lunes, 5 de julio de 2010

¡Ánimo! ¡Tu fe en Jesús puede curarte!

¡Amor y paz!

El evangelista Mateo nos narra hoy dos milagros de Jesús. En ambos casos las personas piden con mucha fe y obtienen lo que piden. Jesús demuestra que está por encima de todo mal: cura enfermedades y libera de la muerte.

Los invito, hermanos, a leer y meditar el Evangelio y el comentario, en este Lunes de la XIV Semana del Tiempo Ordinario.

Dios los bendiga…

Evangelio según San Mateo 9,18-26.

Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: "Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá". Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos. Entonces se le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: "Con sólo tocar su manto, quedaré curada". Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: "Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado". Y desde ese instante la mujer quedó curada. Al llegar a la casa del jefe, Jesús vio a los que tocaban música fúnebre y a la gente que gritaba, y dijo: "Retírense, la niña no está muerta, sino que duerme". Y se reían de él. Cuando hicieron salir a la gente, él entró, la tomó de la mano, y ella se levantó. Y esta noticia se divulgó por aquella región.

Comentario

La fama de Jesús se extiende, un hombre va a buscarlo por la muerte de su hija, una mujer se aproxima para tocarlo. Jesús no se desentiende de los dolores de la gente: lo conmueven, vino a cargar con nuestras debilidades y enfermedades. Por eso se dirige a la casa del jefe, y se preocupa por la mujer. Pero todo esto no es “magia”, no es una “fuerza que sale de adentro” del “sanador”, sino el encuentro entre el amor de uno y la fe de otro o de otra. Este encuentro de fe y amor viene provocado por la palabra que sale de la boca de Jesús, palabra capaz de obrar signos y de transformar corazones, capaz de calmar una tormenta y convertir un publicano, capaz de sanar un flujo de sangre y de llamar a su seguimiento.

También por nuestras vidas circula la “fama” de Jesús, pero corremos siempre el riesgo de verlo como algo distinto a lo que él mismo se quiere presentar. También en nuestras comunidades Jesús pronuncia su palabra, y con frecuencia la meditamos y la dejamos resonar en nuestros corazones, pero también con frecuencia la dejamos resonar como un eco que no modifica nuestra historia.

Nuestros países de América Latina han escuchado la palabra de Jesús, su fama abarca desde México a Chile, desde la cordillera al Atlántico, pero las venas siguen abiertas, y el flujo de sangre no se ha detenido, el Continente parece muerto, o quizás dormido. Esa palabra que Jesús pronuncia es la palabra del Reino, palabra capaz de lo que parece imposible y es motivo de burlas.

Quizá debamos reconocer -los cristianos de nuestro Continente- que muchas veces no hemos escuchado con fe la palabra de Jesús y no hemos dejado que se produzca ese encuentro de fe y amor que pondría de pié a los caídos, secaría el derrame de sangre y vida de los que desde hace siglos esperan que en ese encuentro todos y todas podamos sentarnos como hermanos y hermanas a la misma mesa de la vida.

Servicio Bíblico Latinoamericano
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