ciclo A. Solemnidad de todos los Santos.

 

Dios nos bendice...

 

Solemnidad de Todos los Santos

 

Domingo, 1 de noviembre de 2020

 

Primera lectura

 

Lectura del libro del Apocalipsis (7,2-4.9-14):

Yo, Juan, vi a otro Ángel que subía del Oriente y tenía el sello de Dios vivo; y gritó con fuerte voz a los cuatro Ángeles a quienes había encomendado causar daño a la tierra y al mar: «No causéis daño ni a la tierra ni al mar ni a los árboles, hasta que marquemos con el sello la frente de los siervos de nuestro Dios.»
Y oí el número de los marcados con el sello: ciento cuarenta y cuatro mil sellados, de todas las tribus de los hijos de Israel. Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.»
Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén, alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos, amén.»
Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas quiénes son y de dónde han venido?»
Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.»
Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la Sangre del Cordero.»

Palabra de Dios

 

Salmo

 

Sal 23,1-2.3-4ab.5-6

R/.
Este es el grupo que viene a tu presencia, Señor

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R/.

Quién puede subir al monte del Señor?
Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R/.

Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R/.

 

Segunda lectura

 

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan (3,1-3):

Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purificará a sí mismo, como él es puro.

Palabra de Dios

 

Evangelio

 

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,1-12):

Viendo la muchedumbre, subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor

 

Reflexión

Celebramos la fiesta de Todos los Santos. 

    De algunos sabemos muchas cosas, porque se ganaron el cariño de mucha gente, y han ido poblando los retablos y altares de las iglesias y catedrales, han sido nombrado patronos de grupos, ciudades, países, se ha impuesto su nombre a los recién bautizados, han congregado seguidores que han mantenido vivo su carisma... 

    Pero yo os quiero hablar hoy de un santo menos conocido: San Túmismo. Es de la misma raza que San Francisco, San Ignacio, Sta Clara o San Antonio Mª Claret. Pero es menos famoso. 

Esta es su vida:

    Nació como los demás santos: pequeñajo, desnudo, feúcho y pelón y con toda la piel arrugada...  Tan feo como cualquier niño pequeño... o tan guapo, según quién lo mire (sobre todo si lo mira su abuela). 

Hubo santos y santas que, ya desde su más tierna infancia, dieron muestras asombrosas de santidad: santas criaturas que tenían apariciones y fenómenos místicos, santos niños que se quedaban extasiados en oración, y hasta se cuenta de algunos niños de pecho que no mamaban los viernes y los días de ayuno cuaresmal.

Pero este santo del que os estoy hablando fue de otra clase. De esos que, como San Agustín o Sta Teresa de Jesús, empezaron a ser santos más tarde, bastante más tarde, o incluso muchísimo más tarde... pero que terminaron siendo santos.

     La infancia de San Túmismo fue bastante corriente. Es verdad que tuvo algunas cosillas buenas. Era buenillo un par de días al mes. ¡Porque otros días era más trasto....! Varias veces después de comulgar prometió a Jesús que iba a ser muy bueno. Y rezaba sus oraciones todas las noches... que se acordaba y que no se quedaba antes dormido.

      Por otro parte, San Túmismo hizo de niño, de adolescente, y de joven otro montón de cosas que no tenían nada de santas: No se llevaba bien con sus hermanos, no volvía  a casa a la hora que había prometido a sus padres, escondió las notas, le echaron de clase en el colegio, no estudió lo suficiente, fumó lo que no debía, se aprovechó de sus amigos muy egoístamente, se marchó de alguna tienda sin pagar, y se «encontró» en sus manos algunos euros que antes estaban en el monedero de mamá... Y sobre todo hizo un montón de veces lo que le dio la realísima gana.

     Tuvo, por supuesto, algunos gestos de generosidad que no hace falta detallar... junto a muchos caprichos, vulgaridades y comodidades que es mejor no explicar.

    Nadie hubiera dicho por aquel entonces que San Túmismo iba para santo. 

Nadie lo hubiera dicho... excepto Dios. Dios sí. Dios tenía en el bolsillo del corazón un montón de Espíritu Santo para hacerle santo.  Dios es admirable en sus santos. Sobre todo en aquellos que lo fueron después de haber sido unos impresentables.

Lo que vino después, en su juventud, fue un poco triste, la verdad. San Túmismo se dedicó a convencerse a así mismo de que era de los buenos, e incluso mejor que los demás:  Se apuntó a un voluntariado, se confirmó, procuró no meterse en líos, sacar adelante sus estudios... y se convenció de que ya estaba haciendo lo que Dios quería. No hacía cosas malas. Por lo menos, no era peor que la mayoría de sus amigos y conocidos. Pero tampoco hizo otras cosas que tendrían que hacer los cristianos normalitos. No se preocupaba gran cosa de los demás. Puso sus estudios en primer lugar, y después su trabajo. Su agenda estaba bastante ocupada con el deporte y el gym, el ordenador, las redes, su pareja... Al menos sí que estaba un poco pendiente de sus amigos, y a veces -sólo a veces- de su familia y de lo que necesitaban de él en casa.

     Pero un día le ocurrió una cosa muy rara: Abrió, no sin esfuerzo, pero abrió su corazón a la Palabra de Dios y...

Fue un primero de noviembre, cuando  oyó aquel Sermón del Monte, aquellas Bienaventuranzas, donde Jesús proclama nueve veces quiénes tienen la clave de la felicidad... Y pensó, sin complicarse con cosas raras que, por de pronto, podía decidirse a hacer bien hechas todas las cosas que siempre hacía a medias, y a menudo con rutina y desgana. 

     Y además tuvo una gran idea: Se puso a ORAR. Se plantó como un valiente delante de Dios y le dijo: - Señor. Estoy decidido a hacer bien todas las cosas porque... porque eres estupendo, y hacer las cosas bien por ti merece la pena. Pero verás, es preciso que tú me ayudes, porque yo soy un inútil y un egoísta y un pedazo de esto y de lo otro...

Y claro, Dios, que es capaz de hacer santo al más inútil, siempre que uno colabore un poco, le ayudó. San Túmismo puso un poco de su parte:

- y hacía su trabajo de siempre mejor y más alegremente

- aguantaba con mucha paciencia las “cosillas” del prójimo, y cuando le faltaba la paciencia, iba a Dios y le pedía un poco más.

- procuró no montar líos en casa y aprendió a decirles (¡en buena hora!) que les quería un montón

- Siempre buscaba algo de tiempo y algunos dineros para entregarlo a los que tienen menos.

- Y no le faltaba (casi) nunca un rato para estar a solas con Dios y hablarle de tantos hermanos suyos que iba descubriendo que, con su ayuda, eran un poco más felices. Él mismo empezaba a ser, cada vez más, un bienaventurado.

     Lo de San Túmismo no fue uno de esos prontos que a veces nos dan y que duran unos pocos días, y luego vuelta a lo de siempre. Fue en serio. Empezó a ser un buen cristiano en su vida de todos los días, con la ayuda de Dios... aunque de vez en cuando seguía teniendo sus fallos. A todos los santos les ha pasado. Pero luego se arrepentía y empezaba a hacer las cosas otra vez como es debido, como Dios manda.

    Y así hasta que se murió. No ha quedado constancia de qué. Pero se murió, probablemente, de lo mismo que se muere todo el mundo: de una angina de pecho, de un cáncer, de un accidente de tráfico, o de un catarro mal curado. Y no dijo una de esas frases importantes cuando se moría. 

    Cristo sí que la dijo: “Ven bendito de mi Padre al Reino preparado para ti desde el principio del mundo”. No hizo milagros ni de vivo ni de muerto (que sepamos). Pero de vivo hizo las cosas como deben hacerse, lo cual es muchísimo mejor que hacer milagros. No le canonizaron, porque no van a canonizar a tantos San Túmismos como hay por ahí. E incluso por aquí. Sin embargo Dios sí lo canonizó allá arriba, y le dejó verle cara a cara como a la Virgen, a San Pablo o a San Juan de Dios. 

    Esta es tu vida. La de San Túmismo. A lo mejor los datos que he presentado no son del todo correctos, pero estoy dispuesto a que me mandes un correo corrigiéndome... por si algún día se publicara tu historia. Ojalá que te animes a ser «Túmismo» como Dios te ha soñado... Como bien ha dicho James Martin, sj: "Para mí ser un santo significa ser yo mismo. Por lo tanto, el problema de la santidad y la salvación es, de hecho, el problema de averiguar quién soy y de descubrir mi verdadero yo."

Y ojalá también podamos ponerte algún día el «san» por delante de tu nombre. La verdad es que no es tan difícil. ¿O sí? Ya hemos dicho que Dios se encargará de hacerlo si nosotros no lo hacemos. Hoy es tu fiesta

Quique Martínez cmf, sobre un texto de Pedro M Iraolagoitia, sj

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